El agua de la lluvia que cayó en la mañana de ayer ante la Sociedad Rural –donde tiene lugar la COP 10– llegaba, por medio de una manga para incendios, desde un tanque ubicado en un trailer y subía por tres altos distribuidores de uso en cinematografía para caer, con total naturalidad, sobre el veredón, junto a un farol como el de la escena famosa de Cantando bajo la lluvia. El actor reclutado por Greenpeace vestía como Gene Kelly pero su cara era una máscara del presidente Bush. Un centenar de medios de prensa del mundo lo registraron bailando, empapándose; como telón de fondo podía verse la proyección de una foto de la esquina de Cabildo y Blanco Encalada y allí la gente con el agua a la cintura en la última inundación. “Bush baila bajo las crecientes lluvias en la Argentina y el mundo, representando la actitud aislada e inmoral de su administración al mantener, en la COP 10, su negativa a adherir al protocolo de Kyoto”, comentó Juan Carlos Villalonga, representante de Greenpeace. En cuanto a las medidas anunciadas por Estados Unidos para disminuir sus emanaciones de gases con efecto invernadero, el ambientalista afirmó que “al plantearse por fuera del protocolo, quedan al margen de todo contralor, verificación o garantía”. Ese país y Australia son los dos grandes refractarios al protocolo, que entrará en vigencia el 16 de febrero.
Con la danza de ayer “quisimos hacer énfasis en los impactos del cambio climático sobre la Argentina”, destacó Villalonga. Vicente Barros –profesor titular de Climatología y director de la Maestría en Ciencias Ambientales de la UBA–, en cuyas conclusiones se apoyó Greenpeace, explicó que “en la Argentina, como en Sudáfrica, Brasil, Estados Unidos y otros países, no sólo aumentó el total de precipitaciones, sino que también son más intensas: en nuestro país se triplicaron las lluvias por encima de los 100 milímetros cada una. Tales fenómenos son consecuencia del efecto invernadero, que provoca más humedad y causa el calentamiento de las capas inferiores y el enfriamiento de las superiores de la atmósfera”.
Estos cambios “se originaron en la década de 1970” y sus efectos son “inundaciones frecuentes y daños por vientos intensos, granizadas y tornados”, precisó Barros, y comentó que “la población sufre estos fenómenos pero no conoce sus causas: las inundaciones en Santa Fe, en la provincia de Buenos Aires, las crecidas en Misiones y en Entre Ríos son consecuencia del cambio climático”.
El titular en la UBA advirtió que “debido a que los gases se mantienen mucho tiempo en la atmósfera, estos cambios climáticos se mantendrán, sea como sea, por lo menos durante 30 o 40 años. Esto requiere medidas como mejorar los sistemas de alerta contra inundaciones, perfeccionar las técnicas de pronóstico para anticiparse a las tormentas súbitas y puntuales y disponer en todo el país de radares de uso meteorológico”.
En cuanto a la situación de los glaciares cordilleranos, Juan Carlos Leiva –profesor titular en la Universidad de Cuyo y jefe de la unidad deNivoglaciología del Instituto de Ciencias Ambientales del Conicet– empezó por explicar que “los glaciares funcionan como amortiguadores del clima: si en determinado año nevó poco, el deshielo de los glaciares nutre los ríos cordilleranos; si, al revés, la nieve abundó, los glaciares acumulan el hielo resultante”. El problema es que “a causa del aumento en las temperaturas, cada vez hay menos hielo en la cordillera: en los últimos años, la línea que marca los 0 grado promedio de temperatura subió entre 150 y 250 metros; entonces, cae menos nieve y, además, se derrite el hielo que actuaba como una especie de cemento en las laderas: hay derrumbes”. Según la evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC), la mayoría de los glaciares andinos tenderán a desaparecer en este siglo, lo cual hará fluctuar la disponibilidad de agua según las lluvias y nevadas de cada año.
Ya en los últimos meses, “en la pared sur del Aconcagua los glaciares más cercanos a la cumbre se rompieron por el calor, y el hielo cayó sobre el glaciar Horcones, 2500 metros más abajo: esto causó la crecida del río Horcones, lo cual a su vez puso en peligro un campamento usado por los andinistas”, contó el investigador. En Mendoza y San Juan, “la disminución del caudal de los ríos, por la reducción de los glaciares, traerá sequías crecientes y afectará gran parte de la agricultura y especialmente la producción vitivinícola, basadas en el regadío”, diagnosticó Leiva.