Se trata de un emprendimiento científico internacional. Participan unos 400 investigadores de 17 países. Y busca estudiar las partículas veloces que llegan a la Tierra desde el espacio exterior. Habrá otro equivalente en el Hemisferio Norte.
En Malargüe, Mendoza, bajo un rigor solar que intimida –los físicos hablan aquí de heliofanía, una limpidez de la atmósfera que allana el paso de toda radiación, y que hace añorar un cierto grado de polución– se inauguró ayer el observatorio de rayos cósmicos Pierre Auger, tres mil kilómetros cuadrados –quince Buenos Aires, treinta “Parises”– de detectores dispuestos cada mil quinientos metros en una pampa amarilla enmarcada por el espectáculo ambiguo de las montañas nevadas.
Celebración festiva en una atmósfera de mudo orgullo colectivo por haber completado la construcción de lo que ya comienza a considerarse –la ciencia es insaciable– la primera parte de un proyecto que se amplía irreprimiblemente. Los resultados, obtenidos aun antes de la puesta en funcionamiento oficial, lo permiten, lo auguran: una portada de la revista Science en agosto de 2007 consagró el nacimiento de una nueva disciplina, impulsada desde Malargüe: la astronomía de partículas.
Ahora ocurrirá la puesta en funcionamiento del observatorio. Teóricamente, la finalización de esta primera etapa de construcción malargüina debía señalar el comienzo de la construcción de un observatorio equivalente en el Hemisferio Norte. El lugar ya había sido elegido: Colorado, en Estados Unidos. Hoy, sin embargo, se cree que el proyecto del Norte se convertiría en la ampliación del observatorio de Malargüe. En todo caso, la idea es aumentar primero la resolución del flamante observatorio, agregando detectores intermedios y, en una segunda etapa, encarar su eventual ampliación.
El observatorio Pierre Auger es un emprendimiento científico internacional en el que participan unos cuatrocientos científicos de más de ochenta instituciones y diecisiete países: Alemania, Argentina, Australia, Brasil, Bolivia, Eslovenia, España, Estados Unidos, Francia, Holanda, Italia, México, Polonia, Portugal, Reino Unido, República Checa y Vietnam. Esos científicos se proponen determinar la naturaleza y el origen de los rayos cósmicos de altas energías. Los rayos cósmicos no son otra cosa que partículas veloces que llegan a la Tierra desde el espacio exterior. Los rayos estudiados en Auger, en particular, son protones (o quizá núcleos atómicos) que inciden sobre la atmósfera terrestre a velocidades cercanas a la de la luz. Llegados a la atmósfera, después de viajar distancias justamente astronómicas, el destino de esos protones es chocar con las moléculas de nuestro aire y producir una cascada de miles de millones de partículas secundarias que llueven sobre la superficie de la Tierra. Los detectores malargüinos, unas mil seiscientas piletas plásticas llenas de agua, están allí para registrar el paso de esas partículas secundarias. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, la detección de rayos cósmicos es un evento más bien infrecuente, que en Malargüe ocurre unas treinta veces en el año. ¿De dónde provienen esas partículas? De fuentes que se encuentran fuera de nuestra galaxia, del centro de otras galaxias.
Además del Premio Nobel 1980, James Cronin, vocero del proyecto y entusiasta trabajador de los pasillos –Cronin se acomoda en un pupitre fuera de su despacho para trabajar y ver pasar a la gente–, se encuentran en Malargüe, para la inauguración, los investigadores Alan A. Watson y Paul Mantsch, miembros del proyecto; el director del Fermilab, Pierre Oddone; la presidenta del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), Catherine Bréchignac; la presidenta de la Comisión Nacional de Energía Atómica, Norma Boero, y la presidenta del Conicet, Marta Rovira. También asistió a la inauguración el vicepresidente Julio Cobos.
Ayer, la presidenta del CNRS instaba a este cronista a que tomara conciencia de la suerte extraordinaria que significa para el país albergar un proyecto como el de Malargüe.
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22 de noviembre de 2024