El presente libro muestra, frente a estos hechos, con claridad la relación intrínsecamente racional, positiva y sistemática del pensamiento platónico con el comienzo de la filosofía griega. No obstante es importante detenerse un momento a pensar por qué esta relación ha pasado inadvertida tanto a los filólogos clásicos como a los pensadores contemporáneos. Esto obedece a la forma misma de situarse que tiene el pensar contemporáneo o moderno -en sentido singular- frente a sí mismo y con respecto a su tradición.
Las corrientes de pensamiento posteriores a la filosofía de Hegel tienen en común el rechazo a lo que existe racionalmente. Lo sistemático es para ellas signo de totalitarismo, carencia de atención a lo singular, desconocimiento de lo novedoso que puede surgir dentro de lo no pensado en la unidad racional de una filosofía que se ocupa de lo absoluto. Los exponentes más agudos de este rechazo son Marx, Nietzsche y Heidegger. Estos pensadores, y en formas más extremas sus seguidores -los llamados posmodernos- oponen lo irracional a lo racional, lo fragmentario a lo sistemático y la pluralidad -multiplicidad carente de unidad- a la unidad en lo múltiple. La opinión pública, como observó Hegel, constituye la expresión sistemática de dichas características. La búsqueda y el pensar metafísicos quedan descartados de raíz en el pensar contemporáneo. ¿Cuáles son los fundamentos de esta situación?
Los tres pensadores mencionados anuncian el carácter esclavizante que ha tenido la razón como capital, moral y técnica para el hombre mismo y la necesidad de liberarlo de aquellas formas a través de una sociedad comunista, o de los superhombres o del pensar meditativo. Las ideas de estos tres pensadores se presentan en forma \"apocalíptica\", pues ellos son los anunciadores -aunque no los participantes- de un futuro necesario (Marx), real (Nietzsche), por último, posible (Heidegger). Para los tres, Hegel es la culminación teórica de la razón en sus formas esclavizantes fundamentales (estado, religión y metafísica) y Platón, por su parte, el comienzo de la supremacía de la misma, la fuente del pensar metafísico, en suma, la raíz de lo sistemático.
Una mirada pacífica sobre la historia de la filosofía, un ver que no pugna con la tradición, sino que trata de escucharla y de contemplarla en lo que ella misma es, tal como lo ha hecho el pensar logotectónico, advierte que en esa historia hay tres Épocas determinadas por tres sabidurías referidas al destino del hombre: el Saber de las Musas, el Saber Neotestamentario y el Saber Civil. Cada uno de estos Saberes amonesta al hombre a no vivir de manera meramente natural, a diferenciarse de sí mismo y forjarse un destino bajo las figuras ejemplares del héroe, el santo y el ciudadano. Ello no obstante, el pensar filosófico, en su inmediatez, busca cerciorarse por sí mismo de lo verdadero por el camino de la reflexión: sea sobre el conocer (razón natural), o bien sobre la cosa que le es propia (razón mundanal). La historia del pensar filosófico muestra que ambos caminos concluyen con necesidad en un escepticismo desesperado, ya acerca del conocer en cuanto tal (\'todo es opinión y no hay verdad alguna\'), ya acerca de lo que es su cosa propia (\'no hay identidad alguna, todo se disuelve\'). Sólo en un tercer momento la razón filosófica se vuelve hacia la fuente de la Sabiduría que la precede, para escucharla, porque ve en ella un \'saber\' que va más allá del ropaje poético, y en su empeño por defender la inteligibilidad de la misma se transforma en razón concipiente. El presente libro se ocupa precisamente del pensamiento de Platón y de su relación con la sabiduría que lo precedió: el Saber de las Musas. Por lo arduo del tema, sólo podemos ofrecer un panorama generalísimo del mismo.
Las Musas son hijas de Zeus y de una única madre, Mnemósine (Memoria). El carácter divino de las mismas se explica porque ellas son la condición para que la totalidad sea perfecta: es la suya, en efecto, una voz que alaba la perfección del Universo. La dignidad de estas diosas estriba no sólo en ser hijas del \"padre de los dioses y de los hombres\", sino también en la misión que cumplen, la de dar a conocer la obra creadora y providente de aquél por medio de sus cantos. Tal dignidad era bien conocida entre los griegos, pues no sólo la filosofía y la música contaban con su asistencia, sino también todo obrar práctico, por ejemplo, la medicina, la agricultura, e incluso la guerra.
