La presentación del sábado dejó muchos puntos a favor y algunos con saldo negativo. Pero, la multitud que colmó totalmente las instalaciones del Gran Rex despidió con una estruendosa ovación al alma mater de esa noche, el maestro inglés Louis Clark, cuya estela brillará por un tiempo largo en esta provincia.
Clark es clásico y rockero a la vez. A sus habituales direcciones orquestales es necesario sumarle su participación en la Electric Light Orchestra y ese dualismo quedó impreso en la función sabatina.
Desde el mismo arranque, con “Flash” quedó claramente establecido que existiría en todo el concierto una actitud “rockera”, manifiesta en los arreglos para violoncellos y contrabajos que aguijonearían en cada uno de los temas. Entonces, con esa base métrica y poderosa, Clark fue permitiendo que cada una de las secciones de la orquesta tuviera su brillo. Tanto los violines en su momento como la fuerza de los vientos conmocionaron al espectador que sabía muy bien lo que estaba escuchando.
Así, fueron pasando canciones como “Love of my life” o “Who wants to live for ever” que llegaron a ser cinematográficas, creando ambientes imborrables; canciones de una belleza extrema, tales como “Innuendo” –tal vez lo mejor de la noche- o “Somebody to love”; y canciones en que la fuerza rockera estuvo presente en todo momento, como “We will rock you” –momento en que Clark aprovechó para desacartonar al Gran Rex y hacerle marcar el ritmo con las palmas- o “Under pressure”.
Pero lo grande de la música de Queen es que se puede disfrutar de manera sinfónica temas extremadamente pop -“I want to break free”, toda una delicia- con canciones de formato sesentista –como “Crazy little thing called love”, otra joyita aunque esta versión es demasiado larga-.
Así, el concierto fue pasando ante el gusto popular y Louis Clark fue marcando el espacio mendocino con su batuta, demostrando que con sutileza y muy buen gusto se pueden lograr resultados extraordinarios, como la versión de “Killer Queen” o “Don’t stop me now”, muy fuertes en su origen pero deliciosas y tiernas en la faz orquestal.
Lo más esperado quedó para el final. Y “Bohemian Rhapsody” –lejos, sin dudas, la canción con arreglos sinfónicos corales más conocida del rock en el mundo- comenzó a sonar con precisión y exactitud. Pero allí, justamente allí, fue cuando el coro no mostró toda su capacidad, justo cuando todos sabían que la comparación sería inevitable. Si bien la formación se mostró cauta y ajustada durante todo el concierto, al momento de brillar se opacó.
Algo similar a lo que sucedió con la potencialidad sonora de la velada: o a la orquesta le faltó ganas o la amplificación fue escasa, porque una de las cosas que tiene el rock es ser potente, fuerte y eso no se disfrutó de tal manera, más allá de que las partituras de Clark sí lo marcaran.
Los bises fueron obligados y disfrutados de pie por un público que supo apreciar a un maestro que fue todo un lujo para nuestra provincia.
La mala costumbre
El concierto tenía como hora de inicio las 21.30. Comenzó a las 21.45 y hasta las 22.15 siguió ingresando público a la sala. Sin dudas, la tradicional “hora mendocina” es una falta de respeto para todos. Y, además de llegar tarde, muchos se dieron el lujo de entrar a la sala con la orquesta tocando con la misma soltura como si estuviesen en un shopping.
A eso, hay que sumarle la cantidad de celulares que sonaron durante la velada, permitiendo descubrir –por cierto- que algunos ringtones son bastante ridículos…
Alguna vez, aunque sea por casualidad, nos podríamos regalar una puntualidad “inglesa” por más que seamos nacidos y criados a la sombra de la cordillera.