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Los Andes-Sábado 12: “Los españoles fueron maestros de pensamiento y estilo”

La editorial universitaria (Ediunc) acaba de editar el libro “De mar a mar” de Emilia Zuleta. En él, la prestigiosa escritora e investigadora explora la interrelación entre las letras españolas y argentinas a través de autores como Galdós, Salinas, Azorín o Borges.  

14 de marzo de 2005, 14:03.

¿Qué es lo que busca reflejar en su libro?

-He procurado reflejar en el título de mi libro lo que él contiene: la relación que existió entre la literatura española peninsular y la que se escribió y leyó durante los mismos períodos desde este lado del océano. Fueron experiencias diferentes, según quienes escribían y leían y, sobre todo, según las diversas etapas histórico-literarias. Cada uno de los capítulos fue escrito en distintos momentos, publicado o leído en conferencias. Y me pareció conveniente que su contenido, revisado, no quedara disperso u olvidado.

-¿Cómo describiría la interrelación literaria entre nuestro país y España?

-Ha sido y es permanente porque el cauce es la misma lengua y la misma tradición, pero hubo discontinuidades y aproximaciones de las cuales he intentado dar cuenta.

-¿Por qué eligió a estos autores?

-Seleccioné estos autores porque me parecieron representativos de esas diversidades, debidas a las épocas, escuelas y personalidad de cada uno de los escritores.

-¿Puede usted reseñar aportes específicos de cada uno a la tradición literaria argentina?

-Tuvimos nuestro Galdós, muy leído, en la etapa que va desde 1880 hasta 1930, que influyó en el realismo argentino de Gálvez o de Ocantos. Su teatro fue muy representado en nuestro país y contribuyó al desarrollo del costumbrismo dramático.

Seguimos con pasión la Guerra de 1898 y admiramos profundamente a Unamuno, Maeztu y Azorín. Desde las páginas de los diarios argentinos fueron maestros de pensamiento y estilo. Los grandes poetas y prosistas de la llamada Generación del ’27, Salinas, Guillén y Jarnés, también influyeron en los grupos literarios argentinos coetáneos. La versión definitiva de “Cántico” de Jorge Guillén y de “Poesía junta” de Pedro Salinas y las obras completas de García Lorca fueron editadas en la Argentina después de la la Guerra Civil española y sus poemas fueron muy leídos en los diarios y revistas. Su lenguaje poético, su originalidad y su intensidad resultaron una lección percibida y absorbida por muchos poetas argentinos. Nuestro Abelardo Vázquez es un buen ejemplo de ello.

-¿Y cuál fue, además, el impacto que nuestro país tuvo en los españoles?

-Nuestro país tuvo impacto en Unamuno, descubridor del Martín Fierro ya desde1894; en Maeztu y su idea de la Hispanidad, y en los numerosos artículos que Azorín publicó en La Prensa desde 1926, los que revelan una honda comprensión de la Argentina, aunque no estuvo en nuestro país. De todos estos autores sólo Maeztu viajó hasta aquí, pero muchos argentinos estuvieron en España.Y luego, desde 1916, Ortega y Gasset fue nuestro gran embajador de la argentinidad en España.

-¿Podría resumir la relación de Borges con España y el español? ¿Cuál fue, además, el impacto que él tuvo como escritor en ese país?

-La relación entre Borges y España fue variada y contradictoria, como la que tuvo con otras culturas y países. Pero nació a la literatura con el ultraísmo español y trajo a nuestro país muchas de sus innovaciones ya depuradas. La relación con el español como lengua fue una de sus grandes pasiones y la distinción entre aquella lengua y el habla de los argentinos inspiró alguna de sus páginas más profundas e inteligentes.

Leyó mucho a los clásicos españoles y señaló su pasión por Cervantes, Quevedo y Unamuno hasta sus últimos años, a pesar de algunas traviesas puntualizaciones. "Mi destino es la lengua castellana / El bronce de Quevedo", fueron versos que repitió muchas veces. También reiteró que El Quijote es un clásico donde cada línea está justificada y cuya figura es parte de la memoria de la humanidad.

Hasta en los textos finales se ratifica la continuidad y la profundidad de sus lecturas españolas. Creo que sin su iniciación juvenil en España, la persistencia de sus lecturas españolas y su profundo interés por la lengua, Borges no hubiera sido quien fue: hay un antes y un después de la literatura argentina y occidental, y en ese fenómeno sorprendente, la influencia española estuvo presente.

