Por otra parte aportaron distintas visiones algunos destacados especialistas de países hermanos de América Latina, como el venezolano Edgardo Lander, el brasileño Antonio Catani, y la mexicana Laura Mota Díaz.
Los temas abordados abarcaron una amplia gama de cuestiones teóricas y metodológicas, destacándose lo vinculado a tópicos de gran actualidad, como desigualdad, pobreza y vulnerabilidad, movimientos sociales, globalización e inequidad, políticas sociales, conflictos sociopolíticos, participación y organización popular, etc.
De lo que se trata
Reflexionar sobre las tareas de la sociología en la Argentina hoy, debe vincularse necesariamente a la consideración de un doble contexto crítico: por un lado la profunda crisis económica, social, política y cultural que envuelve a toda nuestra sociedad nacional, y cuyos inicios pueden ser rastreados hace tres décadas. Por otra parte, la Sociología en el mundo también se encuentra en una encrucijada.
Como señalara Immanuel Wallerstein siendo Presidente de la Asociación Internacional de Sociología: “Nuestro sistema de saber ya no sirve como antes porque el mundo que hemos conocido se está terminando”.
La crisis nacional -si bien considerada por muchos un epifenómeno del panorama mundial, con la descomunal profundización de los conflictos bélicos, el avasallamiento de las grandes potencias y de los organismos internacionales sobre los países “emergentes” y la inequidad entre naciones- presenta rasgos que la constituyen en un caso paradigmático entre los países no desarrollados envueltos en una evidente decadencia.
Diciembre de 2001 constituye, en este sentido, la culminación de un proceso que nos llevó de una sociedad de amplias capas medias y movilidad social ascendente, con educación pública de calidad y salud para todos, en pocos años, a una estructura social profundamente fragmentada, con la mitad de su población en condiciones de pobreza y un horizonte de absoluta incertidumbre para nuestros jóvenes.
Diciembre de 2001 es, localmente, el punto de quiebre de las promesas incumplidas de la modernidad occidental: pareciera repetirnos que no existe necesariamente una marcha inexorable hacia el progreso.
Por otra parte, la actual crisis de las ciencias sociales invita a repasar el periplo histórico que constituye y desarrolla la tradición intelectual de la sociología. Ella surge como ciencia autónoma en los momentos de constitución de la sociedad capitalista moderna y su objetivo central, entonces y aún hoy, consiste en la descripción y explicación de esas transformaciones.
Ya los reformadores sociales del siglo XIX, considerados pioneros de la disciplina, o los grandes clásicos de la sociología de la segunda mitad de ese siglo y comienzos del XX logran desarrollar una perspectiva teórica que describe los avances y crisis de esa sociedad moderna y que, a la vez, performativamente, la impulsa y perfecciona. Y si bien durante gran parte del siglo XX las posiciones encontradas de marxistas y funcionalistas, sumados al giro constructivista de las últimas décadas, constituyen y desarrollan paradigmas rivales y aparentemente irreconciliables, siempre comparten la idea de la construcción de un marco analítico global para la sociología, y la creencia de que una ciencia social no es sólo posible sino también deseable.
Es durante la última década del siglo XX, y concomitantemente al triunfo de la globalización, que esa vocación intelectual se pone en duda. Mientras algunos cientistas sociales anuncian el fin de la historia y el triunfo definitivo del capitalismo, se generaliza el descreimiento en las posibilidades de una explicación total del desarrollo de las sociedades contemporáneas.
Mientras tanto… en la Argentina
Durante el último medio siglo, la sociología también acompañó el proceso histórico de nuestro país intentando describir, interpretar y explicar nuestras características socioculturales. En la Argentina, si bien sus inicios en el plano del pensamiento nacional son bastante anteriores, ella se incorpora como disciplina académica en la década de los ’50 y su instalación definitiva se produce en los ’60 , en un contexto de “modernización” y también de radicalización de la sociedad argentina.
En la universidad esto implica introducir perspectivas innovadoras en el tradicional tronco de las “ciencias humanas” y desarrollar una perspectiva crítica sobre las instituciones y fenómenos sociales, planteándose no sólo como un intento de explicación de la sociedad sino también como anticipación de desarrollos futuros.
Quizás por ello en 1976, en consonancia con la cesantía, encarcelamiento y desaparición de profesores y alumnos, ella fue, más que ninguna otra, la disciplina “proscripta”. A lo largo del país, las carreras de sociología fueron achicadas, relegadas a las áreas de posgrado, a constituir un simple departamento, o directamente desaparecidas como sucedió en la UNCuyo.
Es por ello que, desde la restauración de la democracia, el desafío de nuestra disciplina consistió centralmente en producir una reinserción en los grandes debates internacionales mientras se reinstalaba la reflexión sobre los problemas de la realidad cotidiana. Los mejores momentos de la sociología argentina fueron aquellos en los que los profesionales y académicos interesados vitalmente por la cosa pública intentaron abordar grandes problemas de la sociedad.
Enraizada en esa tradición intelectual, partiendo de su rica herencia, no se puede pensar la sociología como una “sociología técnica” abstraída de las grandes cuestiones públicas, o simplemente subordinada a esos grandes temas como mero portafolio de recetas técnicas acotadas, circunscripta al marketing electoral o al estudio de mercados.
Por ello, la observación de la evolución de ese doble contexto crítico al que aludíamos puede ayudarnos a definir las tareas de la sociología en la Argentina actual, que deben asociarse a los mandatos que surgen de los consensos sociales, y que estarán vinculadas con el desarrollo de un pensamiento estratégico respecto de nuestra Patria, retomando los grandes temas. Nuevas formas de saber deben construirse, en un contexto de tolerancia, pero a la vez crítico, con perspectivas pluralistas y respeto a la heterogeneidad teórica y metodológica, pero con planteos audaces y compromiso efectivo con la realidad social.
Por eso el desarrollo de un saber sociológico en la Argentina debe implicar necesariamente no sólo el fortalecimiento de la dimensión intelectual sino también la renovación de una “ética del compromiso” con el conjunto de la sociedad.
Es decir, y como se anticipaba en la convocatoria a este II Congreso Nacional: “O la sociología puede pensar la propia sociedad incomodando, o se transformará en un oficio tranquilo, aburrido y sin ninguna relevancia política”.
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