A la perfección le pertenecen esencialmente el orden y la unidad. Es así como Zeus ha ordenado y dividido el Universo en tres zonas (moírai) con sus respectivos gobernantes: la de los muertos (Hades), la del mar (Poseidón) y la del cielo (Zeus), lugar de los inmortales. Los tres gobiernan la Tierra, habitada por los mortales. En cada zona o región se hacen valer, a su vez, \"partes\" o divisiones internas, también establecidas con justicia por la Repartidora (Moíra). La función de las Musas es, como hijas de la \'Memoria\', hacer recordar a los dioses y a los hombres un determinado saber. Lo que ellas saben se reduce a tres puntos fundamentales: primero, que todo está ordenado con sabiduría y justicia por parte de Zeus y de la Repartidora; segundo, que la injusticia, el querer ir más allá de los límites de la \"parte\" asignada a cada cual, puede evitarse; tercero, que la injusticia y, junto con ella, la contienda, es consecuencia de la desmesura (hýbris) como ignorancia causada por el olvido o por aquel apetito sensible (Eros) que, a causa de su intensidad, hace olvidar. ¿Qué cosa? El saber acerca del orden divino establecido por Zeus y la Repartidora. Del último aspecto brota el conocimiento de que la justicia divina instaurada se mantiene y se transmite constantemente por medio del saber. Las poseedoras del mismo y las que tenían la misión de hacer saber esto para mantenerlo y a la vez transmitirlo eran las Musas.
A diferencia de otros grandes poetas antiguos, tales como Píndaro, Teognis o Safo, Homero, Hesíodo y Solón fueron para los propios griegos sabios antes que poetas. Sabios en cuanto portavoces del Saber de las Musas, puesto que sus cantos eran el decir mismo (lógos) de éstas, esto es, lo divino comunicándose.
Frente al Saber de las Musas, el pensar griego en sus albores determinó su propio saber en la investigación referida al conocer mismo (Tales, Anaxímenes y Jenófanes) o a la observación del Cosmos (Anaximandro, Pitágoras y Heráclito). Ambos caminos acabaron por dejar en libertad a la razón para transformarse, por primera vez, en concipiente o \"filo-sófica\", es decir, en amante de la sabiduría, porque se entregó a la tarea de pensar lo enseñado por el Saber de las Musas. Parménides privó de verdad al escepticismo con su filosofía, al concebir aquello que es, ha sido y será o bien, el \'ente\' o lo \'uno\'. El movimiento, por tanto, como pluralidad -mezcla de ser y no ser- resulta inconcebible. Esto causó una crisis en el pensar griego posterior, que buscó entonces la verdad - ahora contra Parménides -en la pluralidad: sea la de las opiniones y argumentos (Zenón, Gorgias y Protágoras) o bien la de los elementos eternos del Cosmos (Empédocles, Anaxágoras y Demócrito). Ante el escepticismo desgarrador en que concluyen ambos movimientos, la razón vuelve a prestar oídos al Saber de las Musas, pero teniendo ahora ante la vista tanto el pensar parmenídeo como el de sus críticos. Esta fue la inmensa tarea de la razón concipiente platónica.
Platón supera la situación aporética del pensamiento griego que lo precede mediante su doctrina de que \"lo que es\", es tanto lo visible como lo invisible. La unidad del ente es invisible y la multiplicidad visible: la multiplicidad empírica participa de la unidad invisible de la idea. En la multiplicidad y el movimiento, la idea es lo que verdaderamente \"es\". Ella es principio del movimiento temporal del Cosmos, del conocimiento y del obrar. En el Cosmos, su regularidad revela la presencia de la idea en él; en el conocer, ésta se presenta como aquello que hace posible el pensar mismo (lógos), la identidad de los distintos pensamientos, que hace posible el diálogo auténtico y la posibilidad del acuerdo (homologeín); en el obrar ético, por último, la idea aparece en las distintas manifestaciones de la vida espiritual, ya como \"virtud\" -amistad, culto a los dioses, amor, valentía, control de sí mismo, sabiduría, justicia-, ya como su opuesto.
Ahora bien, tal como enseña Platón, los hombres siempre actúan, aunque no lo sepan, conforme a la idea fundamental que subyace a todas las ideas o principios de la cosas, la idea del Bien. Por esta razón las distintas formas de la desmesura (hýbris) entre los hombres, que es siempre una violación de la justicia, resultan de confundir lo bueno aparente con lo que es realmente tal; confusión que no es sino ignorancia, porque todo buen actuar está acompañado por el saber. Únicamente el hacer saber a los hombres, esto es, un hacerles recordar (anamnesia) la verdad de los principios de las cosas, las ideas, puede lograr que se distingan respecto de sí mismos y que vivan conforme a su esencia: participar activamente, por medio del conocer y el obrar, en la verdad de la idea o de lo que es. En esta tarea \"pedagógica\", tan inmensa como ardua, vio Platón la obra de la filosofía misma.