-Usted aborda en estos estudios la literatura de la primera mitad del siglo XIX. ¿Le interesan los nuevos autores y las manifestaciones literarias más recientes?

-Sigo leyendo literatura española, pero creo que no ha vuelto a alcanzar aquellas alturas. Entre los nuevos autores hay mucho mimetismo con otras literaturas traducidas, pero, sin duda, hay muy buenos escritores. Nombraré sólo tres: Carmen Martín Gaite, Juan Manuel de Prada y Francisco Umbral.

-¿Qué percepción tiene de la literatura actual, comparada con la del período que aborda en el libro?

-Mi percepción actual es que está por brotar una nueva pléyade de grandes escritores. Serán diferentes por influencia de la globalización, de la informática y las comunicaciones. Eso ya se advierte en Italia, los países anglosajones y el Japón, por ejemplo.

De mar a mar. Letras españolas desde la Argentina

Autor: Emilia de Zuleta

Editorial: Ediunc

 

Borges y España

Aquí reproducimos un fragmento del capítulo 8 del libro “De mar a mar”. En él Emilia de Zuleta indaga en la controvertida relación del escritor argentino con la tradición literaria española.

Hablar de Borges y España es hacer la historia de una relación conflictiva que se extiende desde la adolescencia hasta la muerte del gran escritor. Esa historia debe ser percibida no sólo como una evolución a través de los diversos momentos y circunstancias de su vida, sino también como un proceso cíclico que abarca en espiral una compleja, ambigua, cambiante relación de atracción y rechazo estructurada sobre tres factores principales. El primero corresponde a los condicionamientos sociales y culturales de las relaciones entre España y América, tales como eran vividos en el entorno en que Borges creció y vivió como persona y como escritor.

El segundo consiste en el desarrollo de su propia relación con la lengua española, conflictiva y problemática, y con su tradición cultural y literaria.

El tercero procede del propio temperamento de Borges, el carácter caprichoso y contradictorio de sus opiniones que apuntan, muchas veces, a provocar la reacción de su interlocutor, y que llegarían a configurar el personaje Borges que se superpone a su persona, sobre todo en los últimos años de intensa exposición pública.

En cuanto al primer factor, es indudable que en el sector de los criollos cultos de mediana o alta posición social, los españoles fueron vistos como pertenecientes a los niveles más bajos. El mismo Borges recuerda en su Autobiografía:

“En Buenos Aires, los españoles siempre tuvieron trabajos de nivel inferior, como sirvientes domésticos, o camareros, o peones: o eran pequeños comerciantes, y los argentinos nunca pensamos en nosotros mismos como españoles.”

En estas vivencias se crió y formó, y en la construcción de su propia biografía puso siempre el acento en que aprendió a leer en inglés antes que en español, y hasta llegó a insistir en que leyó el Quijote en una traducción inglesa antes de hacerlo en español. Quien haya oído hablar a Borges en inglés puede poner en duda estas afirmaciones: si bien tenía un amplio dominio del vocabulario y de la sintaxis inglesa, su entonación y su pronunciación no lo acreditaban como bilingüe, nivel de insuficiencia que, por otra parte, era común a los criollos cultos de su generación.

Paralelamente, en la Argentina discurría un proceso de asentamiento y de mejoramiento de las relaciones con España que he descripto en otras ocasiones. Primero, la llegada de un núcleo de inmigrantes ilustrados ya desde 1874; luego, aquellas acciones que, desde España, se encaminaban hacia un "hispanismo práctico" desde la celebración del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América en 1892. Luego, vendrían los contactos directos de los viajes en una y otra dirección: Benavente, Valle-Inclán, los Ortega, Larreta, Reyles, Gálvez, Rojas. Hubo, además, dos centenarios argentinos en 1910 y 1916, celebrados con fuerte presencia española, la cual se manifestaba, además, en nuestros grandes diarios y revistas, sobre todo a partir de 1898.

Sin embargo, hubo un importante sector de la intelectualidad argentina que se mantuvo ajena, indiferente o reticente a esta relación con España. Para otros, el hispanismo fue cosa adquirida que había que conquistar en medio del flujo y reflujo de simpatías hacia o contra España.

El tercer factor al que aludíamos es la personalidad, singular e independiente como pocas, del joven Borges, y eso es lo que trataremos de explorar a través de tres ciclos: la iniciación, la transición hacia la madurez y la madurez.

