A continuación compartimos las palabras del Dr. Víctor Gustavo Zonana, decano de la Facultad de Filosofía y Letras, doctor en Letras, investigador independiente de CONICET y profesor titular de la Cátedra de Teoría y Crítica Literaria, en ocasión del lanzamiento del Espacio de diálogo de la Universidad Nacional de Cuyo.
Entre lo evidente y lo que debe ser demostrado, entre la orden y la persuasión, entre la agresión física y el debate está el diálogo. Me remito a una analogía ya clásica: como sucede con los relieves de las monedas, el significado de las palabras se desgasta. Pido disculpas por colocarme desde este lugar de las letras para participar en esta mesa de reflexión, pero creo que este horizonte puede darnos algunas herramientas válidas para pensar críticamente nuestras prácticas.
Estas mesas surgen de un acuerdo del Consejo Superior de la Universidad Nacional de Cuyo. Aspiran a repensar un hecho traumático acontecido en el mes de marzo que posee ecos lamentables y recientes: la destrucción vandálica de la muestra 8M manifiestos visuales en el espacio Luis Quesada del Rectorado que visibiliza los derechos de las mujeres e identidades feminizadas. Al carácter apelativo del manifiesto un grupo de fieles católicos le responde de manera violenta con la anulación. El conflicto de intereses y de valores se resuelve, según mi entender, del peor modo, soslayando el valor de la palabra y la argumentación.
Un modo iniciar este recorrido es resignificar el sentido del concepto diálogo. Podemos entender el diálogo como lo opuesto al monólogo. Y, también como un espacio de intercambio en el que intervienen voces diversas. Es por ello, un texto que se construye colectivamente entre dos personas o más. En su forma oral presencial, supone compartir un espacio, un tiempo y un objeto. Pero, para que exista un verdadero diálogo, no basta que los participantes den testimonio, en sus palabras, sus gestos y entonaciones de su compromiso: sus enunciados deben estar mutuamente determinados, es decir concatenarse unos con otros. Así, los hilos de esta textura que se va produciendo colectivamente se anudan de cierto modo. A través del diálogo se aspira a alcanzar un acuerdo, aunque sea parcial (Adam. 1992). Posiblemente la costumbre nos haya hecho olvidar de que las decisiones capitales del gobierno de la Universidad y de las Facultades se realiza mediante el diálogo en los consejos directivos y en el consejo superior. Esta conversación que sostenemos semanalmente confirma y sostiene el tejido social de la universidad en la medida en que en él intervienen representantes de todos sus miembros.
No siempre ese tejido es armonioso o posible. Quienes transitan escenarios de resolución colectiva saben que las participaciones de los distintos actores a veces no son pertinentes, es decir, adecuadas en el tiempo, en su calidad informativa, en su claridad o en su relación con el objeto del diálogo. También han experimentado situaciones en las que la presentación sucesiva de argumentos aparentes se orienta a atiborrar a la asamblea para ganar la discusión a toda costa, más por cansancio que por consenso. Es lo que en la antigüedad se entendía por erística (Olave Arias. 2019)
Tanto en su forma cotidiana como en su forma institucional, el diálogo tiene sus rituales de apertura y cierre y sus secuencias interaccionales (Adam. 1992). Alguien da la palabra, o toma la palabra, respetando los turnos de alternancia y alguien presta oídos a lo que cada uno tiene que decir. Desde este lugar ideal, el diálogo se establece como una instancia para ayudar a dar a luz sobre una cuestión o un conflicto y para la toma de decisiones.
Quien abre y cierra un diálogo, quien da la palabra ejerce un poder. Quien la toma, ejerce un derecho y tiene una responsabilidad por ello. Desde este horizonte nos podemos preguntar de qué modo la apelación al diálogo puede ser efectiva para la resolución de los conflictos y no un instrumento para normalizar un estatus quo y encubrir las relaciones de poder y los solapamientos de intereses que estos plantean.
