Una dura crítica de la anterior titular de la Dirección General de Escuelas de Mendoza a la actual, por declaraciones de esta última, al decir que los exámenes globales “eran un chiste”.
Educación, seguridad y chistes....
Nadie hay en Mendoza que sea indiferente a la catástrofe que significa la inseguridad para nuestra calidad de vida. Frente a un problema de difícil abordaje abundan los lugares comunes en todos los discursos acerca del tema. Uno de ellos tiene que ver con que la educación es el principal combate contra la inseguridad.
Ahora bien ¿qué significa eso? Además de los itinerarios formativos en seguridad (que se salvaron de la aplanadora actual de la DGE gracias a que primó el criterio del ministerio respectivo); el servicio cívico, la doble escolaridad, la evaluación: ¿constituyen herramientas contra la inseguridad? ¿En qué sentido?
Frente a situaciones de dimensiones tan complejas vale la pena apelar a lo que puede decir la investigación científica; no porque se trate de un problema técnico sino porque existe un problema político cuando en plena sociedad del conocimiento se subestima el valor de éste para resolver problemas.
Algunos sociólogos señalan que el gran conflicto de nuestro tiempo tiene que ver con el paso de la “ética del trabajo a la estética del consumo”. En otras palabras, esto supone un cambio que va de la cultura del esfuerzo y el respeto a la ley, al facilismo y a la anomia del “todo vale”.
Hay un facilismo sustantivo (además de otras cosas) y un querer acortar camino tanto en el muchacho que adquiere a punta de pistola una zapatillas de marca como en el estafador de guante blanco. Hay un querer consumir algo pronto sin esforzarse. A veces porque no hay trabajo o a veces porque el fruto del trabajo está lejos de la expectativa de lo que se quiere consumir.
Ahora bien, la cultura del esfuerzo es una de las cosas que proclaman con mayor énfasis todos los discursos políticos de los últimos años. El problema está en animarse a ponerlo en práctica ya que tiene escaso rédito electoral y para eso es necesario pensar en la próxima generación más que en la próxima elección.
Los globales en Mendoza constituyeron un símbolo de la preocupación por el esfuerzo. No son una política sino una herramienta por la cual también se volvió a hablar de igualdad. (Esta palabra había sido reemplazada por “equidad” por los consultores internacionales).
La cultura del esfuerzo debe estar unida al sueño de una sociedad igualitaria. Y en una sociedad tan desigual (uno de las principales alimentos de la inseguridad), hablar de una escuela igualitaria supone hablar de igualdad de resultados.
Esto significa mejorar las condiciones para que a pesar de las diferencias sociales todos los estudiantes puedan obtener logros equivalentes a partir de una única herramienta: el esfuerzo.
Por ello decir que los globales son un chiste o “una prueba demasiado grande para un chico”, más allá del tono descalificatorio o del facilismo del mensaje social, plantea una concepción educativa por la cual lo que sí es posible para algunas escuelas privadas o de la UNCuyo, o para los estudiantes cubanos, franceses o rusos, no lo es para los alumnos de nuestras escuelas públicas.
Las expectativas altas sobre los resultados escolares constituyen el pilar de una escuela capaz de lograr resultados más allá de las condiciones sociales desfavorables para el aprendizaje. Proponer estándares altos implica asumir responsabilidad sistémica por proporcionar todas las oportunidades para aprender: libros, materiales, instalaciones y formación docente, entre otros. Por ello supone un Estado presente pues no se trata de una escuela que use los globales para “bajar” alumnos.
La cultura del esfuerzo se inicia el primer día de clases y representa una exigencia cotidiana que empieza con la obligación del Estado y continúa en padres, docentes y escolares.
Procurar metas altas para todos los alumnos implica una finalidad política que parte de la base de que la justicia social significa la distribución equitativa de todos los bienes (en este caso el conocimiento) y por ello todo el sistema educativo debe orientarse a ese objetivo superior.
Algunos educadores uruguayos que intentan recuperar el concepto de igualdad en educación dicen que un maestro debe revertir la tentación de decir “cómo le voy a enseñar lengua y matemática a este pobre chico si no tiene zapatillas” para pasar a afirmar “cómo no le voy a enseñar lengua y matemáticas a este chico si es la única posibilidad de que sus hijos tengan zapatillas en el futuro”.
Desde sus orígenes, la escuela pública argentina fue una expresión “del deber ser” de lo que el Estado proponía para una sociedad ideal. Mendoza, que fue provincia de pioneros, expresó con claridad esos méritos.
La interrupción del estado de derecho, la desigualdad y el desempleo confabularon para que el Estado no tuviera autoridad para definir el rumbo de lo que quería como sociedad a través de la escuela. Si ese “deber ser” tiene que ver con el esfuerzo y la igualdad; la escuela deberá encarnar estos valores aunque esto pueda resultar antipático para muchos y por lo tanto “poco político”.
Quizá sea el momento de debatir por fin con sinceridad la concepción de la escuela y de la sociedad a la que aspiramos. No he visto que estos temas estén en la agenda del pacto por la educación. Tal vez sea bueno incorporarlos, porque además de contribuir a la seguridad se estarían recuperando los cimientos de la Mendoza que nos merecemos.
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22 de noviembre de 2024