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Microchips para un mundo en ciernes

Esta vez son los microchips que nos llegan desde el Sur, pequeños circuitos, mínimos transistores que se agolpan de a cientos de millones en el tamaño de una uña. El jinete se pregunta si habrá alguno que lo consuele.
     
–Cuénteme un poco de usted. No es Pedro Damián, sino Pedro Julián... e ingeniero electrónico, o algo así...

–Algo así. Soy ingeniero electrónico. Hice un doctorado en la Universidad Nacional del Sur en Control de Sistemas. Soy investigador adjunto del Conicet y docente de la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca. Allí formo parte del Instituto de Ingeniería Eléctrica y Electrónica, el primero en su tipo en el país.

–¿Y en qué trabaja?

–Siempre estuve como docente en el área de electrónica, hasta el año 2000. Me fui becado tres años a Estados Unidos y a la vuelta cambié hacia el diseño de microchips, motivado por un gusto personal pero también porque no concebía que no hubiera nadie aquí haciendo esto con el enorme impacto que tiene en la economía a nivel mundial. La idea era volcar, aplicar lo que había aprendido, modificar un poco el entorno y empezar a movilizar el diseño de microtecnología. En la universidad veíamos que nuestros ingenieros, gente preparada y capaz, se iban a trabajar a la parte de mantenimiento o personal de las empresas, lo cual es un disparate.

–¿Y entonces?

–Entonces empezamos con varias cosas. Modificamos las materias de las carreras en la Universidad del Sur para que los chicos diseñaran microchips, se entusiasmaran, experimentaran esto y alguno se tentara con hacer una maestría o un doctorado. Hace cuarto años éramos dos y hoy ya tenemos dieciséis becarios de doctorado en microelectrónica. No es algo marciano diseñar microchips.

–¿En la Argentina pueden fabricarse chips a escala industrial? ¿Tiene sentido hacerlos acá?

–Sí, porque hay que diferenciar el diseño de la fabricación. Mire, es como el arquitecto que hace el plano de la casa y el ingeniero civil que la construye. En la Argentina tenemos a la gente que diseña, “los arquitectos” que hacen el plano, y luego lo mandamos a fabricar a Taiwán, Estados Unidos, Europa. El diseño es la fase de mayor valor agregado. Porque el circuito nace de la creación del ingeniero con su computadora y un software. Pero el desarrollo de la microelectrónica en el país es totalmente factible. De hecho, hoy día tenemos un proyecto junto al INTI, la Universidad Católica de Córdoba, la Universidad Nacional del Sur y seis empresas a las que les estamos haciendo productos. Nosotros nos sentamos con ellos y pensamos soluciones a sus demandas.

–¿Qué les piden esas empresas?

–Quieren reducir componentes, reemplazarlos por chips por ejemplo del tamaño de un octavo de una uña. Apuestan a la microelectrónica para abaratar costos y para eliminar fallas.

–¿Por qué no me cuenta qué es un microchip y qué contiene?

–Es un conjunto de transistores, así de simple. Y con el conjunto de transistores se pueden hacer muchas cosas. Es una llave muy chiquita, de unos 60 nanómetros de longitud, es decir es a nivel molecular. Más chico que un virus de gripe. Y esto va en descenso.

–Sí, pero va a llegar un momento en el que no se puede reducir más porque se llega al nivel atómico.

–Bueno, cada año dicen lo mismo, que ya se alcanza la pared insalvable, pero hasta ahora se ha logrado seguir avanzando.

–Pero el nivel atómico es el nivel atómico...

–Sí, pero todavía no se alcanzó el nivel atómico. Tenga en cuenta que en las tecnología más chicas los transistores empiezan a ser más impredecibles.

–¿Cómo está formado un transistor?

–Tiene un área en la que se producen y otra en la que se emiten los electrones. Y en el medio tiene algo parecido a un metal, que es un polisilicio que sirve para modular, trabar, abrir o cerrar el paso de esos electrones: es la compuerta del transistor.

–¿Cuántos transistores hay en un microchip?

–Un chip de computadora tiene cientos de millones de transistores en un centímetro cuadrado.