1. La iniciación

La experiencia española de Borges se inicia con su contacto directo con la vida en aquel país que, si bien fue breve y parcial, lo marcó decisivamente y quedó presente en su autoconciencia hasta los años finales.

Como se sabe, la familia Borges partió hacia Europa en 1914, poco antes de la Primera Guerra Mundial y el joven Borges, con apenas quince años, reanudó su formación escolar en Ginebra. Luego, se trasladan a España, primero a Barcelona y Sevilla y luego a Palma de Mallorca y Madrid. Sevilla y Palma representan para Borges las primeras experiencias como integrante de grupos generacionales. En Sevilla entró en contacto con el Ultraísmo y el grupo de la revista Grecia donde publicaría varios poemas. Luego viene la primera estadía en Palma adonde llega como abanderado del Ultraísmo, publica algunos poemas y, junto con otros poetas, firma un Manifiesto Ultraísta. Entre 1919 y 1922 alcanzan a aparecer una veintena de poemas suyos, algunos de tema político y otros sentimentales y eróticos que Carlos Meneses ha descripto y analizado.

¿Cómo era el joven Borges a los veinte años, en el momento de su llegada a Madrid? Guillermo de Torre lo recuerda en su libro “Literaturas europeas de vanguardia” (1925) como un espíritu genuinamente inquieto, como un temperamento polémico y con un raro sentido del Verbo. Tres rasgos que componen un retrato que se mantendría a lo largo de su vida. Y agrega:

“Llegaba ebrio de Whitman, pertrechado de Stirner, secuente de Romain Rolland, habiendo visto de cerca el impulso de los expresionistas germánicos, especialmente de Ludwig Rubiner y de Wilhem Klemm”.

Escribía poemas de cierta intención social o de comunión social o de comunión mística con una visión maximalista. Muestras de esta poesía, que debió integrar su libro “Los salmos rojos”, nunca publicado, se conservan en las revistas de la vanguardia española. Por entonces escribía, asimismo, un libro en prosa, también inédito, “Los naipes del tahúr”, hecho de reflexiones y relatos.

El Ultraísmo se hallaba en su momento de auge. En este núcleo se reunían diversas corrientes de la vanguardia en cuanto corporizaban lo que llama Renato Poggioli “el mito de lo nuevo”: en especial, el cubismo, el dadaísmo, el futurismo. Tuvo un promotor, Rafael Cansinos Assens, y un abanderado entusiasta, Guillermo de Torre, creador del nombre mismo de “Ultra”, poeta ultraísta y, luego, historiador puntual y erudito del movimiento. En noviembre de 1920 Torre publica un curioso Manifiesto vertical ultraísta, con grabados de Norah Borges, escrito en un lenguaje oscuro, cargado de caprichosos neologismos, una actitud vital enérgica y un auténtico vértigo de aspiraciones. Lo esencial de esta doctrina se había acuñado en la tertulia del café Lyon d’Or por obra de Torre, Eugenio Montes y Jorge Luis Borges.

El joven Borges participaba, además, de las tertulias de Cansinos Assens en el café Colonial y, ya en su segundo viaje a España, de las de Ramón Gómez de la Serna, opositor del primero, en el Café de Pombo. Como se sabe, las relaciones de Borges con Cansinos componen un curioso capítulo de su biografía. Desde el comienzo declara una admiración sin límites hacia este traductor y prosista, y reconfirma esta admiración hasta el final de su vida. La admiración por Ramón, también conservada, sufrió algunas rectificaciones.

Torre, por el contrario, ha calificado a Cansinos como un mero "inductor de entusiasmos", puesto que su obra poco tiene que ver, estéticamente, con el nuevo movimiento y más bien se caracteriza por su preciosismo y por un hebraísmo que la sitúan como más próxima al modernismo que a las vanguardias.

En marzo de 1921 la familia Borges se embarca rumbo a Buenos Aires. Apenas dos años y unos meses de residencia en España, aunque luego vendría un segundo viaje, en 1923, repartido entre Andalucía, Mallorca y Portugal.

