El cine moderno (la modernidad, en general) se planteó como un movimiento de ruptura. Siguiendo el modelo de Noel Burch, quien señala tres períodos en la historia del cine (el primitivo como tesis, el MRI de Hollywood como antítesis, y el moderno), este último vendría a representar una síntesis en la dialéctica de los dos anteriores. A más de la admiración que sintieron los modernos franceses (las huestes cahieristas) por el cine clásico, a partir del cual acuñaron el archiconocido concepto de "cine de autor", lo que buscaron en realidad fue superarlos, "matar al padre", a partir de un retorno a los orígenes del cine.
Vista hoy, a más de cuarenta años de su estreno, Sin aliento resulta tal vez envejecida en algunos aspectos: ciertos cuestionamientos, determinadas propuestas técnicas y formales... Es lo que ocurre con muchos films modernos. Sin embargo, realizando una lectura contextual, es posible descubrir el valor de ruptura que significó en su momento y que marcó nuevos rumbos en el cine, que llegan hasta nuestros días.
Godard se propone hacer una película que renueve el film noir. Vale decir, y retomando los conceptos anteriores, hay tanto admiración como deseo de superación. En esta dialéctica, el resultado es la vuelta a la mirada originaria. Valgan los siguientes como ejemplos: las largas tomas propias del cine primitivo, aunque ya no son fijas, sino que se desarrollan en elaborados movimientos). El cine se ha vuelto, para 1959, un lenguaje autoconsciente y autorreferente. A la vez, no desdeña los logros del cine clásico en lo que hace a los géneros.
Las citas, referencias y alusiones se multiplican en este film que hemos dado en llamar a la vez de homenaje y de rebasamiento: Michel Poiccard (el joven Belmondo) ve los afiches de Bogart, representamen del cine clásico; y pasa frente a un cine en el que se está proyectando Hiroshima, mon amour, emblema del cine moderno. El gesto que como leit-motiv hace pasando los dedos sobre los labios también está tomado de Bogart.
Por otro lado, Michel Poiccard es el anti-héroe propio del desencantado mundo que representaba el film noir. Es que tal vez sea aquí donde hay que distinguir el cine moderno como estética, y la modernidad en declive como ética/actitud. Esta última se atisba ya desde las vanguardias de los años '20; y el film noir de los '40 no hace sino expresar la decadencia, oscuridad e insatisfacción que la posguerra causó en la sociedad. Hasta aquí, la actitud. La estética moderna que se desprende de ella propone una ruptura del racionalismo que, según probaba la experiencia histórica, no había conducido más que al nihilismo.
Es ese mundo nihilista el que, tanto en el nivel formal del lenguaje como en el del relato, propone Sin aliento para provocar al espectador. El distanciamiento que crean tanto el comportamiento de Poiccard como los recursos formales (la música, los planos largos) interpelan a un público que tuvo que desacostumbrarse a que lo mimaran y lo condujeran de la mano como en el cine clásico. Godard espera un receptor adulto, que sea capaz de responder a la mirada interrogadora de Patricia (Jean Seberg), sostenida a cámara, pero atravesándola, para llegar a conmover los cimientos del espectador, de un mundo que ya se ha vuelto distópico y, sobre todo, del propio cine.
Como el personaje de Seberg, el cine moderno, y Sin aliento en particular, plantea cuestiones que no resuelve, sino que nos dejan perplejos, contemplando un tiempo que se va vaciando, y que deja flotando solamente los interrogantes de un mundo en cambio. El cine también ha cambiado en estos cuarenta años, y sin embargo, propuestas como la de Godard siguen dejando, tanto por su propuesta renovadora de los cánones de la época, como por las cuestiones aún sin respuesta que plantea, literalmente sin aliento.
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1 de noviembre de 2024