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Página12-Domingo 21: \"Busca asociar drogas con intelectuales\"

El ataque del profeta autoritario ahora se centró en los “baños sucios” y el supuesto festival de drogas en la universidad. En realidad, explica Murillo, es una expresión de prejuicio: la base de Blumberg asocia universidad pública con desorden.

22 de noviembre de 2004, 12:36.

El escritor norteamericano Tom Wolfe se despachó recientemente contra el “carnaval sexual” que reina en las universidades de su país. En la Argentina, la semana pasada, Juan Carlos Blumberg reclamó el despido de las autoridades de la Universidad de Buenos Aires porque los estudiantes de algunas facultades consumirían drogas, según insistieron ciertos medios de comunicación. Salvando las enormes distancias (otro país, otros dramas, otro orador), ambas expresiones se ciñen a un mismo reclamo de orden, a una misma exigencia de disciplina que condena conductas pertenecientes, en principio, al espacio privado: ¿el debate público sometido a la tiranía de la intimidad? En el caso local, la tragedia personal del orador y su énfasis en las drogas asocian la universidad con la violencia. Pero, ¿cómo fue que Blumberg terminó hablando de la universidad? ¿Qué trazo unió una línea punteada que va de la inseguridad, la delincuencia y el consumo de drogas a la vida académica? En diálogo con Página/12, Susana Murillo, profesora e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), piensa esos y otros interrogantes.

–¿Por qué desembocó en la universidad el discurso sobre violencia y represión de Blumberg?

–En realidad, me parece que el discurso de Blumberg se construye sobre varias capas de la memoria argentina, donde la violencia se naturaliza por un lado y, por otro lado, se oculta. La argentina es una sociedad profundamente violenta, con el genocidio de la dictadura, con el hambre, y al mismo tiempo es una sociedad que oculta esa violencia a nivel doméstico. Como esa violencia se niega, se esconde, reaparece como culpabilización del otro. Y los sujetos preferidos para encarnar ese otro son el pobre y el joven. Mi hipótesis es que esa violencia negada se pone en otros. Entonces, sobre esas capas se monta el discurso de Blumberg, un discurso que arranca el 24 de marzo cuando, mientras se hacía el acto de la ESMA, el cuerpo de Axel era arrojado al río (esto es algo que evidentemente excede a Blumberg como sujeto individual). La universidad, en particular la Universidad de Buenos Aires (UBA), ha sido uno de los pocos lugares de resistencia intelectual a la andanada de los organismos internacionales. Y, en el imaginario de personas como Blumberg, la universidad está asociada a los procesos sociales y políticos que se dieron en los ‘70. En ese sentido, se podría estar dando un intento de poner al universitario, como un otro, junto al pobre y al joven, a través de la pretensión de vincularlo con las drogas. La asociación entre droga e inseguridad ya está instalada y ahora se intenta asociar drogas con intelectuales de izquierda, aunque es claro que no todos los intelectuales de la universidad son de izquierda.

–¿Qué imagen de la universidad se oculta detrás de sus palabras?

–El discurso de Blumberg está fuertemente basado en las clases medias altas, por el temor a lo que les puede pasar, y en las clases medias bajas, por lo que ya les pasó. En esos sectores hay una fuerte asociación entre pureza, seguridad, limpieza y universidad privada. Mientras que la universidad pública aparece muy vinculada al desorden. Aunque hay que aclarar que, en el mercado laboral, la universidad más prestigiosa sigue siendo la UBA. En mis clases tengo alumnos de Noruega y ellos dicen que la formación que reciben acá es superior a la de su país. Objetivamente, en el imaginario social y en el mercado, la UBA conserva su prestigio. Por eso, cuando hoy lo central para la sociedad argentina es la seguridad, según indican los sondeos, si algún grupo quiere atacar a la universidad pública lo mejor que puede hacer es asociarla con la inseguridad. La clave es ver qué entendemos por inseguridad...

–¿Y qué se entiende por inseguridad?

