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Página 12: Cazadores de la bacteria antártica

Una investigación secuenciará el genoma de bacterias de la Antártida. El objetivo es capturar genes con aplicaciones comerciales.

31 de mayo de 2006, 14:09.

“Sos preciosa como una bacteria de la Antártida”: este piropo, que todavía pocas chicas son capaces de apreciar, encierra, a futuro, una verdad que la Argentina ya comenzó a hacer suya. Ayer se firmó un convenio entre la Dirección Nacional del Antártico y un laboratorio privado nacional para investigar y eventualmente aprovechar las características, únicas, de estos microorganismos: por su particularidad de vivir en el frío extremo, son capaces de desarrollar a bajas temperaturas procesos biológicos que, para otros organismos, requieren temperaturas más elevadas. Esto abre la perspectiva de obtener, desde detergentes que eliminen la suciedad sin necesidad de agua caliente, hasta procedimientos para elaborar industrialmente jugos de frutas sin afectar sus propiedades al tener que calentarlos, como sucede hasta ahora; además de pulóveres más suavecitos, y también procedimientos menos contaminantes para las curtiembres. El primer tramo, que requerirá unos dos años, consistirá en establecer la secuencia genética completa de una bacteria antártica –será la primera vez que se establece en la Argentina el mapa genético completo de un microbio–. Después vendrá la apuesta de –en esa secuencia– capturar genes de valor comercial.
 
La tarea será desarrollada por un equipo científico dirigido por Walter Mac Cormack –del Instituto Antártico Argentino y profesor en la UBA– y Andrés Bercovich –de la empresa Bio Sidus, que financia el proyecto–. El relevamiento efectuado desde 2001 en el terreno permitió detectar unas 200 especies de bacterias “psicrófilas”, que sólo pueden vivir a temperaturas por debajo de los 16 grados centígrados y hasta los 0 grado (por debajo de cero, se congelarían). “Se las encuentra en la tierra antártica, a 200 metros de profundidad bajo los hielos, también en las aguas del mar y hasta en los intestinos de los peces en esas latitudes”, contó Mac Cormack.
 
El investigador del Instituto Antártico puntualizó que este proyecto sólo tiene sentido en bacterias antárticas “ya que, en cualquier otro continente, incluso las zonas más frías tienen, en verano, oscilaciones térmicas que pueden llegar hasta los 20 grados, por lo cual la adaptación de los microorganismos al frío no es tan estricta”.
 
Bercovich precisó que “la primera etapa consistirá en elegir, a partir varias ‘candidatas’, una bacteria antártica que no haya sido descripta en el mundo y establecer su secuencia genética completa”. Los investigadores llaman “Genoma blanco” a este proyecto. “Prevemos que demandará por lo menos dos años de trabajo, y los resultados quedarán a disposición de la comunidad científica en general.” Para esta etapa se prevé una inversión de 500.000 dólares, que serán aportados por la empresa privada.
 
La etapa siguiente consistirá en examinar esa secuencia genética en busca de genes específicos que produzcan enzimas de utilidad industrial. “Por ejemplo –contó Bercovich–, en la fabricación industrial de prendas de lana, para que no queden ásperas, se usan enzimas llamadas celulasas, que requieren altas temperaturas: calentar las prendas no sólo aumenta los costos sino que afecta su calidad. Si se encuentra en las bacterias antárticas una enzima que produzca efecto similar, el proceso podrá efectuarse a temperatura ambiente.”
 
En la elaboración de jugos de frutas, las bacterias antárticas podrían permitir “mejorar la calidad del producto y ahorrar los costos de calentar miles y miles de litros de líquido, como se hace ahora para que puedan actuar las ‘pectinasas’, enzimas que separan el jugo de la pulpa –se esperanzó Bercovich–. Otro ejemplo es el de obtención de leche sin lactosa, para las numerosas personas con intolerancia a ese componente: hoy, también, hay que llevar la leche a muy altas temperaturas. También sería posible elaborar detergentes o jabones en polvo que no requirieran agua caliente para actuar en forma óptima. También podría permitir procesos menos contaminantes en las curtiembres; en general, los productos biológicos son menos contaminantes que los químicos”.
 
Mac Cormack agregó que “también pueden utilizarse en la Antártida misma, como ‘biorremediación’ de la contaminación por derivados del petróleo. Las bacterias ya conocidas con la propiedad de degradar los hidrocarburos no actúan bien a esas bajas temperaturas”.
 
Los países que producen estas “enzimas frías”, como se las llama, son hasta ahora Japón, Estados Unidos y, en menor medida, Corea e India. En la Argentina, Bio Sidus viene desarrollando proyectos en relación con la ciencia, de los cuales el más conocido es el de las vacas modificadas genéticamente para que produzcan hormona de crecimiento humana. El nuevo proyecto se presentó ayer en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en un acto en el que participaron el ministro Jorge Taiana y el director nacional del Antártico, Mariano Mémoli.
Por Pedro Lipcovich

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