“Nos reunió el hecho de que la universidad está completamente desconectada de los problemas nacionales –contó Rozitchner–. Esto es lo que más indignaba: que el lugar privilegiado de la elaboración del saber nacional, que esa universidad pagada por toda la gente, aun por los que menos tienen, se haya callado la boca y haya aceptado la destrucción del país en los últimos años.”
El paso siguiente de estos intelectuales y profesores de la UBA fue buscar dónde conjugar el pensamiento con la necesidad material del país. Así llegaron a la destrucción del ferrocarril como emergente de las consecuencias del neoliberalismo en Argentina. “La red de ferrocarriles, en su estructura radial, abarcaba la totalidad del país, era un modo de pensar en rieles al país mismo. Era como si pudiéramos visualizar en esa red la necesidad de un pensamiento más abarcativo y, sobre todo, encarar una tarea fundamental relacionada con el problema de la Nación, que fue donde radicó lo más destructivo del menemismo –siguió el director del proyecto–. Los ferrocarriles eran un atisbo de integración de la Nación, permitían que las provincias de alguna manera se desarrollaran y acercaran al centro elaborador de la riqueza, el pensamiento, la ciudadanía, para tener un país donde las partes no estuvieran separadas y el centro se viera como unificador. Es evidente que la destrucción neoliberal del país fue acompañada por la reducción a parcelas separadas de cada provincia. Y el ferrocarril fue justamente el instrumento de esta separación: ramal que para, ramal que cierra era decir ramal que para, provincia que muere.”
Pero lo que plantean los integrantes de Vías Argentinas no es una mera recuperación, por otro lado impracticable. “Toda la red ferroviaria fue producto de un tipo de país que hoy ya no está. Uno de los problemas es de qué manera hay que pensar hoy una red ferroviaria que sea integradora del país, que plantee un nuevo concepto de Nación –señaló Jaime Sorín–. La destrucción del ferrocarril llevó a la destrucción de todas las economías regionales a la vez y a la desaparición de montones de pueblos y ciudades, casi 600, que habían nacido y vivían en función del ferrocarril.”
Entonces, el objetivo es enriquecer la concepción, “darle al ferrocarril una dimensión polifacética, no de mero hecho económico”. Y es allí donde se involucra una clara noción de qué debe ser la universidad pública. “En nuestro planteo, la universidad es el intento de incluir la multiplicidad de saberes esparcidos en las distintas facultades como formando parte de la creación de una nueva aproximación a un objeto de estudio y desarrollo que es al mismo tiempo social, económico, político, moral. Todas las facultades deberían permitir concretizar el objeto ferrocarril y ampliarlo para sacarlo de la dimensión que tuvo tanto para sus creadores ingleses como para sus destructores del menemismo. Aún los intentos que hoy existen de recomposición del ferrocarril necesitan de un aporte que amplifique el sentido del ferrocarril mismo. La universidad es el mejor lugar para poder hacerlo”, dijo Rozitchner.
Pero la universidad puede ser parte de la solución porque es también, en esta perspectiva, parte del problema. “Lo que está encubierto en este tema integra el encubrimiento en que la universidad mantuvo a todos los saberes. La universidad permitió la desintegración y la destrucción del país con saberes profesionalizados, en los que cada uno tenía su pequeño ramal: así el derecho se separó de la economía, la economía de las ciencias sociales, la psicología se separó de la historia. Toda esta dispersión corresponde a la atomización del país que estamos viviendo.” Sorín: “En la universidad cada uno de los saberes tiene su camino y nunca se cruzan. Para construir un concepto de Nación no pueden estar los saberes separados. Si hay que discutir un ferrocarril hay que discutirlo socialmente. El ferrocarril no es solamente un medio de transporte. Eso tiene que ver con la ética de las profesiones”. Rozitchner: “Y no estamos hablando de moral, sino de la participación de los ciudadanos en la riqueza de la república, que de esta manera ha sido escamoteada, como ha sido escamoteado el saber. Insisto en el carácter destructivo que tuvo la universidad, en la medida en que era la conciencia teórica del país. En ese sentido, facilitó y estuvo al servicio de la destrucción. Todavía subsiste en la universidad esa estructura. Nuestro proyecto, en última instancia, tiene que ver con una decisión política: transformar esta universidad en algo que realmente le sirva al país, que no esté desmantelada como los ferrocarriles”.
Simultáneamente, desde la universidad estatal, el equipo de investigadores propone a Vías Argentinas como “un desafío al poder político. Los políticos no podrían desconocer esto que es producto de la actividad del Estado y responde a los intereses nacionales. Porque no habría un saber más desinteresado que esté, al mismo tiempo, más interesado”.
Los debates y las actividades
Los debates previstos por Vías Argentinas empiezan hoy, con “Universidad y ferrocarriles: del conocimiento histórico técnico al proyecto de restitución del derecho al ferrocarril”, con el director y los codirectores del proyecto, más el decano de Ingeniería, Bruno Cernuschi, y Andrés Carrasco (a las 19, en Las Heras 2214). El próximo encuentro será el 12 de octubre, “Cómo se destruyeron las vías férreas argentinas: de una voluntad destructiva a un proyecto integrador”, y el siguiente será el 16 de noviembre, “Perspectivas críticas para la construcción del ferrocarril como medio social autónomo” (a la misma hora, en la misma sede).
Además de los debates, las actividades del proyecto están en marcha en diferentes direcciones. “Se está trabajando en dos aspectos –contó Jaime Sorín–.
Primero, estamos armando una biblioteca con todo lo que se opinó y pensó acerca de los ferrocarriles. Y, por otro lado, empezamos a recorrer los talleres ferroviarios, los que quedan abiertos y los que están cerrados... Encontramos talleres desmantelados, lugares donde trabajaban dos mil personas y hoy no hay nadie. Se robaron todo, en serio. En Tolosa se llevaron hasta los caños de plomo que estaban embutidos en las paredes.” Para Rozitchner, “es un viaje al pasado, a la desolación, a los restos muertos de un país que estuvo vivo. La experiencia es terrible... Es una vergüenza nacional que la universidad haya permanecido callada. Sobre todo porque, al plantear el proyecto, encontramos una cantidad de gente dedicada a la historia y el conocimiento del ferrocarril. Había una especie de saber adormecido pero vivo, disperso y no utilizado. El proyecto sirve un poco para hacer reverdecer esa riqueza”.