–Con inseguridad la gente se refiere al peligro del delito, muy vinculado con la droga. Pero en la Argentina también está asociada con la represión de los ‘70, con la hiperinflación y la crisis económica, con la negación de lamuerte y la violencia que sufrió nuestra sociedad. La gran presencia de la muerte y su fuerte negación producen una enorme incertidumbre. Simultáneamente, la inseguridad se relaciona con la cultura de los ‘90, con el fantaseo de entrar al Primer Mundo como salvación frente a aquella muerte y aquella violencia. Esa fantasía se hizo trizas. la Argentina es el único país de América latina que en cinco años duplicó la pobreza y triplicó la indigencia, según datos oficiales. Esto es un shock muy fuerte que genera una gran vulnerabilidad en la población.

–El discurso sobre violencia e inseguridad que producen los medios de comunicación entró recientemente en dos espacios, dos instituciones que le eran más o menos esquivas. Con el crimen de Carmen de Patagones, ingresó en la escuela y ahora, con el tema de las drogas, en la universidad. ¿Se pueden pensar en paralelo?

–Es cierto, es muy interesante, pero no me animo a pensar los dos casos en relación. Con el caso de Carmen de Patagones, los medios de comunicación hablaron mucho y después se callaron. Sobre eso tengo dos hipótesis. Una es que lo abandonaron porque no es funcional a la construcción de la inseguridad que hacen los medios. La segunda es que no le pudieron encontrar una explicación. Yo me inclino por la primera hipótesis: el caso de Patagones no les sirve porque la construcción de la inseguridad se hace desde el delito y la droga, que ahí no estaban presentes. La inseguridad se construye deliberadamente como una forma de control social: al estar aterrados nos encerramos.

–Al margen de las palabras coyunturales de Blumberg sobre unos y otros temas, ¿cómo analiza el derrotero de su discurso? ¿Qué características permanecen?

–Lo esencial, lo que me preocupa más fuertemente, es que Blumberg parece haber venido a encarnar, como sujeto individual, la resolución de todos los problemas vinculados con la seguridad. Es algo que en filosofía política se conoce como neodecisionismo. Por ejemplo, lo que fue Cavallo en los ‘90: él iba a solucionar todos los problemas económicos. Se trata de una figura salvífica que viene a salvarnos, en este caso, de la inseguridad. Lo más peligroso es que este decisionismo implica la abolición de los tres poderes republicanos y una delegación todo el poder en una sola autoridad. Es una forma de neofascismo. Y lo preocupante no es tanto lo que él dice, sino que gran parte de la población lo coloca en el lugar del salvador y desaparecen las mediaciones reflexivas, como ocurrió cuando el Congreso aprobó la baja en la edad de imputabilidad de los menores. Esto es gravísimo y esto es lo que permanece.

Blumberismo

Por Leonardo Moledo

Juan Carlos Blumberg vuelve a descargar su Sermón de la Montaña. Ahora pide que se eche al rector de la Universidad de Buenos Aires, Guillermo Jaim Etcheverry. Las razones que esgrime, en verdad, son más que suficientes: consumo de drogas (según propaló una revista) y grafittis en los baños. “Yo cuando visito las fábricas reviso los baños –dijo–, y me aseguro de que estén limpios.” No hay por qué dudar de su palabra y puede apostarse a que los baños de la o las empresas de Blumberg seguramente están limpios, aunque sería interesante saber qué biólogos, ingenieros, abogados, médicos, filósofos y científicos –que todo eso produce la UBA con sus baños mugrientos– salen de allí. ¡Bienaventurados los que gozan de limpios baños en privadas universidades, porque ellos recibirán compensación!

