Por Javier Lorca
Guillermo Jaim Etcheverry aspira a ser reelegido como rector de la Universidad de Buenos Aires en la asamblea que se hará el 4 de abril. En esta entrevista con Página/12, anticipa sus proyectos para el período 2006-2010, ideas que en los próximos días se plasmarán en un documento público. Profesor de biología celular e histología en la Facultad de Medicina, Jaim Etcheverry centra sus propuestas en una profundización de acciones y planteos ya encarados en los últimos cuatro años, pero agrega que, tras “una etapa de cierto ordenamiento”, ahora es necesario abrir un debate amplio “acerca del futuro de la universidad” y las reformas académicas, estatutarias y organizativas que precisa.
–¿Por qué busca la reelección?
–Esencialmente, porque creo que todavía puedo hacer una contribución importante a este cambio que ha comenzado en la universidad. He adquirido la experiencia necesaria como para encarar muchos proyectos que no pude concretar. El hecho de haber estado al frente de la UBA durante una etapa de crisis tan profunda de la Argentina creo que me autoriza a intentar seguir en una circunstancia en la que pareciera que nos encaminamos a una mayor normalidad.
–¿Qué cambiaría en una próxima gestión?
–Obviamente, la experiencia indica que muchas cosas las haría de modo diferente. Pero lo básico lo haría igual: fundamentalmente, seguir apostando al respeto de la diversidad, al pluralismo y a asegurar la presencia de la universidad en los ámbitos más diversos de la sociedad. Durante este período he apostado a reinsertar a la UBA en el movimiento cultural argentino, a cambiar la imagen de una universidad que era vista como un apéndice de un partido político y hacerla ver como una institución esencialmente preocupada por la educación y la cultura. Frente a la crisis educativa que atraviesa el país, la universidad debe involucrarse cada vez más. Si bien una universidad de investigación como la nuestra tiene múltiples instancias de vinculación social, sigo pensando que lo más importante es el efecto que ejerce sobre los jóvenes. La acción principal de la universidad es darles a los jóvenes las herramientas intelectuales que les permitan adquirir capacidad crítica para comprender esta sociedad e intentar cambiarla. Por otro lado, un tema pendiente para mí es tener mayor contacto con las facultades, los consejos directivos, con la gente de la UBA. Los órganos de gobierno deben estar más cerca de la realidad de la universidad.
–¿Cuáles serían los ejes de su programa?
–Hay muchísimas cosas por hacer, incluso profundizar muchas de las tareas en que nos hemos involucrado. Reitero mi interés en vincular más a la universidad con el sistema educativo. De alguna forma, la propuesta que he hecho vinculada al Ciclo Básico Común está relacionada con ese interés: tenemos que ir más precozmente a buscar a los estudiantes de la escuela media y lograr mayor influencia en esa etapa educativa, sobre todo ayudar a aquellos jóvenes que tienen deficiencias. Por otro lado, me gustaría impulsar una discusión amplia y participativa acerca del futuro de la universidad, acerca de los cambios a producir para adecuar a tiempos cambiantes las estructuras organizativas y académicas, los mecanismos de gobierno. Es cierto que el actual estatuto contribuyó a formar la universidad de los ’60, pero eso ya quedó atrás: ahí tenemos que volver solamente para buscar la inspiración de gente con una preocupación universitaria, pero no son las soluciones de entonces las que se pueden aplicar ahora. La idea es que el próximo sea un período destinado a sentar las bases de una reforma profunda. Veo estos años pasados como una etapa de cierto ordenamiento, de cambios en el rumbo general de la institución, que se ha hecho quizá lentamente, con dificultades, y me parece que ahora deberíamos ocuparnos decididamente de los problemas de base y no tanto de los coyunturales.
–¿Cree que pudo cumplir con el objetivo de “politizar y despartidizar” a la UBA, que se propuso al asumir en 2002?
–Desde el punto de vista de la administración central y de la imagen pública de la UBA, se logró. Es cierto que dentro de la propia universidad subsisten muchas de las prácticas que preexistían. Esa es otra de las razones por las cuales me gustaría seguir en el cargo: veo un cierto peligro en el regreso a muchas de esas prácticas del pasado, incluso de la mano de la misma gente responsable de esas conductas que en su momento, como reacción, permitieron que yo accediera al rectorado. Tendríamos que hacer un esfuerzo entre todos para desterrarlas.
–¿Cómo observa el proceso electoral?
–Con mucho optimismo. Es muy positivo que una universidad como la nuestra tenga muchos candidatos, muchos grupos y propuestas. También creo que es un aspecto positivo de esta gestión el haber creado un clima que lo propició: hace unos años había prácticamente candidatos únicos en la UBA; nadie parecía interesado en presentarse porque encontraba una estructura a la que nadie quería desafiar.
De la administración y la participación
–Las críticas a su gestión parecen dividirse en dos conjuntos. Uno, en el que han hecho mayor énfasis los sectores más o menos vinculados al radicalismo, aunque no sólo, apunta a errores en la administración. Y el otro, desde sectores más progresistas, apunta a la necesidad de un gobierno más participativo y a la postergada reforma del estatuto.
–Empiezo por la segunda, que me parece más importante. Comparto la idea, es necesario repensar nuestra organización y facilitar mecanismos de participación para adecuarnos a la situación social actual. Es un proceso que se va a ir dando y que me gustaría facilitar. Si no se impulsó la reforma del estatuto, se debe a que la UBA está amparada judicialmente frente a la Ley de Educación Superior y modificar el estatuto implicaría someterlo a aprobación del Ministerio de Educación, que debe controlar que los estatutos se adecuen a la ley: parecía una incongruencia cuestionar la ley por un lado y después someternos a ella. De modo que, cuando la ley se modifique, y se supone que eso será en breve plazo, estarán dadas las condiciones para reformar el estatuto. En cuanto al otro aspecto, la situación financiera de la universidad ha sido muy difícil en estos años, casi el 95 por ciento del presupuesto se invierte en salarios... Encontramos numerosos problemas administrativos, muchos siguen presentes, no son cambios fáciles de producir. Pero creo haber hecho una contribución importante: nunca antes se vio con tanta claridad el manejo de los fondos de la administración central de la UBA. Ese es un cambio trascendental del que no hay regreso. Soy consciente de que mirar el mecanismo íntimo de estos procesos económicos puso de manifiesto muchas cosas que, al no poder ser resueltas de inmediato, fueron nuestra responsabilidad. Pero la evolución es muy positiva. También hay que señalar que es muy curioso que muchas críticas provengan precisamente de los mismos responsables de la situación en que nos encontrábamos en el pasado, algo que tiene aspectos políticos insoslayables.