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Los Andes-Sábado 26: Opinión: Desde el alma, otra vez

“Sus ojos se cerraron... Y el mundo sigue andando”. Alfredo Le Pera. "Por eso, yo, quien al igual que toda una generación aprendió todo, si no de él, por lo menos gracias a él, no encuentro para definirlo otra palabra que la de 'Maestro' ". Etienne Balibar, durante el entierro de Louis Althusser

28 de noviembre de 2005, 12:38.

Hace poco más de 10 años, recordando a su amigo Yoyo Giudice, Mario Franco escribía en un diario de Mendoza un recordatorio titulado: "Desde el alma".
Siempre pensé que ese adiós era inigualable y como quisiera despedirlo ahora a él de la mejor manera, me atrevo, una vez más, a seguir sus pasos.
Hay muchas maneras de recordar al Mario.
Algunos lo recordarán como profesor de la universidad. Sin duda fue un maestro inigualable.
Otros prefieren recordarlo como un intelectual desafiante, rebelde y profundamente provocador.
También hay quienes lo recordarán como cultor del cine y el tango. Su opinión sobre estos temas siempre era aguda, profunda e iba a lo esencial.
Muchos lo recordarán como el romántico de barrio, el bohemio noctámbulo o simplemente, ese buen tipo que fue.
Cualquiera de esos caminos que se tomen es legítimo y bastaría para darle un sentido -si lo hay- a este personaje de la cultura mendocina.
Yo fui su discípulo y amigo durante casi 19 años. Su muerte se llevó una parte mía. Sé, ahora que escribo tímidamente estas palabras bajo su inspiración, que perdí, nuevamente, un padre.
No puedo evitar recordar las interminables charlas de café en el "JS" de la calle Rivadavia, donde podía explicar durante cuatro afiebradas horas Hegel de punta a punta o matizar con metralleta de chistes las cuestiones más intrincadas de "El Capital".
No puedo recordar al buen tipo sin mencionar el excepcional intelectual que fue, un intelectual "maldito" seguramente, pero sin dudas excepcional.
Despojado de toda ambición por las "togas" académicas a las que despreciaba, no vivió para hacer curriculum sino que hizo curriculum para vivir.
Desentrañó a su gran maestro, el pensador francés Louis Althusser, criticó, leyó y releyó varias veces toda su obra para explicárnosla entre risas, vino, humo y asado en interminables noches de jueves.
Mendoza ha perdido a una de sus mejores "cabezas" y por suerte no lo sabe, si no hasta habría placas, homenajes in memorian y todas las superficialidades que él aborrecía.
Mario Franco fue un pensador de fuste que perforó, una y otra vez, los absurdos prejuicios de la pequeña intelectualidad clase mediana en vehementes discusiones sobre el movimiento nacional y popular. Provocando, para nuevamente provocar, hasta llegar al odio de los mediocres aferrados a sus pequeñas religiones políticas y sus obvios oportunismos teóricos o personales.
Fue el mejor amigo de sus amigos, un enamorado de la lealtad, un generoso dispuesto a dar todo sin pedir nada.
Se tomó la vida a bocanadas, sin preocuparse por la intoxicación.
El Mario fue, también, el agnóstico del todo, el burlón de lo sagrado, el pícaro de barrio que se reía de su prisión en los años del proceso, que pretendía que, a su muerte, únicamente el baño de caballeros de la Facultad pudiera llevar su nombre, el que recordaba con nostalgia las noches "ganadas" en su reducto de "Flor y nata" durante los días del todo prohibido, el que alababa las "paredes con bolsillos" o repetía su proyecto de epitafio preferido: "vivió en joda, murió en serio". También fue todo o, como él diría, nada.
Si un paraíso existiera sería, para él, un café de sábado al mediodía con sus amigos del más alto rango intelectual: "sabelotodos de la vida". También sería un aula donde sus alumnos de siempre volveríamos a escucharlo con deleite.
Pero un 18 de noviembre acabó con el mundo. Se cansó de mirarse al espejo cada mañana detrás de un: "es tiempo del show", escapó de su propia "trampa 22", se hizo propietario de su cuerpo, se emborrachó de libertad y nos dejó.
Así, aún en esta nada feroz, la luz del Mario sigue viva.
Chau, Mario. Adiós, maestro.
Por Javier Ozollo, Sociólogo

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