Sacerdote laico, legitimado por la sangre de su hijo, promotor de una cruzada para rescatar la paz del Santo Sepulcro (y ahora la universidad de Buenos Aires), Blumberg cometió la imprudencia de no sugerir quién debería reemplazarlo. Grave omisión en un ungido por el dolor, ya que la Universidad podría precipitarse en el Apocalipsis y una anarquía moral aún más perniciosa y peligrosa que la actual que podría arrastrarla a los males que tan bien los norteamericanos supieron combatir con su voto: el consumo esta vez masivo (y en una de esas obligatorio) de drogas, el casamiento entre gays y la práctica sistemática del aborto.

¿Quién sería el que Blumberg no nombró? ¿Qué tal Nito Artaza (o tal vez el injustamente olvidado ingeniero Santos) para reemplazar a Jaim Etcheverry, que al fin y al cabo no es más que un científico de prestigio, un pensador sobre la situación universitaria?, ya que es de suponer que el propio Blumberg declinaría ese honor, ya sea por modestia o megalomanía. Al fin y al cabo, Nito Artaza, en su propio estilo, más ruidoso, y más espástico, más propio del teatro de revistas y no del recato moral, es también un perfecto representante de ese mínimo sentido común, o mejor “sentiduelo común” que eleva al rango de premisa general una tragedia, una experiencia o un impulso personal y momentáneo. Sentiduelo común que el ingeniero ha llevado a una expresión –tanto oral como escénica– bastante redondeada, a un discurso cadencioso y profético, a un susurro moral y entrecortado –¿Demóstenes lo envidiaría?–, que bien merece ser llamado el blumberismo. ¿Se entiende?

Discurso recatado que de la seguridad de la gente pasó al terreno de la educación y, junto a la sociedad, generosamente pretende rescatar la universidad, limpiar sus baños y proveerlos de papel higiénico, ya que estamos, por el simple expediente de echar al rector y entronizar a Nito Artaza. Sería un acto revolucionario, ya que el blumberismo, que solamente circula por los altos ideales, no se detiene en detalles como que la universidad tiene cuerpos intermedios, consejos electivos, claustros representativos y el libertinaje de permitir la repartija de carteles y, en el extremo, de escribir en los baños. Tampoco repara en que los rectores no se ponen y se sacan. Salvo en períodos autoritarios, claro está.

Decir que el blumberismo es autoritario ya puede resultar fastidioso, no lo es tanto recordar que no se trata de autoritarismo circunstancial: el blumberismo es necesariamente autoritario, autoritario por principio. Ya que al tratar de encajar en corsés simples problemas complejos, forzosamente necesita recortar lo que sobra, sea con tijeras de podar, o con mano dura, con armas cortas o largas, o echando al rector de la universidad. El blumberismo intenta que las sociedades o las personas encajen en esquemas, y encima en esquemas locales y limitados. Es el simplismo prepotente, el ignorar que los reclamos siempre son más simples que las soluciones, dato que al faltar lleva a no pocas decepciones, políticas y de las otras.

Pero quizá lo peor del blumberismo sea su inocencia (o su aparente inocencia), y su buena fe, al ampararse en causas razonables o que generan empatías inmediatas: el asesinato de un hijo a manos de una banda de criminales, o la buena fe con la que muchos ahorristas depositaron dólares. Y con ese amparo –como los que tan entusiastamente defendía Nito Artaza– puede filtrar el autoritarismo en el discurso, un discurso que, justamente debido al atractivo del simplismo y la prepotencia de adquirir, junto al discurso, la verdad indubitable obtura cualquier forma de razonamiento y análisis.

Las velas de Blumberg, los gritos de Nito Artaza, las Malvinas son argentinas, los argentinos somos derechos humanos, Macri sosteniendo que puede administrar la ciudad porque administró un club de fútbol, Castells representando un patético papel de mártir, un consejero superior de la universidad cortándose la mano con un vidrio y mostrando la herida y clamando “ésta es la sangre que los estudiantes estamos dispuestos a derramar”; la oposición en la Facultad de Exactas acusando al oficialismo de “reprimir igual que durante el Proceso”; la universidad piquetera, que nadie sabe qué quiere decir.

Los baños del país están sucios de blumberismo.

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