En el siglo XXI seguimos buscando variables que expliquen lo que nos pasa, sin sospechar que lo que falta es capacidad para aprender. Edgardo De Vincenz.
Es curioso, pero aún nadie parece advertirlo. Si uno observa a grandes rasgos los contenidos que nos presentan los medios de comunicación –actividad bastante dificultosa en estos tiempos-, podrá atestiguar que muchos de los hoy llamados “especialistas” hablan del gran tema de fin de año, de la inminente crisis, de sus imparables avatares y sus terribles y posibles coletazos. Desastre económico, temblor bursátil, malas decisiones financieras. Así, tal como se presenta el escenario, parece ser que poco o nada nos queda por resolver, inclusive, hasta parece convenir hacerse a silencio y esperar que la crisis llegue y nos haga vivir la desgracia anunciada.
De esta forma, el discurso profesional y también mediático de estos días se construye a partir de la mirada apocalíptica de un eclipse económico y, de ahí en más, todo es gris, preocupante, aterrador.
No es la intención de este artículo reflexionar acerca de cómo informan o sobre lo que informan los medios sino, por el contrario, la idea es pensar y repensar a qué estamos llamando o definiendo como “crisis”.
¿Falló el sistema? ¿Acaso será la consecuencia de magras decisiones frente a la oferta? ¿O será la globalización que por global quizá también nos obliga a heredar los errores ajenos? Ninguna de estas proposiciones puede comprobarse, ni tampoco nada de esto puede escapar al simple juicio de valoración que aparece cuando las aguas –que hasta ese momento no merecían ni quejas ni remordimientos– empiezan a bajar ya no tan claras.
En realidad, lo único visible, básico y hasta elemental que se desprende por ahora como verdad es lo que podemos visualizar hasta etimológicamente, y es nada más ni nada menos que empezar por colocar la génesis de la crisis no como un conflicto producto de una mala gestión financiera sino como un problema educativo. Esto es develar y entender que la crisis tiene su origen en la educación, que a la vez es la que forma al hombre, y por ende es y será la empresa más importante de todas.
Mientras las voces se pronuncian, los discursos se entrecruzan y las sociedades intentan entender qué pasa, la educación está en peligro. Y lo peor es que nadie parece querer advertirlo.
El problema de hoy, igual que el de ayer, no es económico sino educativo. Y esto ocurre porque se copian y se repiten modelos sin pensar desde la educación. Los hombres se equivocaron y se equivocan no por ser imprudentes o malos previsores, lo hacen porque necesitan educarse tanto desde lo individual como desde lo social. Hay una urgencia grave por aprender y una necesidad ardua de colocar al problema educativo como la prioridad fundamental de un Estado. Si las bases no están sólidas, cómo se puede pretender que los edificios no caigan y comentan un estruendo.
Resulta algo irrisorio escuchar a profesionales que definen la crisis como consecuencia de malas decisiones económicas como si no fueran éstas derivaciones de un mal aprendizaje. Estamos transcurriendo el siglo XXI y todavía seguimos buscando variables que intenten explicar lo que nos pasa, sin siquiera sospechar que aquello que falla es la falta de capacidad para aprender. ¿Hasta cuándo seguiremos poniéndole “parches” a la realidad? Un país en serio para crecer necesita de la educación, pero no sólo para impartir información sino para empezar a aprender crítica y creativamente. Y esto se hace desde la primera institución, o sea, la familia, y a partir de ahí en adelante se construye hacia más.
Cuando seamos capaces de entender que la génesis de todos los problemas sociales, políticos y económicos –por citar algunos de ellos–, es de carácter educativo y cuando luego aparezca una reacción que la coloque en su lugar, entonces estaremos aprendiendo algo significativo y, probablemente, de una vez por todas empezaremos a construir un escenario nuevo donde la educación –que no es sólo un trabajo de la escuela– ocupe el lugar adecuado en la agenda mundial, se jerarquice y se conciba como un proceso fundamental donde un hombre, un ciudadano y un país serán capaces de valorarla como la instancia más importante de todas.
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22 de noviembre de 2024