Unas palabritas nomás, porque no me gusta palabrear las emociones.
Mucho agradezco, gracias mil, este doctorado que la Universidad veracruzana ha tenido la generosidad de concederme. Y sobre todo lo agradezco por dos motivos: por venir de quien viene, y por venir con quien viene.
Según me han contado los antiguos griegos, la palabra entusiasmo significa “tener los dioses adentro”. Y yo he podido comprobar, en estos pocos días, que los dioses no sólo residen en el espléndido Museo Antropológico de Xalapa. También esta Universidad es casa de los dioses. La fervorosa electricidad de sus estudiantes confirma el origen de la palabra entusiasmo, y yo puedo dar fe.
Mil gracias, pues, porque es esta Universidad la que me brinda la ofrenda que con alegría recibo. Y con doble alegría, porque comparto el doctorado con mi hermano Ernesto Cardenal.
Ernesto ha sido y sigue siendo la voz de la revolución sandinista, que tanto nos ayudó a creer y a querer, cuando era revolución y era sandinista y era una esperanza universal.
Desde la isla mágica de Solentiname, donde Jesús comparte la mesa de los pescadores y ninguna cena es la Ultima Cena, el poeta sigue siendo, pese a quien pese, guste o disguste, el símbolo de esa revolución, y ahora es también el profeta de su resurrección.
Porque ella, malherida por sus secuestradores, sigue viva, como vivos siguen los ríos que circulan por debajo de la tierra, y tarde o temprano volverá a brotar.
La revolución, que supo unir la justicia y la libertad, se reconoce en el poeta que en sus palabras y en sus días une la tierra y el cielo.