Mientras el Cuerpo V de Ejército de Bahía Blanca secuestraba y torturaba, el actual juez del Tribunal Oral Federal Nº 5, Guillermo Federico Madueño, archivaba causas de fusilamientos fraguados y por las noches se reunía con los dos máximos jefes del Cuerpo “para hablar secretamente de todo lo que ocurría contra la subversión y el terrorismo”, como declaró en 1987 el general Adel Vilas. De esas charlas surgió una parodia de juicio por “infiltración ideológica marxista” en la que participaron Madueño, su secretario Hugo Mario Sierra y la fiscal federal María del Carmen Valdunciel de Moroni. Un grupo de profesores de la Universidad Nacional del Sur padeció años de humillaciones en las cárceles de la dictadura y sufrieron torturas jamás registradas por Madueño. También por esto el CELS recusó al juez en la causa por el secuestro de Claudia Poblete y su enjuiciamiento en el Consejo de la Magistratura. El juez fue consultado para esta nota, pero una vez más prefirió guardar silencio.
El general Vilas relató en 1987 ante la Cámara Federal de Bahía Blanca que se reunían con Madueño en la casa del comandante, general Osvaldo René Azpitarte, “lo que dio intervención (sic) al juez a hacer la investigación en la Universidad del Sur”. Azpitarte solicitó que “en cumplimiento de sus obligaciones” el juez visitara el “lugar de reunión de detenidos”, eufemismo para referirse al centro de detención clandestino La Escuelita, que funcionó dentro del predio del Ejército. Según Vilas, esa gestión fracasó.
–¿Cuándo me vas a venir a visitar? –dijo que le preguntó.
–Tengo mucho trabajo –dijo que le respondió el juez.
–¿Cuándo te vas a integrar?
–Ya estoy integrado. Menudo trabajo tengo con la investigación en la universidad.
Cuentas pendientes
Cuando las Fuerzas Armadas derrocaron a Isabel Perón, hacía un año que la Universidad Nacional del Sur había sido devastada. La intervención de Remus Tetu en 1975 no sólo implicó secuestros, asesinatos y matones armados en los pasillos. Con el auspicio del diario naval La Nueva Provincia, Tetu cesanteó a cientos de docentes y no-docentes, prohibió asambleas, juicios académicos y cátedras paralelas, proscribió los centros de estudiantes, fijó cupos de ingreso, eliminó toda intervención comunitaria, cerró para siempre la carrera de Pedagogía e impulsó una campaña de persecución ideológica centrada en los departamentos de Economía y Humanidades. Cuando Vilas llegó a Bahía Blanca en 1976 no quedaban rastros de militancia en la UNS. Sin embargo, ése sería el año de una burda operación a la que el juez Madueño le aportaría un tinte de legalidad.
Para Vilas y la revista Cabildo, que se imprimía en las rotativas de La Nueva Provincia, el ex presidente militar Alejandro Lanusse era el primer responsable de consentir la conspiración marxista contra la Nación. El apacible contexto bahiense, donde ese mismo año una caravana con banderas argentinas acompañaría a Vilas al aeropuerto, era el ideal para orquestar la venganza. La operación ideada fue un juicio por “infiltración ideológica marxista”. El señuelo: un ex ministro de Educación de Lanusse que antes había sido rector de la UNS a quien se acusaría de consentir el ingreso de “ideólogos marxistas”.
El 4 de agosto, con Madueño presente para legitimar la farsa, Vilas dio una ampulosa conferencia de prensa que incluyó medallas para los policías investigadores. “Debemos anular las fuentes mismas en que se nutre, forma y adoctrina el delincuente subversivo, y esa fuente está en la universidad y los colegios secundarios”, explicó. “La investigación llevada a cabo por la delegación local de la Policía Federal bajo control operacional de este comando, con la colaboración inestimable del señor interventor en la UNS, capitán de navío Raúl González, y la intervención del juez federal Guillermo Madueño, llegó a las raíces de la llamada penetración ideológica de la izquierda revolucionaria”, detalló. Luego, Alais se explayó sobre el proceso que habría convertido a la UNS en una “usina subversiva” y destacó como etapa inicial “la gestión del doctor Gustavo Malek”, el “cripto-comunista” ex ministro de Lanusse.
La reacción de Lanusse no se hizo esperar. Le escribió una carta pública a Vilas en la cual lo cuestionaba por arrogarse atribuciones que no le correspondían. Como castigo, Videla lo sancionó con cinco días de arresto. En 1987, Vilas explicó ante la Justicia que “el exitoso trabajo y sacrificio del juez federal auxiliado por la delegación de la Policía Federal permitió probar judicialmente la penetración ideológica de la Cuarta Internacional en el ámbito universitario, aportando los elementos necesarios para dar forma a una nueva figura delictiva comprobable (sic)”. Hasta aquí la historia pública de ese juicio.
