La dirigencia debería comprender que ha llegado el momento de su propia depuración, y la sociedad, que debe tener mayor constancia en sus reclamos. Es hora de cambiar, porque la democracia debe encontrar su sustancia.
Los discursos sobre la inseguridad
Pocos temas conservan fuego ideológico como la cuestión de la seguridad. Sobre esta problemática vigente en nuestro país desde hace una década recaen concepciones previas, bajo diversas visiones del mundo. Duros y garantistas constituyen polos de un debate necesario pero pleno de malos entendidos. Es absolutamente falso presuponer que la pobreza necesariamente produce delincuencia; pero también es falso despreciar las necesidades socioeconómicas como factores a la hora de torcer una conducta hacia el delito. Es verdad que los piratas del asfalto o los jefes del narcotráfico no son pobres, pero veamos con qué mano de obra cuentan.
Para poder sustanciar un debate claro sería necesario distinguir las urgencias de la actualidad y las cuestiones estructurales para el largo plazo. La primera requiere una fuerte prevención, disuasión y represión: un Estado fuerte, ¡aquí y ahora ! La segunda debe reconstituir el tejido social, la dignidad del trabajo, con la colaboración estratégica de la educación y el cambio cultural. Ambos caminos son imprescindibles.
Jóvenes en riesgo
Un reciente informe de este diario (Los Andes, 23-9-2004) describía un importante trabajo de la Universidad de Cuyo, en el cual se plantea un grave diagnóstico: un 70% de los jóvenes mendocinos mayores de 15 años están en situación de vulnerabilidad educativa.
Esto en el plano nacional se complementa con una cifra alarmante: más de un millón doscientos mil jóvenes entre 15 y 24 años no trabajan ni estudian.
Proyectada esta cifra cualitativa y cuantitativamente hacia el futuro, pronostica un porvenir oscuro para una porción (alrededor del 20%) de una generación sin destino.
Si esto no cambia esta masa de jóvenes no podrán aportarse a sí mismos, ni aportar al país, más que incertidumbre e inseguridad.
Esto hace pensar inmediatamente que la solución no puede esperar el moroso crecimiento del PBI, y la ocupación. Hay que cortar camino con acciones excepcionales en materia de producción y trabajo articulado con la capacitación. Ahora, es la política la que tiene la palabra, por la excluyente responsabilidad respecto a esta calamidad.