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Página 12: “Es algo para mi futuro”

Unos 40 mil alumnos cursaron talleres de apoyo para seguir estudios universitarios o terciarios. La experiencia en Jujuy.

Por Javier Lorca
“¡El quiere ser tu amigo!”, anuncia el folleto evangélico que extiende Bernardo Angel Escobar, un chico jujeño de 19 años. Acaba de contarle a este diario que tiene nueve hermanos y un papá discapacitado. Que, además de estudiar (recién termina la escuela media), ayuda a atender el negocio de su familia, “un típico almacén de barrio”. Y sueña con jugar al fútbol. “Me fui a probar a Tigre, pero mi mamá no me dio permiso para quedarme en Buenos Aires”, dice, con los ojos fijos en las montañas que se ven detrás del patio de la Escuela Normal Gorriti, en San Salvador de Jujuy. También piensa seguir una carrera universitaria: “Me hubiese gustado estudiar medicina o enfermería, para ayudar a los demás. Pero ahora me enteré de que existe la carrera de comunicación... y me gusta”.
Bernardo es uno de los casi 40 mil alumnos del país que, en forma voluntaria y gratuita, durante nueve sábados y días feriados, participaron del programa de apoyo al último año del nivel medio para la articulación con el nivel superior. “Fue un sacrificio grande venir los sábados, pero es algo para mi futuro”, dice.
Organizado por el Ministerio de Educación junto a universidades nacionales y jurisdicciones provinciales, el programa busca igualar las oportunidades de los estudiantes y facilitar el complicado pasaje de la escuela a la universidad. Después de estrenarse el año pasado sólo en Buenos Aires, la actividad se extendió en 2005 a las provincias del Noroeste y Nordeste. En Jujuy, los participantes fueron 75 colegios y 1605 alumnos. Unos 150 de ellos recibieron sus diplomas el sábado pasado, en un acto que también fue agasajo para los chicos.
“Unos amigos me dijeron que el curso estaba bueno y me anoté”, cuenta Viviana Reyes, de 17 años. “Me encantó. Nos dieron unos libros buenísimos. Y, como éramos pocos en los talleres, aprendimos a compartir más, nos sentábamos en ronda y nos veíamos la cara. Era distinto, porque en la escuela somos como 45 en la clase.” Viviana ya se inscribió para estudiar abogacía en Tucumán, desde el año que viene.
“No había un trato tan rígido como en la escuela, podíamos charlar y opinar de otros temas”, añade otra chica. “Aprendí mucho, a expresarme y hacer críticas constructivas. Y también destructivas”, agrega una estudiante de La Quiaca. Su testimonio se oye desde un video proyectado por las autoridades locales y hace reír a los alumnos que ya tienen sus diplomas entre las manos. “Uno podía preguntar tranquilamente. Y los profesores comprendían si uno llegaba tarde. Nos dejaban ir a clase con el mate”, cuenta Bernardo. Para él, los talleres sirvieron “para usar la lógica, para comprender qué está pasando en nuestra sociedad, los problemas de la gente”.
El programa se estructuró en tres módulos de apoyo: lectura y escritura de textos literarios; lectura y producción de textos relacionados con las ciencias sociales y la cultura, y comprensión de información matemática y resolución de problemas. Las clases funcionaban como talleres y fueron coordinadas por docentes universitarios y de institutos terciarios. “Acá trabajamos con una población bastante desprotegida, con chicos que trabajan en ferias, o que están en situaciones marginales –dice Elena Sotelo, docente a cargo de un taller de lengua en la periferia de la capital jujeña–. Para ellos fue un impacto recibir el material de lectura. ‘¿Me puedo llevar los libros?’, se sorprendían. Y les costaba entender que tenían que escribir lo que les había parecido un texto como La metamorfosis. ‘¿Pongo lo que yo pienso?’, preguntaban.”
“Fue una experiencia muy interesante que les dio herramientas a los estudiantes para poder seguir estudios superiores y, sobre todo, para fortalecer su autoestima, que se den cuenta de que pueden”, explica María Ester Sapag, coordinadora provincial del programa. Los talleres les permitieron a los docentes repensar el pasaje entre niveles educativos: el “bache” entre una institución que marca de cerca a los estudiantes (la escuela) y otra que supone sujetos autónomos, librados a su responsabilidad (la universidad). Y la forma en que los alumnos vivieron los talleres –como ellos contaron– habilitó también otra mirada sobre el perfil disciplinario de la escolaridad. “El programa también fue un llamado de atención muy fuerte para nuestras escuelas. Para los chicos, los talleres fueron un espacio de libertad muy diferente al aula –plantea Sapag–. ¿Qué nos pasa que no estamos dejando a los estudiantes expresarse libremente en la escuela?”
 
A todo el país
“No es un curso para egresar de la escuela ni para superar los sistemas de ingreso de las universidades, sino un entrenamiento en habilidades intelectuales útiles para cualquier estudio superior”, dijo a Página/12 Marta Kisilevsky, coordinadora nacional del programa que, hasta ahora, se dicta en 11 provincias, con la participación de 20 universidades. “La idea es extenderlo a todo el país desde 2006”, dijo la funcionaria de Educación. ¿Cómo se evalúan los resultados? Con encuestas a todos los alumnos y docentes involucrados. “El año pasado, el 91 por ciento de los estudiantes recomendaba el curso... Muchos docentes sienten que esto los reconcilia con la docencia y con los adolescentes.”

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