Creo que esto es un desafío enorme en el escenario actual ya que nos encontramos, siguiendo a Renato Ortiz, en una “(…) situación de globalización en la que coexiste un conjunto de unidades sociales (colectivos, naciones, regiones, tradiciones, civilizaciones), integradas en un todo interconectado por la tecnología, pero altamente heterogéneo y en el que persisten las desigualdades” (2014, 28). En este escenario se desdibuja un espacio de lo común posible, que contenga lo diverso. El ideal de pluralismo inherente a nuestra concepción de democracia presupone que toda diferencia puede y debe ser armonizada dentro de un mismo continuo. Pero esta perspectiva soslaya que las diferencias expresan conflictos vinculados a situaciones históricas concretas, es decir, que se producen socialmente y son portadoras de sentido histórico. Marcan el lugar de una crisis que es necesario resolver y asumir. Antes que tolerancia, que en su sentido originario implicaba soportar lo que no se podía erradicar, lo que se necesita para un diálogo verdadero es capacidad de empatía, de comprensión, prudencia para relacionarse con quien detenta esa diversidad como valor identitario. Volver a descubrir lo común sin negar el peso histórico de las diferencias sería una tentativa fundamental de este diálogo cabal.
Pero lo común también se desdibuja, con ayuda de la tecnología, en la era del “individuo tirano”. La exacerbación del individualismo conduce a una situación general caracterizada por Éric Sadin, a mi juicio, acertadamente en la que:
“(…) no prevalece ya ningún punto de referencia identificable, donde se hace reinar voluntariamente la inestabilidad permanente, donde ciertas pulsiones se pueden expresar sin encontrar mayores obstáculos, haciendo oscilar una dinámica continua de caos que provoca incertidumbre personal y disolución de las estructuras sociales. (…) la tendencia de los individuos a concebirse como totalidades más o menos cerradas y replegadas sobre su propio régimen de creencias y a sentirse destinados a hacer prevalecer prioritariamente sus puntos de vista, si se ve llevada a multiplicarse, a intensificarse, y a banalizarse, estaría entonces a la altura de llevar a formas de anomia. Desorganización de un conjunto, desintegración del lazo social resultante del desmoronamiento de lo fundado en lo común” (2022, 38).
He hablado de las tecnologías y quisiera referirme a una experiencia personal que, entiendo, tampoco favorece un diálogo eficaz. No podemos desentendernos de la prótesis que representan nuestros dispositivos celulares. Se han vuelto parte de nosotros a punto tal de que olvidarlo nos representa un enorme trastorno. Nos ofrecen un espejismo de soberanía. Nos han acostumbrado a no estar en donde estamos: participamos fragmentariamente de todos los acontecimientos sociales (almuerzo familiar, partido de fútbol, concierto, reunión de Consejo Superior) porque al mismo tiempo transitamos en el espacio del chat o de la exploración de redes. Y a veces caemos en una suerte de respuesta de reenvío compulsivo de novedades sin dar tiempo al pensamiento. Por momentos, la realidad experimentada en el celular se vuelve más tangible y cierta que la que acontece efectivamente. Lo vivimos hace poco cuando una lluvia de mensajes que circularon por WhatsApp y por redes refiriendo actos de vandalismo en el gran Mendoza, obligaron a una declaración oficial para no suspender la jornada de trabajo. Para un diálogo efectivo la concatenación de los discursos nos exige estar de cuerpo presente y prestar al otro la debida atención.
Creo entonces que esa es la tarea: recuperar un diálogo real, pleno, para reconstruir ese espacio común que nos contenga.
Víctor Gustavo Zonana
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Nacional de Cuyo
Referencias:
- Adam, Jean-Michel (1992). Les textes. Types et prototypes. Paris, Nathan.
- Olave Arias, Giohanny (2019). Análisis del discurso en disputas públicas: retorno a la erística. Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander.
- Ortiz, Renato (2014). Universalismo/ Diversidad. Contradicciones de la modernidad-mundo. Buenos Aires, Prometeo Libros.
- Sadin, Éric (2022). La era del individuo tirano. El fin de un mundo común. Buenos Aires, Caja Negra.