Cosa rara
La causa 612/76 contra los profesores de la UNS tiene 16 cuerpos, 3264 fojas y un comienzo de antología. Dos estudiantes secundarios dialogan en el patio del colegio durante una hora libre. Una compañera para la oreja: hablan de “llevar un paquete a la estación ferroviaria”. Perciben su desconfianza y deciden hacerle una broma. “No cuentes nada o te va a costar la vida”, le dice uno. En su casa, la chica cuenta que quien la amenazó “es adicto” y que “esos paquetes son de droga”. El 29 de junio de 1976 a la noche, madre e hija declaran ante Alais. Sostienen que el chico “siempre se rebela contra autoridades nacionales (sic) y hasta ha expresado que luego de cumplir los 16 años se ausentará de su domicilio con el fin de internarse en los bosques y hacer vida de ‘guerrillero’”. Peor aún: la profesora de Castellano dijo que “andaban en cosa rara”. Alais se frota las manos, apunta que “da intervención” a Madueño y esa madrugada sale con una patota de civil en busca de los flamantes subversivos.
En la casa del supuesto adicto secuestran paquetes de cigarrillos, “una bolsita con polvo blanco”, pero también ejemplares de la revista Transformaciones y cuatro láminas con mensajes temibles como “El grupo no participa de las decisiones” o “El líder paternal se hace cargo de los problemas y piensa por todos”. La dueña de casa explica que el polvo es bicarbonato de sodio para la acidez estomacal y que usa las revistas y las láminas porque es asistente social, pero no convence. “Material de contenido ideológico subversivo”, anota Alais. La mujer y los dos menores quedan detenidos. Alais consulta por primera vez a Madueño, quien “una vez interiorizado dispone aprobar todo” y seguir adelante con declaraciones e “informes ambientales de los núcleos familiares”.
Ya en la delegación de la Policía Federal, la mujer “desea manifestar”, por algún extraño designio, que en 1973 fue interventora de una escuela y que “en su gestión hubo gran infiltración ideológica de la revolución proletaria” (sic). También da la dirección de la imprenta donde se fotocopian apuntes “de economía marxista”. Un día después, 1º de julio, la dueña de la imprenta “entrega en forma espontánea” textos y nombres de profesores de Economía y “hojas sueltas con distintas concepciones de ideología marxista-leninista y de neto corte subversivo”. Con los nombres, Madueño da vía libre para “que se proceda a practicar averiguaciones y detención de quienes aparezcan como involucrados en estas actuaciones”.
Caza de brujas
Alais envió órdenes de detención a todo el país. La mayoría de sus presas había sido cesanteada por Tetu en marzo de 1975 y debió buscar trabajo enotros pagos. Otros se habían exiliado ese mismo año ante las amenazas de la Triple A. La mayor parte de los operativos tuvo el sello de la época: de madrugada y de civil. La Policía Federal secuestró decenas de bibliotecas, con autores que iban de Marx a Félix Luna. A medida que llegaban a la delegación bahiense de la Policía Federal, todos realizaban “manifestaciones espontáneas”. Para evitar suspicacias, Alais apuntó que declaraban “en el uso de sus facultades plenas psíquicas y físicas” y que los testimonios “no le(s) han sido requeridos en ningún instante por la autoridad policial, sino que lo hace(n) con el fin de ayudar en la investigación”. Mientras tanto, el juez disponía por teléfono “aprobar todo” y mantenerlos “detenidos e incomunicados”. En algunos casos, Madueño se enteraba de las detenciones cuando sus presos ya estaban en la cárcel bahiense de Villa Floresta, previos golpes y humillaciones en la seccional.
El economista Alberto Barbeito fue detenido en su casa de Avellaneda y trasladado a Bahía Blanca. Durante el Juicio a las Juntas contó que después de escuchar una arenga patriotera de Alais lo hicieron desnudar y permanecer dos días en un calabozo de cemento. Esa semana de julio había nevado. Llegó a delirar de frío. Contó que le manifestó esa situación al juez y que durante la declaración tenía “permanentes temblores en las extremidades”. Consultado para esta nota recordó que “el juez nos vio maltrechos, golpeados, en una situación penosa. Se lo hice notar, pero procedió al interrogatorio de rutina: quién era, con quién me reunía”. La viuda del economista Horacio Ciafardini, María Inés Olivella, recuerda que “cuando llegó a Bahía Blanca se encontró con ex compañeros desnudos, golpeados y congelados en el patio de la seccional”.
Carlos Barrera, quien desde que dejó el país en 1979 vive en Francia, recuerda que “cuando Alais se cansó de pegarme ordenó: ‘Déjenlo en bolas en el calabozo para que se cague de frío’. Así estuve unas treinta horas, hasta que dos suboficiales me dieron un pantalón. Declaré ante el mismo Alais, conocido en su execrable medio como un ‘sovietólogo’. Las menciones de Keynes y De Gaulle lo hicieron estallar gritando que eran otros reverendos hijos de puta. Durante varios días esperé al juez en el calabozo. Llegó acompañado por su secretario Sierra y por Remus Tetu. Tuvieron una larga reunión con Alais. El saludo de Madueño consistió en preguntarme cómo me habían tratado. ‘Muy mal’, le dije. Su respuesta fue una cínica sonrisa diciéndome: ‘¡Qué le va a hacer!’. No sólo vino a interrogarme en el mismo lugar donde me habían torturado sino que me insinuó que era mejor ratificar la declaración ante Alais, que no había podido leer, pues de lo contrario tendría que quedarme en el calabozo. Me hizo firmar y salió con una sonrisa junto al hipócrita de su secretario, Sierra, quien luego se encargaría de la tortura psicológica de nuestros familiares”.
