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Música para soñar

Tras su presentación en el Americanto 2005 en Mendoza, Agencia Taller entrevistó al maestro Raúl Barboza. En Francia, sus CDs son premiados como Discos del Año. Peter Gabriel lo invitó a sus festivales, tocó con Cesarea Evora, Piazolla lo admiraba. Se tuvo que ir de Argentina porque su música era incomprendida: el chamamé.

25 de octubre de 2005, 01:12.

Por Fabián Sepúlveda

Departamento de Cultura

fabsep@hotmail.com

Imaginate que tenés 50 años. Que te fuiste de tu país porque tu propuesta no era escuchada. Imaginate que la tierra elegida es París. Que sos argentino y tenés que empezar de nuevo. Imaginate que dejaste atrás discos grabados, amigos artistas y hasta un leve reconocimiento que no alcanzó. Una ciudad demasiado grande que te devora de indiferencia, pero hay que comer. Que sos músico y la línea de partida es la calle: encarás las inmediaciones de un subte para tocar allí, por monedas. Sólo monedas. Momento difícil y un cerebro que no para de flashear en retro. ¿Qué imágenes pasarán?

Piel morena

A pesar de ser un exponente del chamamé correntino, Raúl Barboza nació en Buenos Aires en 1938. Su padre, Adolfo, era de origen guaraní y su mamá española, aunque ambos escaparon de la miseria con la esperanza de ver la luz que se encendía en el húmedo cordón industrial porteño. Él mismo nos decía: “Mi papá era un paisanito que se levantaba a las 4 de la mañana para preparar el agua de los peones. En el escalafón social de la estancia está el patrón, empleados importantes como el mayordomo o el capataz, y el último orejón del tarro son los peones, pero después de estos está el ‘guricito o mitaí’, y más abajo aún, el indio. Y mi padre estaba en estas dos últimas. Ellos fueron muy maltratados de chicos. Yo, de grande recién, me di cuenta de los sinsabores que habían sufrido. Aunque mi papá jamás tuvo una palabra de desagrado hacia quienes alguna vez lo habían tratado con una fuerte descortesía”. A temprana edad “Raulito”, ya demostraba una increíble capacidad para ejecutar el acordeón, ya que su padre le había regalado uno a los 7 años: “él era guitarrista y empleado municipal, mi mamá, Pilar, tenía el nivel de una maestra y ¡enseñaba el catecismo! (se ríe). Un hermano mayor murió a los dos meses de haber nacido. Tengo también un hermano 2 años menor y una hermana, que llegó 13 años después.”

Barboza se presentó en nuestra capital invitado en la vigésimo primer edición del festival Americanto, uno de los eventos culturales más importantes de la agenda mendocina y nacional. Aunque, desgraciadamente, la publicidad oficial pasó de largo la presencia de Raúl Barboza, y no por voluntad, sino por ignorancia. De raíz, fue mucho más fácil difundir imágenes y música de Víctor Heredia y Pedro Aznar. Pero ojo, que esto no se malinterprete como una quita de mérito para estos últimos. Todo lo contrario. Lo que cuestionamos es la nula (totalmente nula) difusión al acordeonista litoraleño. Si bien esta propaganda a él ya no le vale demasiado, sí vale para el público mendocino que no se enteró de que Barboza tocaría. Aunque también es cierto que para muchos (especialmente los jóvenes) Raúl es un ignoto, pero precisamente, eso es causa de desconocimientos como el anterior. Este desaprecio nacional lo impulsó hace 17 años a emprender un viaje que le cambió la vida.

Vivir de la música

Apenas advertí la presencia de Barboza en Mendoza, imaginé que sería el número central y muchos los que quisieran entrevistarlo, entonces no hice ningún esfuerzo de contacto previo. El Americanto comenzó el viernes 7 de octubre y continuaba hasta el domingo 9 bajo el lema “El Latido Musical Andino”, aunque más que musical sonaba a electoral, pero ese es otro tema. Volviendo a ese sábado, yo estaba sorprendido por los pequeños centímetros de la gráfica y los magros informes de TV, entonces decidí entrevistar al maestro. Nuestro primer encuentro fue detrás del escenario. Allí se habían alineado una serie de carpas blancas para los artistas. Las mismas tenían papeles con sus nombres en la entrada, pegadas con cinta ancha marrón, por lo que parecía cortada a jirones. Cerca de las 23 llegó una gran ‘combi’, y entre músicos e instrumentos descendió Barboza. Ataviado de campera de cuero marrón, impecables pantalones blancos, lustrosos zapatos y camisa blanca con guardas indígenas en sus puños y hombros. De gestos amables y refinados, me invitó a su carpa para charlar.

- ¿A qué grado escolar llegó Usted?

