La leyenda es, sin duda, un componente privilegiado del folclore narrativo de una región y suma al relato de un suceso de por sí maravilloso o sorprendente, la estricta localización geográfica y aun histórica, que aboga por la veracidad de lo narrado, creando de este modo una atrayente ambigüedad. Así, cuando recorremos un territorio y recordamos sus leyendas, nuestra visión se enriquece y actúa en profundidad, hacia las dimensiones del misterio.
Por ello, el patrimonio legendario mendocino merecía la atención privilegiada y el tratamiento estético que Adriana González Pareja y su equipo de colaboradores le prestan al iniciar esta colección, destinada a enriquecer nuestra memoria colectiva con un conjunto de textos, que valen tanto por la riqueza ancestral del material seleccionado, como por la presentación artística de cada volumen.
Desfilan así por la memoria del mendocino, gracias al influjo de la letra escrita, nombres familiares como el de "el Futre"; se recuerdan paisajes entrañables como el de Puente del Inca o el de Cacheuta...; y para el que se asoma por primera vez al conocimiento de esta "otra" realidad mendocina, se corporizan imágenes imborrables, que hablan a la imaginación y al sentimiento.
En los sucesivos tomos de Leyendas de Mendoza se rescatan leyendas relacionadas con aspectos de nuestra geografía y se ponen por escrito tradiciones que hacen a la afirmación de nuestra identidad regional, a través de una recreación de las diversas versiones del relato oral, que suma a la coloquialidad inherente a esta forma su aporte literario. Se agregan además datos del contexto geo-histórico, y un glosario de términos regionales o de otros vocablos que deban ser definidos, para una mejor comprensión del texto literario. La colección se realiza en papel reciclado y cada ejemplar se acompaña con grabados originales de una artista mendocina de reconocida trayectoria, Leticia Burgos, lo que realza su valor no sólo literario sino como objeto de arte.
Se aspira por medio de esta iniciativa, que cuenta con el auspicio de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, a brindar a todos los lectores curiosos que se acerquen a la colección en busca de la magia de la tradición popular, una imagen de nuestra cultura e identidad regional a través de un producto interesante por su contenido y valioso por su presentación.
Murmullos del alma... (fragmento)
Escuchemos los murmullos de la tierra. Ellos nos cuentan de luchas y desencuentros, de amores y nostalgias, de esperanzas y alegrías, de triunfos y afanes, de cautivas y conquistadores, de razas entrecruzadas y sufrimientos por hacer grande nuestro suelo. Ellos nos hablan de una estirpe nueva tejida con hilos de distintas sangres.
Dejemos que estos murmullos nos hablen al alma, que nos acunen con susurros de ríos y ecos de montañas, que traspasen tradiciones y costumbres, que sean las voces de nuestros pueblos.
Sólo así, entendiendo nuestro pasado podremos enfrentar con garras el futuro.
Nuestra intención: acercar a ustedes un trozo de ese pasado hecho leyenda con la palabra y la imagen amasadas en arte.
Contexto histórico y literario
A la llegada de los conquistadores españoles habitaba en la región de Cuyo la etnia Huarpe Milcayac, recientemente incaizada, y última estirpe aborigen de esa región. Cuyo, del araucano cuyum puulli "tierra arenisca", o del quechua "vasallos de los monarcas del Perú", o del mapuche, "país de arena", integró el Collasuyo, parte austral del Tahuantisuyo o imperio incaico, cuya capital estaba en el Cusco.
Los ríos Mendoza y su valle de Guantata, las márgenes del Diamante y del Desaguadero, las lagunas del Rosario y de Guanacache, el valle del Uco Juarúa, junto al río Tunuyán, fueron los lugares elegidos por estas poblaciones, que desarrollaron allí sus incipientes artes y artesanías. Ya se vislumbraban estos antecedentes en las culturas de Agrelo que les precedieron. De ellos heredaron las habilidades como agricultores, sus conocimientos de riego, tejido e hilado, cerámica y construcción de chozas de piedra,"cura", y quincha rudimentaria y de balsas de junco y totora. El algarrobo fue pródigo y se transformó en el pan y en la bebida de estos pueblos, el patay y la aloja, que junto a la quinoa, al zapallo, la calabaza y el maíz ayudaron a su subsistencia. Su comunicación con el inmenso imperio inca fue a través del conocido Camino del Inca, que descendía, bordeando la cordillera de los Andes, hasta Uspallata y más al sur, vinculando las tamberías que albergaban a los "chasquis", mensajeros que traían noticias del Imperio del Sol. El contacto con los incas trajo importante transformación cultural. El dialecto huarpe milcayac coexistió con el quechua, lengua rica, evolucionada y completa.
Así, hasta 1561, año en que Pedro del Castillo fundó "Tierra de los Guarpes", población que con el tiempo sería la ciudad de Mendoza, sitio visitado con anterioridad por Francisco de Villagra en 1551.
Entre los ríos Diamante y Barrancas se encontraban los puelches, recolectores de algarrobo y también cazadores. Estaban emparentados con los pehuenches, que se extendían más hacia el sur. También mantenían relación con los araucanos trasandinos, cuya lengua adoptaron, a través de los pasos cordilleranos. Las extensas lagunas de Guanacache, ricas en pesca, fueron asiento de laguneros, hábiles constructores de canoas de totora.
Variedad de etnias, variedad de grupos y costumbres, entrecruzamiento de razas, conforman la síntesis primigenia de nuestra propia identidad...
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