Otro economista, Dolio Sfascia, también desde Francia recuerda que en la delegación policial “se había institucionalizado un régimen de terror. Me decían ‘judío’, para ellos era un insulto, y me daban golpes y puntapiés. Estuve en un calabozo del 2 al 14 de julio, cuando me llevan a la cárcel. El 13 vino Madueño, aunque la declaración me la tomó su secretario Sierra. Al juez lo vi de lejos, en la oficina junto con Alais”. En la causa consta que, el 17 de julio, Madueño ordenó su liberación, pero desde la cárcel le informaron que no podían liberarlo “por haber sido entregado a autoridades militares”. Continúa Sfascia: “El 19, un guardia me dice que me van a liberar. Me meten a patadas en un camión blindado con otros dos detenidos y nos llevan al Regimiento de Infantería de Villa Floresta. Pasamos la noche en un calabozo y al día siguiente nos juntan con un grupo de sindicalistas, con los que pasamos dos o tres semanas. Hasta que sale el decreto del PEN, el 13 de agosto, podría decirse que estuve secuestrado por los militares. No creo que el juez pudiera ignorarlo”.
En agosto de 1976, Madueño dictó las primeras prisiones preventivas por “penetración de doctrinas ajenas al sentir nacional” (sic). El delito que les endilgaban era la reforma del plan de estudios de economía en 1972. Si bien había sido aprobado por el consejo superior de la UNS mientras regía la ley 17.401 de represión del comunismo, Madueño fundamentó su decisión en la ley de seguridad 20.840, sancionada en 1974, por considerar que la penetración era un “delito permanente” que varios profesores habían cometido hasta sus cesantías. En mayo de 1977, los camaristas Ricardo Rojo, Jorge Horacio Peri y Gualterio Monacelli confirmaron las preventivas por considerar que “se propiciaba y mantenía un trabajo constante tendiente a subvertir los principios”.
El 11 de septiembre de 1976, varios profesores fueron trasladados a la cárcel de máxima seguridad de Rawson. Los bajaron del avión de los pelos, sin escalerilla y con las manos atadas, y los recibieron con una sesión de golpes a la que el ex diputado Mario Amaya no sobrevivió. En febrero de 1978, Madueño viajó a Rawson para ampliar las indagatorias. Barbeito contó en 1985 que “le hice conocer toda la experiencia vivida a través de la represión en el interior del penal. Respondió que lamentablemente no podía hacer nada porque yo estaba a disposición del Poder Ejecutivo, pero que le iba a transmitir mi relato a las autoridades del Cuerpo V”.
Por tres años, el juez, su secretario y la fiscal se entretuvieron recibiendo declaraciones testimoniales a cientos de alumnos y profesores, con preguntas exhaustivas como “si en 1974 oyó reflexiones sobre el papel de la universidad tradicional en el contexto de un país capitalista dependiente”.
En marzo de 1979, Madueño sobreseyó provisionalmente a los profesores porque “la prueba reunida no resulta suficiente”. Como al ser procesados la mayoría había quedado a disposición del Poder Ejecutivo y para pedir la opción de exiliarse precisaban un sobreseimiento definitivo, continuaron en prisión. En abril de 1982, pese a que se habían cumplido los seis años de pena máxima establecidos por la ley 20.840, los camaristas Ricardo Rojo y Jorge Enrique Alcolea alegaron que la prescripción se había interrumpido por la célebre “secuela de juicio” y les negaron el sobreseimiento definitivo. Rojo era amigo personal del general Azpitarte. Vilas contó que solía cruzarlo dentro del comando donde funcionaba La Escuelita. Alcolea es aún hoy presidente de la Sala I de la Cámara Penal de Bahía Blanca. También se reciclaron Valdunciel de Moroni, actual defensora ante la Cámara Federal de Bahía Blanca, y el ex secretario Sierra, titular de las cátedras Derecho Penal I y II en la carrera de derecho de la UNS.
El último en salir en libertad fue el profesor Horacio Ciafardini, en 1982. Cuentan sus compañeros que en la cárcel enseñó economía e idiomas, y se ganó el apodo de “Asceta” por comer la basura que les daban para impedir que los guardias lucraran con su sufrimiento. Durante años no pudo leer más que cartas y los diarios viejos que había para limpiarse el culo en las celdas de castigo. “Pero, aunque no me crean, estoy bien: el hombre es un animal de costumbres”, le escribió a su compañera. Una tía, que era a su vez madrina de un secretario de Videla, le consiguió la opción para salir del país, pero Ciafardini la rechazó. “No es cuestión de salir como rata por tirante. Hay que desentrañar la patraña jurídica de connivencia con la dictadura.” Murió en 1984, sin sospechar que de la mano de Carlos Menem, en 1992, Madueño asumiría como juez de la Nación.
* Por Diego Martínez