Como un ejercicio mental, y desde entonces, trato de encontrar un argumento que justifique una colaboración entre un organismo de investigación dependiente de Fuerzas Armadas extranjeras y nuestra institución. Lamentablemente, todos los que encuentro no sólo no me satisfacen, sino que me dejan un sabor amargo. Como pudimos apreciar por la opinión de políticos especialistas, no hay una ley que precise qué tipo de colaboraciones científicas pueden hacerse y con quién. No es el aspecto que me preocupa, ya que considero que hay una infinidad de vacíos legales y hasta veo imposible que se pueda abarcar y delimitar todo.
Es más, cuando del mal se trata, los sicarios son capaces de cambiar el marco legal para conseguir su objetivo. Como antídoto, aspiro a que entre mis colegas exista un mínimo de ética que ennoblezca nuestra profesión mediante una discusión libre y fraternal. Me pueden contestar que la ética es un tema que entra en lo personal, pero lo personal termina cuando se afecta el interés común. Pertenezco a la generación a la que le tocó vivir muy de cerca lo de Malvinas y luchar por restablecer la democracia. Vimos cómo miles de soldados argentinos murieron al enfrentarse a una potencia económica y militar como Gran Bretaña y los jóvenes nos dimos cuenta de una forma muy cruda quiénes eran sus aliados incondicionales, como EE.UU.
Sufrimos en carne propia lo que era la tecnología de un país avanzado para dominar a uno más pequeño. Este hecho formó mi conciencia y posiblemente parte de mi ética y la de miles de argentinos. ¿Cómo explicarles a un padre o a un hijo, de los miles de nombres en bronce que están en Retiro, que una de las prestigiosas instituciones académicas del país colabora con la Armada del país más poderoso del planeta? El mismo país que invadió países menos afortunados como Afganistán e Irak, sembrando muerte y terror con su alta tecnología y sus mentiras.
Posiblemente mis colegas, con el pragmatismo neoliberal de los años ’90, pensaron en mejorar su laboratorio con los fondos de la US Navy y no en la ética que aquí se está planteando. Posiblemente las investigaciones básicas (que nosotros publicamos en revistas internacionales) no sean determinantes para el desarrollo de un sensor en un misil. Seguramente entre la comunidad científica se debería dar una discusión, incentivada por las autoridades de las instituciones científicas, sobre este tipo de colaboraciones. Más que nada para tener en claro que la maquinaria bélica más poderosa del planeta no actúa simplemente como un mecenas, sino que además pretende recibir algo a cambio. La pregunta es: ¿qué?
Por Rodolfo Sánchez, Doctor en Física. Investigador del Conicet.
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28 de noviembre de 2024