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Los Andes: Miércoles 4: La tarea de tomar examen

Una colega y amiga, al ver un libro sobre evaluación de los aprendizajes de casi 300 páginas, exclamó: “¡Tanto se puede escribir sobre cómo poner una nota!”. Menciono esta anécdota porque es representativa de la situación de la gran mayoría de los que ejercen la docencia o deben tomar exámenes: la identificación y reducción de todo lo que implica la función evaluadora con alguna de las parcialidades que la integran, simplemente porque es lo que se conoce desde antaño: examinar y calificar.

05 de agosto de 2004, 11:40.

Hablo de “mayoría” apoyándome en la extensa experiencia que me otorgó el dictado de cursos de perfeccionamiento docente sobre evaluación.

En los últimos niveles del sistema -polimodal, terciario y universitario-, en los que la principal o casi exclusiva evaluación es la de resultados, un examen no programado o mal tomado puede provocar aprobaciones o reprobaciones injustas. Esta situación puede reiterarse en la provincia pues, según la nueva normativa sobre el sistema de calificaciones y promoción, las notas que van a definir la promoción van a estar constituidas, en una cuarta parte, por los resultados de un examen integrador de fin de año. La situación de injusticia puede también suceder en los casos de concursos en los que los aspirantes deben rendir prolongados exámenes escritos u orales.

Sólo instrumentos válidos y confiables son los que van a permitir llegar a una calificación que exprese realmente el nivel de aprendizaje logrado o el grado de idoneidad del examinado. El problema reside en que los que necesitan elaborar pruebas -docentes o jurados- son prácticamente los únicos profesionales que tienen que construir sus instrumentos y no cuentan con los conocimientos para hacerlo con cierto rigor científico.

Ante un reciente concurso para cubrir cargos públicos, un medio periodístico dio por sentado que, porque el examen del caso había sido oral, no había posibilidades de conocer cómo había sido. También los exámenes orales deben ser programados, fijadas sus variables e indicadores, y asignado a cada una el posible puntaje, todo lo cual debe quedar escrito en una escala de calificaciones. Eso, no las consignas, lo deberían conocer los postulantes antes de rendir y, si lo solicitan, verificar después el puntaje asignado.

Examinar no es un juego de azar y el sólo conocimiento de lo que se desea evaluar y la experiencia no son suficientes. En síntesis: hoy ya no se elabora el vino como lo hacían nuestros abuelos. ¿Por qué no apelar también en evaluación a un proceder científico? En el ámbito del sistema educativo, tanto la Ley Federal de Educación como la provincial reconocen como derecho de los alumnos el de “ser evaluados con criterios rigurosa y científicamente fundados y ser informados al respecto”. Sería muy beneficioso que esto se comenzara a concretar en la realidad. Existen métodos y requisitos para elaborar instrumentos lo suficientemente válidos, confiables y pertinentes como para asegurar que sus resultados, expresados en una calificación cuali o cuantitativa, sean, en un alto porcentaje, un fiel reflejo de la realidad.

Mirta Bonvecchio de Aruani

DNI 3.048.683

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