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Los Andes: Lengua, Matemática y la educación que necesitamos

Por María Rosa Fayad - Docente en Ciencias Naturales

28 de febrero de 2005, 16:10.

Desde la Dirección de Escuelas, la ministra Emma Cunietti ha hecho algunos interesantes anuncios de modificaciones que apuntan decididamente a que las generaciones que están ahora en la escuela, no se vayan de ella tan carecientes de herramientas elementales para sobrevivir. Esto es, enfatizar matemática y lengua. El valor del lenguaje, que otros funcionarios desconocieron, es enorme. Basta leer las conclusiones del reciente Tercer Congreso de la Lengua Española. “Uno habla como piensa”, decía Borges. “El hablar grosero, es de almas groseras, el hablar pobre es de ideas cortas y de mente pobre”, dice Jaim Etcheverry en “La Tragedia Educativa”, que todos los docentes deberíamos tener en nuestra mesa de luz.

Los países que nos llevan la delantera en Desarrollo Humano, imparten sólo Lengua durante los tres primeros años de la escuela elemental. Cuando el niño aprende desde pequeño a hablar y escribir correctamente, ha aprendido a organizar su pensamiento, a armonizarlo con la expresión, a priorizar los ejes comunicacionales, a sintetizar.

Digo “mientras tanto” porque el daño es anterior. La antigua primaria es la que ha de repensarse. La fácil accesibilidad a la docencia como modo de obtención de empleo, ha paliado la desocupación de que son víctimas nuestros jóvenes, pero paralelamente descendió en forma notable la calidad educativa.

Algunos maestros, sin talento, sin vocación; a quienes no se les efectúa evaluación de desempeño ni formación (y se los somete a vivir presentando papeles) escriben con errores ortográficos, no leen otra cosa que un parrafito de sus libros de texto y éste, proveniente de fotocopias “poco amables”. Hablan peor que Tinelli (“el gritón”, desconoce el peso de las palabras). Y para colmo, profesan un autoritarismo o un paternalismo (una variedad de autoritarismo) que subestima a los niños y les impide crecer.

Una empleada del Correo me aseguró que “en Buenos Aires no hay ninguna calle José Hernández”, porque estaba buscando en la “E”; un dependiente de ferretería tomó su calculadora cuando pedí 10 tornillos de 10 centavos cada uno. Ambos tienen el secundario completo. Escuché a una profesora decir de alguien muy enfermo, que “resucitó como el ave Félix”; para el titulero de un canal local, la gente de Maipú estaba “annegada” después de la tormenta; un funcionario mediático aseguró que “hubieron” desencuentros con el Gobierno central; otro, que la “primer” (no primera) noche “ya está vendida”.

Pero las modificaciones anunciadas no son todas las que podrían hacerse hoy, cuando estamos reparando los daños de la reciente experiencia pseudoliberal del menemismo, con efectos nefastos en la educación. Rápidamente ha de restaurarse la Educación para la Salud, pero no en el último año de polimodal (porque el grueso de la deserción ocurre al final de la EGB) sino en 9º año. El valor de la profilaxis, aún si sólo se midiese desde las finanzas, es enorme. Más prevención es igual a menos camas de hospital, menos embarazos adolescentes no deseados, menos niñez abandonada, menos droga consumida, más nutrición, vivienda y hábitos saludables, o sea, mejor calidad de vida para todos.

Teniendo en cuenta que, del resultado escolar sólo el 20 por ciento depende de la escuela (el 80 por ciento restante es responsabilidad de la familia, la televisión, el medio social, etc), estas medidas debe- rían complementarse con políticas tendientes a involucrar a la familia, naturalmente, la primera educadora.

La exitosa experiencia de la Escuela para Padres (Pablo Nogués), podría extenderse paulatinamente a todas las escuelas de la provincia. Los legisladores, sobre todo quienes no se movilizaron tanto cuando su propio partido desnaturalizaba la escuela, deberían institucionalizar la mediación y la obligatoriedad de la asistencia a la Escuela para Padres como instancia frente a la inconducta de sus hijos.

Una campaña publicitaria (no espasmódica, como suelen hacerlo) bien implementada y sostenida en el tiempo; los consensos con los medios de comunicación, etc., contribuirían mucho. Finalmente, deberían reformularse las normas de ingreso a la docencia, especialmente los concursos para directivos, e instaurarse capacitaciones y actualizaciones obligatorias.

En suma, reiteramos que la escuela no tiene la hegemonía de la educación, para comprometernos todos, porque somos demasiado subdesarrollados como para darnos el lujo de desatender la educación.

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