- Yo estaba estudiando para Perito Mercantil. Cuando terminé el sexto grado me fui a estudiar porque me gustaba perspectiva y arte decorativas, y mi mamá me acompañaba porque le gustaba mucho estudiar. Yo entré a la secundaria, y a los 18 años la podría haber culminado, pero vi que mi papá no podía aguantar solito a la familia, entonces entré como voluntario a la Prefectura Nacional Marítima y tenía un sueldo como el de mi papá y así pudimos hacernos de algunas cosas que faltaban como una TV o una heladera eléctrica. Yo me acuerdo de que iba a buscar la barra de hielo en una bicicleta pero llegaba a la mitad (risas).

- ¿Podríamos decir que la pobreza no lo tocó demasiado cerca?

- En mi casa nunca faltó nada para llevarse algo a la boca porque mi padre, además de su trabajo, de jueves a domingo, era músico. Y cuando eso tampoco alcanzaba hacía changas. Nunca pidió y ni impidió que otras personas trabajaran.

En 1950, Barboza participó del primer trabajo en estudio como parte del grupo Irupé y en el ‘53 formó su primer grupo que duró diez años. Con éste viajó y difundió el chamamé por toda la Argentina, incluso con una gira por el sur de Brasil, que más tarde lo consagraría como el máximo referente del chamamé por esas tierras. Participó como instrumentista en la música de Ariel Ramírez para el film “Los inundados”, de Fernando Birri, y también de la Misa Criolla.

Marca registrada

Aunque suene paradójico, el chamamé no se sabe qué es. O sea, no se sabe exactamente qué significa ese vocablo. Durante años, los historiadores han polemizado por descubrir el significado que designa a la danza y música litoraleña, especialmente de Corrientes. Y no sólo eso, durante mucho tiempo los especialistas apuntaron a Europa para designar el lugar de origen, aduciendo que luego se había fusionado con las comunidades aborígenes. Concepto desmentido tiempo después: “Los jesuitas instalaron en esa zona la fabricación más grande de instrumentos musicales del Río de la Plata y se cree que el acordeón nos llegó con ellos, para suplantar al órgano en la liturgia. Lo cierto es que al chamamé le vino bien de sisa por la escala diatónica y así se fue incorporando”, asegura en su sitio Web Antonio Tarragó Ros respecto a la génesis del chamamé. Incluso algunos relatos de los jesuitas denotan cierta sorpresa al ver que los aborígenes de esa zona tenían un gran desarrollo musical.

El de Barboza no es el chamamé festivalero y pasteurizado de Los Alonsito, tampoco tiene la aspereza de los Ivotí. Lo suyo es una proyección moderada y deliciosa que transita el nuevo camino del folclore argentino. Porque para ser moderno no hay que tatuarse, usar piercing ni hacerse claritos, y mucho menos ser joven. Barboza, junto al Chango Spasiuk, son los responsables de que el chamamé no muera y sea conocido mundialmente, porque lo renuevan dándole vida nueva, y no agiornando fósiles.

- Su última producción fue “Cherógape”, ¿en qué proyecto trabaja últimamente?

- Hay un disco que acá aun no sale, donde grabé solos de guitarra. Quise reproducir lo que había escuchado en la comunidad guaraní. Lo demás se llama“Raúl Barboza Confidencial”.Y junto a un joven chaqueño ya tengo las partituras para tocar con orquesta sinfónica, y tratar que los músicos de jazz se interesen por la música guaraní. Voy a tocar las melodías tradicionales del chamamé pero a la manera de como ellos tocan su música. No para hacer fusión, sino esos temas en otro ritmo y que nuestra música se difunda y no quede guardada en una cajita porque la música es vida y no puede estar encerrada.

- Algo curioso, que no se repite con otros ritmos folclóricos, es que todos los chamameceros “teorizan” y hurgan en la historia de este género, como el caso de Tarragó Ros, Spasiuk y Ud…

- (pone cara de no entender)Ah!..Pienso que no es una teorización, no sé en el caso de mis colegas. Muchas veces en la Argentina se ha negado la existencia de ancestros no blancos. Tenemos lenguas que han sido amordazadas para siempre (se enoja), entonces, cuando yo pronuncio la palabra indio hablo de mi mismo. Yo no me siento menoscabado porque me digan: “usted es un indio”. Soy lo que Dios me dio. En la Argentina se tiene vergüenza de muchas cosas y no de lo que se debería tener. Yo le explico a la gente lo que hago y de dónde me vino la idea de componer una pieza musical.

- ¿Alguna vez le reclamaron algo desde el litoral por no haber sido nativo de la zona?

- Esas son tonterías. Mirá, Carlos Gardel era francés, Alfredo Lepera era brasilero, (piensa)… A la gente le parece bien que un extranjero haga las cosas bien.

- Sí, pero una vez que se consagraron, de lo contrario es un camino muy duro…

- Yo no me preocupé nunca por eso.

- ¿Se lo puede considerar al Chango Spasuik como su heredero natural?

