La penetrante y experta mirada de un ministro responsable por la salud de los habitantes de nuestro país nos registra como acólitos freudianos y lacanianos lo cual, según su visión, nos excluye de toda operatividad en el orden de los conflictos sociales.
Precisábamos recibir un alerta acerca de este pulular del mundo psi en las universidades. La experiencia en su puesto le permitió al señor ministro verificar por dónde atraviesan las necesidades de quienes padecen violencias sociales, alcoholismo, consumo de sustancias, así como sus orígenes y pronósticos, y a partir de esos conocimientos ha logrado evaluar la inoperancia de los psicólogos universitarios (excluyendo la eficacia de los colegas que lo acompañen en su gestión).
Quizá no alcancemos a entender la proyección sociointelectual de las afirmaciones del señor ministro, a quien escuché en un reportaje radial insistir en que no se había referido ni a los psicólogos ni a los cupos, centrando sus comentarios en los médicos, cuando del otro lado de la entrevista le respondía una colega cuyas afirmaciones, que eran correctas, él negaba. Estaba asistiendo a lo que psicopatológicamente llamamos una desmentida, pero como ésa es una clasificación psicoanalítica, titubeé en mi diagnóstico. Mi formación psicoanalítica probablemente estaría alejándome de un tema nacional como el que se debatía. Como la construcción y análisis de los discursos constituye una práctica imprescindible para quienes somos psicólogos universitarios, recurrí a los testimonios escritos. Cuando el señor ministro presentó en Córdoba el Plan Federal de Salud, los periódicos encomillaron: “La mayoría de los psicólogos que se forman son lacanianos, psicoanalíticos, etcétera, cuando los problemas que hay en la Argentina son el alcoholismo, las adicciones, la violencia social, que requieren otro tipo de perfil profesional”.
Entonces, tenemos dos temas cuyos descriptores están regulados, en primer término, por una afirmación radial: enfrentado periodísticamente con el planteo de la colega, el ministro dijo que no dijo lo que dijo renegando de sus afirmaciones iniciales. En segundo término, se remitió a una “mayoría” cuya densidad estadística complementó con un etcétera, frase latina que quiere decir “y las demás cosas”. O sea,” La mayoría de los psicólogos que se forman son lacanianos, psicoanalíticos, y las demás cosas”. Enunciación que posiciona de manera vil a los colegas cuya formación es cognitivista, guestáltica, sistémica, existencial o junguiana, por solo citar algunas corrientes del pensamiento psi. En cuanto al otro tipo de perfil profesional que el señor ministro solicita para contraponer a la precarización intelectual que protagonizamos los inservibles y supernumerarios que no hemos contribuido a la mejora del estado de salud de los habitantes del país, si bien no lo describió parece tenerlo in mente y les advierte a las universidades que está en posesión de un saber académico nacional y popular, que torna imperiosa su asesoría para quienes se vienen equivocando en la organización de carreras universitarias.
El señor ministro de Salud, mediante sus afirmaciones, descalificaciones a profesionales y avances sobre la autonomía universitaria, ha ejercido violencia social institucionalmente avalada por su rango. Es violencia social en tanto su descalificación atraviesa a sus destinatarios directos y daña a quienes, por razones de convivencia, consulta o trabajo dependen de ellos, o sea, a un significativo sector de la comunidad, estadísticamente nomenclaturizado y distante de los etcéteras y de lasgeneralidades. Es específicamente violencia en tanto compromete un exceso de fuerza (verbal y opinante) para dar a conocer sus ideas, y es socialmente extendida por lo abarcativo de sus apreciaciones que incluyen a universos cuyos miembros están ligados por las redes que nos vinculan, a los inservibles y supernumerarios, con las comunidades que confían en nuestros esfuerzos y en nuestra cotidiana dedicación al estudio.
Los dichos del señor ministro son peligrosos porque promueven la adhesión de aquellos sectores que durante décadas se han opuesto a los aportes que las distintas corrientes psicológicas incluyeron en la historia de nuestro país. Quienes tenemos memoria ya hemos escuchado, durante el terrorismo de Estado, las acusaciones que el psicoanálisis concitaba. Ahora la vertiente es otra, los psicólogos con formación psicoanalítica no somos juzgados como lo fuimos entonces, como pervertidores de los valores occidentales y cristianos, sino como inservibles, es decir, polarizados en el otro extremo del espectro. Una sutil línea ideológica enlaza y anuda ambas convicciones provenientes del riñón del poder.
Aunque inicié el texto con un nosotros, que remite a mi pertenencia al corpus gremial y académico de psicólogos universitarios, es ésta una perspectiva personal que me incluye entre los que hemos sido descriptos como inservibles y supernumerarios; después de la reflexión necesaria, personalmente distante de toda soberbia improcedente y asentada en nuestros derechos a ser tratados con el respeto que la dignidad humana exige y que la pertenencia profesional reclama, lamento que el señor ministro de Salud sobrelleve tamaña hostilidad contra los psicólogos, recreando una antigua diferencia entre estos y los médicos.
Manteniendo encendidas –mediante la descalificación– las añejas disputas que las ciencias actuales han superado.