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Los Andes: Opinión: Animales de corral

Por Viviana Demaría y José Figueroa, especialistas en Derecho del Niño.

19 de octubre de 2005, 11:49.

Los humanos somos seres de discurso, esto es nuestra característica singularísima; lejos está de la especificidad del color del cabello, las leyes del metabolismo celular o las vicisitudes de la pigmentación. Lo que nos hace humanos es la palabra. El baño de sentido que recibimos al nacer, por quienes tienen a nuestro cargo las funciones nutrientes y protectoras, es lo que nos aleja progresivamente de la pura biología para instalarnos en el mundo de la cultura. Y claro es que quienes nos reciben están imbuidos, a su vez, por las significaciones sociales en vigencia. De este modo, podemos advertir que las palabras dichas tienen siempre un valor contingente, es decir, en relación con un tiempo histórico-social determinado. Así se van alimentando las ideologías, las corrientes de pensamiento y los prejuicios a través de la historia. Así la humanidad avanza y se dinamiza, o retrocede y se estanca.
Desde este punto de vista, podemos decir que la palabra no es inocente. Porta sobre sí la condena de adquirir sentido dentro de un entramado y que quienes ostentan determinadas palabras en ámbitos públicos más responsables son de su contenido emancipador o de su mensaje retrógrado.
 
Animalitos del Señor
En estos días, Gabriel Bustos Herrera nos informa que Guillermo Jaim Etcheverry -rector de la UBA- dijo: “Si no conseguimos hacer que la mayor cantidad de gente tenga la mejor educación, en veinte años aquí no podremos vivir. No bastarán la mejor policía ni las rejas más altas”. Es desde este lugar que se lo trae a Sarmiento para hacerle decir que la inversión en educación la debemos hacer “por caridad o por miedo”. Este discurso moralizante del siglo XVII (propio del momento absolutista del Estado) que tanto Etcheverry como Bustos Herrera comparten, debe ser criticado con severidad.
Sarmiento expresó en su texto “Discursos”: “El sólo hecho de ir siempre a la escuela, de obedecer a un maestro, de no poder en ciertas horas abandonarse a sus instintos y repetir los mismos actos, bastan para docilizar y educar a un niño, aunque aprenda poco”.
“Este niño así domesticado no dará una puñalada en su vida y estará menos dispuesto al mal que los otros. Ustedes conocen por experiencia el efecto del corral sobre los animales indómitos. Basta el reunirlos para que se amansen al contacto del hombre”.
“Un niño no es más que un animal que se educa y dociliza”. (en “Obras Completas”, Tomo XXI. Imprenta y Litografía Mariano Moreno. Buenos Aires, pág. 156)
En otro texto Sarmiento sostiene: “El niño no tiene derechos ante el maestro, no tiene por sí representación, no es persona según la ley. Es menor” (en “De los castigos en las escuelas y de la autoridad del maestro de 1858”, Tomo XXVIII, Ideas Pedagógicas. Imprenta y Litografía Mariano Moreno. Buenos Aires, pág. 254)
Y para finalizar: “En la sociedad política compuesta de hombres, pues ni los menores ni las mujeres entran en ella... Hemos dicho que ante la ley son menores de edad, sin el más mínimo derecho...”
“El niño ante la razón es un ser incompleto y el púber lo es más aún, ya porque su juicio no está todavía suficientemente desenvuelto, ya por que sus pasiones toman en aquella época un peligroso desenvolvimiento” (en “Disciplina escolar”. “De los castigos en las escuelas y de la autoridad del maestro de 1858”, Tomo XXVIII, Ideas Pedagógicas. Imprenta y litografía Mariano Moreno. Buenos Aires, pág. 194)
 
Por Derecho
Sarmiento sostenía con fervor y al extremo las ideas preponderantes de la época. Pero hoy nos preguntamos: ¿qué pedagogía reivindicaría el destino de corral que Sarmiento le adjudica a la escuela o la noción de que el niño es un animal que puede ser docilizado mediante ese dispositivo? ¿Qué psicología admitiría la noción de incompletud del niño y que las pasiones en la pubertad toman un peligroso desenvolvimiento? ¿Desde qué teoría jurídica se avalaría la noción de que los niños no son personas? ¿Qué filosofía política sostendría la inferioridad y la consiguiente incapacidad de la mujer para participar en la vida en sociedad? ¿Qué política educativa financiaría escuelas desde la perspectiva de la Doctrina de la Seguridad Nacional? ¿Qué política para el futuro se sostendría en financiar un Sistema Educativo Nacional basado en la caridad o el miedo? ¿Qué Ministerio debería hacerse cargo de la Educación, el Ministerio del Interior o el Ministerio de Acción Social? ¿Quiénes deberían ser directores de Escuela, policías retirados o gendarmes?
No es intención hacer revisionismo histórico sino evidenciar el absurdo y criticar los fundamentos del pensamiento inconsistente que pretende restaurar lo peor del pensamiento binario en que se sustentó la máxima “civilización y barbarie”. El Sarmiento traído aquí no deslumbra hoy por su concepción de la democracia ni por su valoración de la condición humana, y aun así -esto también es verdad- no opaca ni pone en duda su legado. Pero haber dicho aquellas palabras en aquel momento histórico, no autoriza al presente a traerlas sin más, desconociendo los fundamentos institucionales en que se basa la obligación estatal de formar ciudadanos de la Nación y el mandato de la institución educativa de socializar en y para la democracia por medio del conocimiento. A los ciudadanos de la Nación Argentina nos corresponden los beneficios de la educación pública por derecho, y todo lo demás que se diga -caridad o miedo- no son más que referencias a la implementación de la discrecionalidad más absoluta (la táctica y la estrategia más alejada de lo que significa la actividad política en su sentido más riguroso).
El miedo es un viejo y tradicional problema tematizado por las corrientes políticas y administrativas de derecha; y la caridad se sostiene en la consideración del semejante como un inferior. La referencia a la peligrosidad de las nuevas generaciones, el descargo de volverlos responsables de lo que suceda en el futuro y la posición de disyuntiva ante su destino: represión policial o institucionalización escolar “preventivas”, desnuda la ideología del “conservadurismo compasivo” en que se basa toda la doctrina de “Tolerancia Cero”, que pregona en el mundo el Manhattan Institute.
Ni los niños argentinos son animales ni la escuela que todos defendemos y soñamos es un corral. Sería digno de estos adultos hacerse responsables ante las generaciones futuras (a las que impunemente se refieren) del mundo que se les está dejando. Y antes de enarbolar la bandera de la caridad o el miedo como justificativo para sostener la elevada función de la educación, se debería pedir perdón por la catástrofe histórica que hizo de la Argentina un país injusto para todos los ciudadanos que están por nacer en el siglo XXI. Porque esos niños (contrariamente al pensamiento sarmientino) son inocentes.

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