–¿Y cómo se diseñan cientos de millones de transistores en un chip?

–Es un problema; ha aumentado más la capacidad de meter transistores que la capacidad del hombre de diseñar. Es un problema enorme, por eso el circuito se divide en áreas en las que trabajan distintos grupos de trabajo y luego se hace la interconexión. Para hacer microprocesadores trabajan equipos de 300 personas durante tres años y con herramientas de software realmente muy complejas.

–Bueno, ustedes en la Universidad del Sur son menos de 300...

–Es que nosotros hacemos otro tipo de electrónica, porque la industria argentina requiere de productos con otro desarrollo. Por ejemplo, aplicaciones para medicina, medidores de energía eléctrica, fuentes de alimentación, sensores para medir la velocidad de un auto o la apertura o cierre de una puerta. Son chips más artesanales, que no requieren la electrónica más compleja de la que estábamos hablando. Estamos fabricando chips de entre diez y cien mil transistores.

–¿Y en investigación qué hacen?

–Investigamos tanto circuitos analógicos como digitales y cómo hacer que consuman menos potencia, ya que es un factor muy importante. Mire, el 7 por ciento de la factura de electricidad hogareña lo consume la computadora cuando está “dormida”. Nos interesa hacer que baje ese consumo. Hay plantas eléctricas enteras que están alimentando esa computadora que no se apagó a la noche.

–Tomo nota: conviene apagar la computadora...

–Sí. Ahora hay chips que reducen el consumo, pero queremos lograr tecnologías más eficientes.

–¿Y qué más?

–También estamos trabajando en sensores y monitoreo ambiental. Si en un campo queremos medir la humedad del suelo con un sensor electrónico, ese sensor tiene que estar con una pila sí o sí; por eso se necesita que el consumo sea extremadamente bajo. Mire, en verano en La Pampa es frecuente que cientos de hectáreas de bosques de caldenes se prendan fuego porque su madera se vuelve muy seca. Por eso estamos en un proyecto con el INTA y Defensa Civil, trabajando en chips para estaciones meteorológicas que vamos a distribuir por toda el área, para medir la humedad de los troncos, el suelo y el viento y en función de eso alertar sobre el riesgo de incendio. También tenemos aplicaciones en video. Estamos trabajando en una tecnología nueva que son tres circuitos integrados. En salud estamos en un proyecto muy interesante. Somos parte del nodo Nanotec junto a la CNEA, estamos diseñando unos sensores de virus y agentes cancerígenos utilizando nanotubos de carbón. Esos nanotubos, según cómo se diseñen, varían sus propiedades eléctricas e indican la presencia o no de ese virus. Nosotros fabricamos el chip que medirá la variación. Estamos en la etapa de prototipos.

–¿Y cuántos son entonces los que trabajan en su grupo?

–Somos dieciséis becarios y tres investigadores... una estructura integrada como los chips. Los becarios son el motor. Estamos integrados a varias instituciones nacionales. Recientemente nos otorgaron 1,2 millón de dólares para equipamiento, 600 mil dólares para proyectos con empresas y firmamos un contrato para la formación de doctores, nos dieron doce becas para formar doctores.

–¿Y a esos futuros doctores los pueden retener?

–Sí, viene con una cláusula de enganche para que la institución donde se forma le dé lugar.

–Bueno, pero no siempre se cumplen esas cláusulas de enganche, mucha gente se forma y se va afuera.

–Igual, si así fuera, es una apuesta correcta. En Taiwán, cuando arrancaron hace treinta años con la carrera tecnológica, no les importaba si sus ingenieros se iban al exterior. Porque si se van al exterior se forman en un medio más avanzado. Y tarde o temprano ese especialista puede ayudar. Hay argentinos en posiciones importantes en muchas compañías grandes, y si esto en quince años germina y si se generan las condiciones adecuadas, como está empezando a pasar ya en Brasil, que hoy tiene una incipiente industria, ese especialista puede venir y aportar al país mucho más que si se hubiera quedado acá.

–Qué sé yo...

–Riesgo puro.

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