La convergencia de los sistemas universitarios de América latina y su articulación con el espacio común europeo se dibujan como un contraproceso frente a la “caótica heterogeneidad institucional” que –según el investigador Norberto Fernández Lamarra– implicó la explosión de la educación superior ocurrida tras 1950.
Dos datos ilustran ese estallido. Uno: hace cincuenta años, en toda América latina había 75 universidades, mientras que en la actualidad son más de 1500, en su mayoría privadas. Otro: en el mismo lapso, la cantidad de estudiantes se multiplicó 45 veces: pasó de 276 mil a cerca de 12 millones.
Un estudio realizado por Lamarra (Universidad Nacional de Tres de Febrero), presentado la semana pasada en un seminario internacional, indica que desde 1990 la tasa de incremento anual de la matrícula estudiantil latinoamericana ha sido del 6 por ciento. “Esta tasa ha sido mucho mayor para la universidad privada (8 por ciento) que para la pública (2,5).” Hoy, más de la mitad de la matrícula de la región está en instituciones privadas. Las excepciones más notables son Argentina, Uruguay y México, donde sigue predominando la universidad pública. El panorama regional exhibe un “crecimiento irracional” de las universidades, falta de registros (“no sabemos exactamente cuántas universidades hay”, advirtió Lamarra), “una fuerte disparidad entre los planes de estudios” de los diferentes países y la “superposición entre carreras largas, de modelo profesionalista y napoleónico, y carreras cortas, de modelo angloamericano”. En ese complicado contexto, diversos países de América latina intentan seguir el camino de convergencia abierto por la Unión Europea. La propia UE lo está incentivando, para poder establecer acuerdos de cooperación e intercambio.
El principal avance que incluye a la Argentina se ha dado en el Mercosur, junto a Brasil, Paraguay y Uruguay, más Bolivia y Chile como asociados. Dentro del área de educación, los respectivos gobiernos –más representantes de universidades públicas y privadas y del sector productivo– han desarrollado el Mecanismo Experimental de Acreditación de Carreras (MEXA). Hasta ahora, los acuerdos alcanzados se relacionan con el reconocimiento de tres títulos de grado. El más avanzado corresponde a la carrera de Agronomía: este año se acordaron los estándares y los contenidos mínimos de los planes de estudio, por lo que estudiantes y docentes de las universidades que acrediten cumplirlos podrán circular sin trabas entre las casas de estudios del Mercosur, mientras que los graduados podrán ejercer su profesión. Otro proceso de convergencia en marcha es una versión latinoamericana del Proyecto Tuning, que ya integran universidades de 18 países de la región.
En el seminario sobre convergencia educativa organizado por la Untref, Fernández Lamarra destacó que “la diversidad y superposición de modelos organizativos y académicos” pueden ser un obstáculo para los intereses de integración. Otro problema evidente es la mayor duración –teórica y práctica– de las carreras en Latinoamérica. “La duración real de nuestras carreras de grado es de 8 o 9 años. Las maestrías son de 3 o 4 años, y los doctorados son otros 4.” Frente al modelo vigente en la UE (grado y maestría en 5 años), “esto genera una disparidad muy fuerte”.
La senda de Bologna
El hito fundante de la convergencia universitaria en Europa es la llamada Declaración de Bologna, firmada en 1999 por 29 países. El objetivo de aquel acuerdo –que hoy integran 40 países– es llegar al año 2010 con un Espacio Europeo de Educación Superior ya consensuado y en marcha. ¿Qué implicaría esta “revolución universitaria”, como la han definido sus impulsores? Un sistema universitario compatibilizado, con libre circulación de profesores y alumnos, planes de estudios con estándares y contenidos mínimos compartidos, sistemas de créditos comunes, reconocimiento de los títulos y regímenes de evaluación de la calidad académica. Otro objetivo no menos explícito es que la universidad europea enfrente a la norteamericana.
Los países europeos han acordado llevar sus planes de estudios hacia un modelo de dos ciclos. El primero sería un bachelor, una licenciatura –lo que en Argentina sería el grado–, que deberá incluir al menos 180 créditos (tres años: 6 semestres de 30 créditos cada uno). El segundo ciclo sería un master –posgrado– de 120 créditos (dos años), que podría ser de orientación profesional o de investigación. Luego, integrado, seguiría el doctorado.