La humanidad está partida entre quienes tienen ciencia y quienes no, dice este discípulo de Houssay.
Hoy, los países que no desarrollan su ciencia y su tecnología se convierten en "analfabetos científicos", sostiene el fisiólogo argentino Marcelino Cereijido, quien vive en México desde 1976. De visita en Buenos Aires por el VI Campus Euroamericano de Cooperación Cultural -un encuentro que organizó la Secretaría de Cultura de la Nación y se desarrolló en la Universidad Católica- Cereijido se mostró preocupado por el "analfabetismo científico" que aparece cuando este saber permanece "invisible a la sociedad".
Cuando habla de analfabetismo científico, ¿se refiere a la falta de saber de las personas o al desarrollo en esta área de los países?
La humanidad está partida en un 10 por ciento de países que tienen ciencia y un 90 que no la tienen. Entonces hay un analfabetismo de los que no pudieron desarrollar la ciencia por problemas económicos o sociales. Pero el que más me preocupa es el analfabetismo activo, que es el que causa el que sabe. El Primer Mundo crea, inventa, decide, impone, presta, castiga, define quién es terrorista. El resto de la humanidad produce, se desplaza, se comunica, se cura y se mata, con tecnología, medicina y armas que inventaron los del Primer Mundo.
¿Dónde se nota esta fractura?
Los países centrales tienen ciencia porque mantienen universidades, institutos, organismos. Y dado un problema determinado, le confían la solución a la ciencia: a esas universidades. Esta es una diferencia fundamental con los países subdesarrollados, que dado un problema van a pedirles ayuda a los economistas. La ciencia es invisible para el analfabeto científico. Entonces, la cosa es que en los países centrales tienen montado el aparato cognitivo, desde los jardines de infantes hasta los grandes institutos científicos y eso se mantiene más allá del gobernante de turno. En la Argentina eso no sucede.
¿Por qué no sucede?
La Argentina en los años 20 del siglo pasado era entre el cuarto y el octavo país en el mundo en alfabetización. Pero a partir del 6 de septiembre de 1930 con el golpe de Félix Uriburu, el nazi-catolicismo castrense empezó a romper el aparato educativo y lo rompió cada vez que hizo falta. Pero en nuestro país el conocimiento era duro de matar y cada vez que le daban una oportunidad florecía. Es así que muchos de nosotros estamos viviendo en el exterior, ganándonos la vida con lo que aprendimos en el país. La Argentina, que no basa su conocimiento y su manera de operar en la ciencia, exporta conocimiento y científicos.
¿Qué papel ocupan los intelectuales argentinos en este analfabetismo científico?
Nuestros líderes intelectuales son analfabetos científicos. Cuando quieren estudiar el país, no se olvidan de ningún presidente, de ningún conflicto. Pero analizan sólo aspectos económicos y se olvidan de la ciencia. Yo si fuera intelectual argentino y viviera acá trataría de promover una cultura compatible con la ciencia.
Pero hay mucha producción de análisis social en la Argentina.
El intelectual argentino, salvo excepciones, cuando habla de cultura habla de historia, de literatura, arte, cine, teatro. Pero lo que caracteriza a la cultura moderna es preguntarse qué pasa con su ciencia y tecnología.
Cereijido Básico
Buenos Aires, 1933. Científico. Se graduó en la UBA como médico e hizo un posdoctorado en Harvard. Fue discípulo del Premio Nobel argentino Bernardo Houssay. En 1976, tras el golpe militar, se exilió en México, donde vive actualmente. Trabaja en el departamento de fisiología, biofísica y neurociencias del Centro de Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional. Escribió, entre otros "La nuca de Houssay", "La ignorancia debida" y "Y la muerte y sus ventajas". Está por publicarse su último trabajo "La ciencia como calamidad".