–¿Qué características sobresalen de la violencia en las escuelas, en Brasil?
–No es sólo un problema de Brasil o la Argentina. Pasa en todos los países de América latina, Europa y en Estados Unidos. En nuestras investigaciones vimos que siempre hubo violencia en las escuelas: antes se les pegaba a los chicos, se los ponía arrodillados. No es un fenómeno nuevo, pero va tomando características distintas.
–¿Cuáles son las formas actuales de esa violencia?
–Hoy la violencia en las escuelas no es un tema prioritario, ni en Brasil ni en otros países de América latina, excepto cuando los medios dan a publicidad un hecho de violencia. Pero el tema es más complicado. Hay una violencia que es física. Acá es la primera vez que sucede (se refiere al caso de Carmen de Patagones), pero en Brasil se banalizó la cuestión de la muerte. No hay estadísticas oficiales que muestren la cantidad de chicos que mueren en las escuelas por año. Nos enteramos por el diario. Las primeras veces estos hechos eran publicados en notas grandes. Ahora son artículos pequeños. Esta banalización se da principalmente entre las clases populares.
–¿Cree que estas situaciones generaron cambios en la escuela?
–La escuela democratizó el acceso. Hoy aloja a los chicos que antes no accedían al sistema educativo. Durante la primaria, los chicos están dentro de la escuela. En la secundaria también se ha masificado en cierta forma. Cambiaron las características de la población que está en las escuelas. Y la escuela no acompañó este cambio.
–¿Cuáles son las causas de la violencia en las escuelas?
–Hay muchas dificultades para el diálogo. Tanto directores como profesores no aceptan a esta población. Esto es un hecho. Se ha abierto la escuela. Pero los profesores y directores no saben qué hacer con estos jóvenes que no se comportan como ellos esperaban. Hay una cultura juvenil que la escuela no acepta.
–¿Qué efectos trae esta reacción del sistema educativo?
–Por ejemplo, en el caso de Carmen de Patagones, se trataba de un chico aislado. ¿Por qué la escuela no se da cuenta de que hay un chico aislado? ¿Cuáles son los mecanismos para que los docentes puedan interesarse por sus alumnos? El conocimiento va más allá de enseñar historia o geografía. Lo que no se dice sobre lo que pasó en la escuela de Columbine, es que diecisiete chicos sabían que iba a pasar eso. No hubo ningún tipo de diálogo: ninguno pudo contarlo.
–¿Cómo convive la democratización de la escuela con la falta de aceptación de los que son diferentes?
–La escuela se ha democratizado porque los chicos están allí, pero eso no quiere decir que se los escuche. El de la Argentina es un caso de violencia dura, de armas. Pero para llegar a eso hay un proceso de violencia dentro de las escuelas que se da a través de las relaciones sociales.
–¿Se han visto armas en las escuelas, en Brasil?
–Sí. Hay muchas situaciones con personas armadas. Pero no se pueden establecer comparaciones, porque la investigación que se hizo en Buenos Aires (a cargo de la Dirección de Política Criminal del Ministerio de Justicia) es muy chica en comparación con la que hemos hecho en Brasil. Allá hemos encuestado a 40 mil alumnos, 4 mil profesores y 10 mil padres. En Brasil, un 13 por ciento de los chicos dice haber visto armas de fuego y otro 13 por ciento, armas blancas.
–¿Qué factores contribuyen a la existencia de armas en las escuelas?
–Un factor importante es la facilidad para obtener armas. Más del 20 por ciento de los chicos dice que sus padres tienen armas en la casa. El 7 por ciento dice que pueden comprar armas cuando quieren. En las entrevistas nos dijeron: “Es más fácil comprar armas que pan”. Pero hay que analizar la violencia simbólica y la violencia institucional, que es la que permite llegar a la violencia física.
–¿Qué características tiene la violencia institucional en Brasil?
–La violencia institucional que está relacionada con la mala calidad de la enseñanza, el abandono escolar, el alto nivel de reprobación. Lo alumnos no soportan estar en la escuela.
–¿Qué rol debe tener la escuela en el contexto actual?
–La escuela debe tener la función tradicional de educar, pero debe tener otras funciones. Profesores y alumnos culpan a las familias y a los propios alumnos por lo que pasa en las escuelas. La escuela tiene la capacidad de quedar exenta de culpa. El propio mecanismo de la escuela les impide darse cuenta de que lo que está en crisis es la escuela. Se individualiza un problema social. La familia cambió su papel en la sociedad. La escuela también debe cambiar su papel en la sociedad.
–¿En qué sentido se debe dar este cambio?
–Debe ser una escuela protectora, del no miedo, más democrática. Debe ser un lugar donde se pueda hablar sobre lo que pasan allí. En las escuelas funciona “la ley del silencio”. Nadie habla sobre las problemáticas excepto que se llegue a un caso extremo. El clima escolar no es un clima de tranquilidad. Hay un 7 por ciento de alumnos y un 3 por ciento de profesores que no van a la escuela por miedo.
–¿Qué tipo de políticas públicas se deberían instrumentar para enfrentar esta problemática?
–En la Argentina, la cuestión de la mediación escolar y de la convivencia son experiencias interesantes. Brasil avanzó más en sus investigaciones sobre el tema y se puede empezar a hablar de políticas públicas. En Brasil, el programa “Abriendo espacios” fue una respuesta a este problema, que tiene consecuencias en el cotidiano de la escuela. Otro programa que está desarrollando el Observatorio de Violencia son los cursos para la policía militar sobre juventud y derechos humanos.
–¿Por qué se da cursos a la policía militar?
–Porque en Brasil la policía militar está cerca o dentro de las escuelas. Por ejemplo, en Brasilia hay policías militares dentro de algunas escuelas, que están en zonas de riesgo. La policía visita las escuelas para ver cómo están las cosas. Es una discusión complicada.
–¿Está de acuerdo con que la policía cuide la seguridad en las escuelas?
–No, para nada. Está probado en muchas investigaciones que cuando está la policía en las escuelas, se incrementa la violencia. La problemática de las escuelas la deben arreglar los padres, los directores y los alumnos. No hay que tomar medidas represivas. Hay una discusión en los gobiernosestaduales para poner detectores de metales. Pero está probado que no se solucionan los problemas. Además, el problema de las escuelas no son las armas. Las armas son casos excepcionales. El cotidiano de la escuela lo deben arreglar las personas que pertenecen a ella.
–¿Se suele recurrir a reclamos de endurecimiento de penas para los menores frente a las situaciones de violencia?
–Sí. Esta discusión que se da en la Argentina también se da en Brasil. Nosotros estamos en contra de eso porque no se arregla nada, por el contrario, empeora la situación. Y hace que los chicos sean más vulnerables. Nosotros hemos trabajado con instituciones cerradas para chicos (institutos de menores) y allí nos decían que esas instituciones son “escuelas para el crimen”. Aún no hay opciones en nuestros países para estos chicos. Debemos entender que ni en Brasil ni en la Argentina hay una población de jóvenes marginales. Se piensa que los jóvenes representan todo lo negativo de una sociedad. Pero los jóvenes no son marginales ni delincuentes.