De aquel primer viaje quedaría, además, un artículo importante, “Ultraísmo”, reproducido en la revista Nosotros de Buenos Aires, en diciembre de 1921. Allí Borges define la misión de los poetas ultraístas: abolir el rubenismo y el anecdotismo vigentes y, además, el sencillismo y, ya con la mirada puesta en la vanguardia argentina, la introducción de "palabrejas en lunfardo". Ratifica su admiración por Cansinos Assens y describe con tal acierto el programa ultraísta que Guillermo de Torre lo transcribirá en sus “Literaturas europeas de vanguardia”:

“1º Reducción de la lírica a su elemento primordial: la metáfora. 2º Tachadura de las frases medianeras, los nexos y los adjetivos inútiles. 3º Abolición de los trebejos ornamentales, el confesionalismo, la circunstanciación, las prédicas y la nebulosidad rebuscada. 4º Síntesis de dos o más imágenes en una, que ensancha de ese modo su facultad de sugerencia. Los poemas ultraístas constan, pues, de una serie de metáforas, cada una de las cuales tiene sugestividad propia y compendia una visión inédita de algún fragmento de la vida”.

Guillermo de Torre ha examinado estos antecedentes en su artículo “Para la prehistoria ultraísta de Borges”. Aquel entusiasmo ultraísta de los años 1919 a 1922 pronto se trocó en desdén y agresividad, dice. Y tras asombrarse de ese afán de pasarse rotundamente al extremo opuesto, documentado en el primer libro de Borges, “Fervor de Buenos Aires”, de 1923, donde se excluyen todas sus composiciones ultraístas salvo una de ellas, recoge los principales testimonios de aquella adhesión. En primer lugar, su repudio de Lugones, a quien años más tarde enaltecería hasta los mayores extremos. En segundo lugar, la intensidad y frecuencia de sus colaboraciones en las revistas ultraístas, Grecia, Ultra, Tableros.

Y, sin embargo, Borges había llegado a Buenos Aires conservando su entusiasmo ultraísta. Como tal lo recuerda Leopoldo Marechal al diferenciar su propia generación como "martinfierrista": “En rigor de verdad sólo fueron ultraístas dos o tres compañeros que recién llegaban de España o que conocían ese movimiento de suyo tan objetable por su originalidad”. Y agrega explícitamente que Borges era uno de esos pocos.

Lo cierto es que, aunque pronto Borges rechaza su ultraísmo, conserva su devoción por Cansinos Assens. Marinetti, en su manifiesto “El futurismo mundial”, del 11 de diciembre de 1924, menciona entre los futuristas declarados o sin saberlo a Luis [sic] Borges.

2. Hacia la madurez

Por entonces, hacia 1924, Borges como sus camaradas argentinos, se hallaba en una nueva etapa de las vanguardias, muy diferente pero, a la vez, paralela con la que se iba delineando en España dentro del grupo de poetas y prosistas que se llamarían del 27.

Traía un rico repertorio de lecturas españolas que se mantendrían en Buenos Aires: “Sabíamos de memoria a Fray Luis de León, a San Juan de la Cruz, a Quevedo, a Góngora, a Lope, a Darío, a Lugones”, recordaría muchos años más tarde, en ocasión de la muerte de Francisco Luis Bernárdez.

Sus contactos con la Península continúan al comienzo de esta etapa y conservan, en general, un signo positivo. Su primer libro, “Fervor de Buenos Aires”, es comentado por uno de los mayores críticos de poesía de aquel momento, Enrique Diez Canedo, en la revista España, en un artículo que fue reproducido en Buenos Aires por Nosotros.

Señalaba allí su condición de poeta clásico, aunque indica como rasgo fundamental un nuevo acoplarse de adjetivos y sustantivos, apuntando certeramente a lo que transparentaba la lucha por la expresión en que se hallaba empeñado el joven Borges. El libro también fue comentado por Gómez de la Serna en la Revista de Occidente, quien destacaba su calidad de gran poeta y subrayaba su filiación gongorina.

En los años siguientes la crítica española prestó atención a sus libros de 1925: “Luna de enfrente”, comentado por Guillermo de Torre en la Revista de Occidente, e “Inquisiciones”, en el mismo lugar, por Benjamín Jarnés. Este último lo hace con una concisión, una profundidad y una perspectiva que parecen prefigurar el desarrollo posterior de la obra de Borges:

“Lo plausible de este austero poeta que canta a los suburbios porteños en el mismo tono sentencioso con que inicia una escaramuza con Berkeley, es su patente amor a la tradición castellana, que le convierte en nieto adoptivo de Quevedo, por quien forja sus páginas más intensas, y cuya esencia tan certeramente define”.

Recuerdo haberle leído este texto a Borges en 1963 y que lo rechazó sin mayores comentarios. ¿No le gustaba que hablaran de su obra? Posiblemente, porque hay otros testimonios de ello. ¿No le gustaba que se le atribuyera aquella filiación castellana y quevedesca? Ambas cosas son posibles.

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