En referencia a la editorial “El conflicto salarial en la universidad”, publicado el 11/9/05 en la sección Opinión de Los Andes, como profesional, docente e investigador de la UNCuyo, estando de hecho involucrado en la problemática, no obstante compartir en general el espíritu de lo manifestado, merece ciertas aclaraciones desde mi punto de vista.
1) Siempre una medida de fuerza implica un perjuicio para todos los actores involucrados, como en este caso. Unos, los docentes, perjudicados desde siempre, históricamente y no sólo por el tiempo que insume un paro de actividades. Otros, los educandos, que ven acortados los tiempos necesarios para recibir y elaborar conocimientos básicos para su futura formación.
2) Puede aparecer tergiversada la imagen del docente como fuera de la estructura de una comunidad organizada, perjudicando con este tipo de acción a un núcleo de la misma, a la cual sirve con su trabajo. Es como que ser educador (incluyendo todos los niveles de la enseñanza, desde la guardería hasta la universidad) significara gozar de una serie de prerrogativas tales como no tener necesidades básicas que satisfacer, no consumir, estar exento de pagar impuestos, entre otras, y haber asumido también el compromiso de ser célibe, no formar y/o tener una familia. Aquellos (en su gran mayoría) que se atreven a romper este compromiso, que por naturaleza les corresponde, están engendrando hijos que parecieran no formar parte del núcleo perjudicado de los educandos.
Como se verá en la puesta en escena de esta tragicomedia, que bien podríamos titular: “El valor de la educación en la Argentina”, todos los actores que conforman su elenco, son manipulados como marionetas por el director de la obra: El Estado.
Haciendo hincapié en la realidad del docente universitario, no sólo nada cambia sino que se transforma y actualiza en el tiempo con mayor incertidumbre, en cuanto a la valoración y compensación razonable que merece su trabajo (como todos aquellos que honesta y dignamente, pueda desempeñar cualquier ser humano para subsistir) de transmitir conocimientos.
No valen los argumentos -esgrimidos puntualmente a lo largo de la historia desde el Estado por todos los gobiernos de turno, sin distinción de color político, sobre su responsabilidad ante esta situación.
Para reafirmar lo expresado, transcribo las expresiones manifestadas por dos exponentes de la cultura (incluidos en “Huellas del Campus de la UNCuyo” de mi autoría), en distintas épocas de la evolución de Mendoza, confirmando esta historia sin fin.
Una opinión, de hace 148 años
En el año 1857 llega a Mendoza el sabio alemán German H. Burmeister,... en su convivencia de 13 meses, se rescata de sus escritos: “La población de Mendoza -dice- no alcanza a 10.000 almas y en la provincia hay poco más de 47.000... el interés por otra cosa que no sea ganar dinero se muestra en muy contadas personas... Con semejante modo de encarar y concebir la razón de vivir -agrega- no pueden prosperar las artes ni las ciencias; en efecto, a éstas sólo se las conoce de nombre y no se tiene ninguna idea de lo que, como energía productiva, representan para la humanidad, porque no se las sabe valorar”.
Una opinión, de hace 65 años
“Mientras la Universidad dependa de la voluntad política, mientras sus conductores y profesores estén retribuidos con sueldos irrisorios que les obligan a buscar complementos en otras actividades, mientras no pueda realizar efectivamente su función esencial de investigación y creación científica, arrastrará una vida penosa más próxima a la ficción universitaria que a la realidad”. Del discurso del Dr. Edmundo Correa, como rector fundador de la UNCuyo.
Podrán existir diferencias o variantes sobre el enfoque del tema, pero a no dudarlo es y sigue siendo uno de los problema básicos del país, pendiente de resolución por parte de quien constitucionalmente es responsable: el Estado nacional.
Los Andes: Opinión: Realidad del valor de la educación
Por Roberto Mario Romano - Arquitecto