- Cuando era más joven trataba de imitar, porque esa es la mejor manera de aprender, ¡imitando! ¿No? Yo lo hice con  Montiel, (Ernesto),que fue la persona que más influyó en mí, luego de mi papá. Pero yo no soy heredero de Montiel, no toco como él. La única herencia que se puede dejar es un buen ejemplo.

Durante la década del 70, Raúl Barboza tuvo tiempo para girar por la URSS, registrar más de 20 LP, y participar en trabajos de Mercedes Sosa o Jairo. Entrados los 80 viajó a Japón y recibió el premio Konex como una de las cinco mejores figuras en la historia de la música popular argentina, como instrumentista de folklore. En 1987, el cantante lírico español, José Carreras, graba la Misa Criolla y Raúl lo acompaña en “La anunciación”, un disco posteriormente presentado en el Vaticano. Pero como una inadvertida profecía bíblica, el título de esa obra anunciaba otra buena nueva.

Sorpresa y media

Aunque con todos esos logros, ese mismo año, junto a su esposa Olga, deciden instalarse en Francia, gestando una de las historias más fascinantes que le puedan ocurrir a un artista sudamericano, argentino y chamamecero. Barboza tenía entonces 50 años, pero decide valientemente empezar de nuevo, hasta  tocar en la calle, por monedas en un subte: “fui pero no llegué a hacerlo porque no dominaba bien el francés, nada más que por eso”,recuerda Barboza. Aunque por esos días recibió una importante invitación para tocar en el mítico “Trottoirs de Buenos Aires”, recuerda que en París“estaba frente a franceses, no había argentinos. Fue de mucha emoción, estaba Astor Piazzolla, y me fue a saludar, me sentí muy halagado con la presencia de semejante artista, él me dejó una herencia. Precisamente Piazzolla lo había recomendado, y de ahí en más el mítico salón se llenó de lapachos en flor, lagunas y esteros cada vez que Barboza despuntaba un chamamé. Imposible no comparar lo que vino después con un cuento de hadas: participó junto a Paco de Lucía y B.B. King del festival “Alte Oper Frankfurt”. En 1990 registró para el primer volumen de la antología “París mussette” una versión de “La Foule” (“Que nadie sepa mi sufrir”) que ganó el “Grand Prix du Disque” ce l’Accadèmie Charles Cross. Tocó en el Festival Internacional de Jazz de Montreal. En 1993 editó su primer disco en Francia con su nombre y ganó nuevamente el Charles Cros.

Y ahora, por tercera vez, está nominado para ese prestigioso galardón: “se da por la selección de discos que una comisión de músicos eruditos, reunidos anualmente, seleccionan y hacen un trilla en distintas áreas. Y se otorga a un trabajo ternado con la mención del Disco del año. En el año 2000, el Gobierno Francés lo distinguió como “Caballero de las artes y las letras”, y es sin dudas su máximo reconocimiento: “Totalmente inesperado y lo pronto con mucho respeto”, cuenta orgulloso. 

- Ud. vive en el Barrio Latino de Paris, ¿cómo es ese lugar?

- Es un lugar muy tranquilo, donde están las escuelas francesas. Yo vivo al lado de la Sorbona. Estoy a pocas cuadras de Luxemburgo. Está lleno de gente de razas de todo el mundo, hay bares de música, se baila en la calle, es muy lindo.

- ¿Puede un músico componer chamamé a 400 metros del Sena y 300 de Notre Dame mirando la Torre Eiffel?

- Yo apenas hace 18 años que estoy en Europa, pero 67 que tengo la misma raíz. Entonces estoy ‘más pa’ este lao que pal otro’ (sic).

- Fue invitado por Peter Gabriel al Reading Womad Festival en 1999

- Sí, toqué en Londres y en la ciudad de Seattle (EEUU)

- Tocó con Cesarea Évora, ¿cómo fue ese singular encuentro?

- Hicimos dos festivales juntos. Ella iba en un taxi con mi manager y escuchó una canción mía en la radio, le gustó y así terminé participando en dos canciones suyas.

Son las 3 de la madrugada y la entrevista se extendió más de lo previsto. Barboza, sus dos geniales músicos, y su manager terminaron de cenar asado en pan en unos de los puestos de comida en el predio del Americanto. Estamos prácticamente a oscuras. Barboza hacía tres años que no visitaba Mendoza y no sabe cuándo volverá. Hoy es un músico de culto, un “maestro del acordeón” según la prensa especializada. Alguna vez, en los 50, lo que él ejecutaba, se decía que “era música para sirvientas” y se le negaban los contratos discográficos. “Todo lo proveniente de la cultura guaraní era guarango. Yo era un muchacho que tocaba distinto, con mucho amor, pero mi lenguaje musical, hoy quiero creer, que no fue comprendido por ese publico.”

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