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Los Andes-Sábado 21: Argentina y el Centenario: arrogancia y depresión

Investigación fotográfica: Daniel Grilli. Por Claudio Maíz-Profesor UNCuyo

¿Los argentinos fueron siempre tan pesimistas como en estas últimas décadas? ¿O el pesimismo es un estado, que, como otros, depende, en muchos casos, de especiales circunstancias históricas y contextos culturales? El descreimiento, la vergüenza, la carencia de espíritu colectivo, entre otras frutas amargas, circulan en la galería del desencanto argentino. No es nuestro propósito en esta ocasión referirnos al hecho de que el siglo XXI se inauguró con una de las mayores emigraciones argentinas, desprendida de causales forzosas, como los exilios de los años 70s. Los jóvenes de estos años han querido irse, no perseguidos por fuerzas represivas, sino por los fantasmas de la desocupación, la falta de horizontes, la corrupción y otras delicias tercermundistas. Sin fuerza para cambiar la Argentina, buscarían en la vieja patria de sus ancestros lo que muchos de éstos perdieron, después de décadas de sacrificio. Era, simbólicamente, el viaje de regreso de los inmigrantes de fines del XIX y parte del XX. Con un detalle, volvían como aquéllos habían llegado: sin nada.

Ahora bien, en estas líneas queremos plantear que el discurso del desaliento último no nos ha acompañado invariablemente. Por el contrario, provenimos de uno ubicado en las antípodas, es decir, aquél que confiaba en la "nacionalidad argentina de Dios". Entre uno y otro extremo se desarrolla gran parte de nuestra historia cultural. Nos proponemos examinar, entonces, la relación existente entre un hecho conmemorativo -como lo es el festejo del primer Centenario de la Revolución de Mayo- y el surgimiento de un discurso, en el que la Argentina es identificada como el espacio de la fecundidad, el progreso y un destino de brillo. Desde los repertorios americanos del XVIII, la visión positiva de la agricultura que va de Andrés Bello a José Martí, las promesas de la civilización que animan a Sarmiento, hasta la versión de una América como "granero de Occidente" del modernismo de fines del XIX, se constata un abanico de representaciones de la abundancia. Aun más, los discursos del descubrimiento expresan, por medio del recurso del locus amoenus, un elogio a la prodigiosa naturaleza americana al extremo de identificarla con el paraíso.

Lo dicho se asienta en una teoría de la representación en América Latina, que pone en evidencia los modos de imaginarnos a nosotros mismos a través del arte, la literatura o el discurso político. Si no nos interrogáramos, de esta manera, sobre las condiciones que circundan la producción del discurso del Centenario, no advertiríamos determinados vínculos y aceptaríamos como verdaderos los contenidos de aquellas representaciones, elaboradas durante el Centenario. En resumen, en la Argentina y alrededor de 1910, es posible constatar una notable correspondencia entre la formación discursiva hegemónica, manifestada en una confianza ilimitada en el futuro y la producción de bienes naturales, y las condiciones socio-históricas que lo permiten y alientan. El surgimiento de dicho discurso podría datarse a partir de la generación de 1880 y su vigencia se extiende, por lo menos, hasta la crisis de 1929, con la consiguiente interrupción democrática. En otras palabras, el discurso del Centenario, inscripto en el modo de representación de la abundancia, ha sido fruto de una coyuntura histórica bien determinada: la modernización argentina.

El sistema de reglas que otorga unidad a un conjunto de enunciados durante el año 1910 se rige por medio de una Argentina imaginada como monumental, potente, movida por impulsos prodigiosos. Esta idea de grandeza no es megalómana sino hiperbólica y debe asociarse con una verdadera concurrencia de factores diversos, entre ellos, principalmente, los indicadores de una pujanza económica argentina. La formación discursiva del Centenario ha sido registrada en diversos estudios con anterioridad, sin embargo, nos parece oportuno volver sobre la misma con el fin de revisar también los discursos periféricos, que polemizan y se alternan con la homogeneidad registrada en la ideología de la euforia. Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas y Manuel Gálvez componen, con matices, las voces representativas de tal ideología. El discurso hegemónico del Centenario debe conducirnos a percibir los espacios en donde lo "no dicho" comienza a manifestarse. 

La hora de los terratenientes

La celebración centenarista forma parte de una política de la memoria, puesto que el Estado oligárquico argentino promovió, con todos los medios a su alcance, los fastos del evento. La celebración no destacaba los diversos sentidos con los que se concebía la nacionalidad, únicamente, sino la complacencia de una clase social, con la que la nacionalidad se identificaba...

Los festejos del Centenario significan un aprovechamiento político de un acontecimiento histórico. Hay una ritualización de los festejos que ha despojado al hecho mismo de la Revolución de Mayo de toda significación heroica y lo resignifica en favor de intereses determinados y del poder del Estado controlado por la clase terrateniente. Ciertos discursos literarios no impugnan ni rechazan la estructura que da origen a los festejos en los términos expresados, sino que, por el contrario, se suman a ellos mediante la consolidación de la imagen fecunda, apacible, presuntuosa de la Argentina. Son la validación simbólica de un positivo balance económico. En otros términos, tales discursos contribuyen a tornar natural una determinada tradición, a tal punto que se la experimenta como verdaderamente acontecida y no como una construcción realizada a fuerza de silencios. La celebración del Centenario entabla un doble juego con la tradición; por un lado, busca fijar una tradición propia dentro de un pasado selectivo, y, por otro, el acontecimiento mismo de conmemorar forma parte de una tradición inaugurada con la modernidad...

El objetivo que se persigue por medio de la gran escenificación celebratoria es el de producir una influencia sobre la imaginación de las masas. Nótese la implicancia religiosa de las procesiones cívicas llevadas a cabo durante 1910 en la Argentina o las oraciones pronunciadas y colocación de piedras fundamentales, etc. La formación discursiva del Centenario se estructura de tal manera que no admite el disenso en la presentación de la imagen que la oligarquía argentina ha creado.

Los terratenientes viven su momento de mayor esplendor, y han convertido en sentido común lo que no es más que sentido de clase...

En líneas generales, una rápida comparación con el resto de los países latinoamericanos permitía extraer la idea de que la Argentina había encontrado su camino. El diario más ligado a la cosmovisión de los terratenientes, La Nación, contribuyó con un volumen de 300 páginas a la conmemoración del Centenario de la Revolución de Mayo. La edición ha dejado quizá el más acabado epítome del festejo. En sus páginas conviven pacíficamente textos de Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Joaquín V. González, Agustín Álvarez y otros intelectuales y escritores prominentes... Difícilmente pueda encontrarse en la historia cultural argentina una circunstancia parecida. (...)

Charla sobre el centenario

El día 23 de mayo a las 18, el Dr. A. Soto dará una conferencia sobre el tema, en la Facultad de Filosofía y Letras, en el marco del Foro Argentino-Chileno del Bicentenario.

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