El mayo francés según Romero
1968 fue un año clave para el mundo y para el cine, por lo menos para el cine de terror. Nuevas criaturas ?los zombis? llegaban a las arcas del género para cambiarle la cara y no abandonarlo nunca más.
Cuando George Romero filmó ?La noche de los muertos vivos? marcó un antes y un después en el cine de terror; estética e ideológicamente. Los filmes clásicos de monstruos marcaban su umbral de exhibición en grandes escenas de destrucción masiva (ciudades, pueblos, casas) pero nunca se metían con la mutilación del individuo, por lo menos con la voracidad y nivel de detalle con que lo hace Romero en su opera prima. El cuerpo humano es el lugar de la batalla y el depositario de todas las deformidades, tanto en la flacidez deforme y pestilente de los zombis como en la mostración de la mutilaciones de sus ataques a los todavía humanos.
En el campo ideológico, en una acepción laxa del término por supuesto, se verifica un ?corrimiento? en el lugar de origen del mal. En la era clásica del género, aquella dominada por los monstruos de la Universal, el mal provenía siempre del exterior de la comunidad. Lo maligno era algo terrible, pero que con heroísmo y esfuerzo colectivo podía ser repelido para devolver a la sociedad a su estado de equilibrio ideal e inicial.
En la comunidad de Romero las cosas son muy distintas. El mal es intrínseco a sus integrantes. Los monstruos somos nosotros y nuestros instintos desbocados. El mal sólo puede ser mantenido a raya y contenido provisoriamente pero nunca aniquilado. La convivencia con el lado oscuro es el precio a pagar por la subsistencia.
Así estudiantes y zombis cambiaron el mundo para siempre.
Muertos
Es notorio como la misma premisa argumental puede originar obras de calidad tan dispar. A grandes rasgos: un grupo heterogéneo de personas (género y raza) se ve ante una amenaza (invasión de muertos vivos en los dos casos) que lo pone ante una situación de vida o muerte que sólo podrá superar funcionando como comunidad.
La casa del espanto se inscribe en la peor tradición del subgénero ?terror adolescente?. Es una muy mala adaptación del popular juego de video ?House of dead? carente de todo rigor narrativo y dramático y cuenta con las peores actuaciones en años (¡ay Jurgen!). La pobre excusa argumental va así: un antiguo y maldito sacerdote español descubre la fórmula de la inmortalidad en base a experimentos con mutilaciones y reconstrucciones de cuerpos humanos. Necesita jóvenes para poder seguir renovándose y crear su ejército de muertos vivos.
El filme ?si se lo puede considerar tal? es un letal cóctel molotov: mal filmada, muy mal iluminada, peor musicalizada y repleta de situaciones inverosímiles resueltas a las apuradas. Está absolutamente ausente la preocupación por mantener un tono a lo largo de la penosa hora y media de rodaje: combina inefectivas masacres nocturnas con eternas peleas físicas diurnas sin ninguna lógica dramática más que la sucesión temporal. Resulta graciosa cuando quiere ser sombría y ridícula cuando quiere emocionarnos.
?La casa del espanto? se nutre de los peores elementos del cine clase B (lo berreta y la desprolijidad) pero dejando de lado lo que hacía interesante esos filmes: su frescura e inventiva así como la audacia que posibilitaba no tener la presión de millones de dólares invertidos. Hagamos un ejercicio de meditación y olvidémosla rápidamente. Por nuestra sanidad mental.
Vivos
Si todo paisaje tiene sus valles y montañas ?como sabiamente afirma una máxima zen? somos afortunados de haber llegado a la cima y observar esa espantosa casa desde lejos. Ya en la montaña nos encontramos con una muy buena película que se encuentra en las antípodas de la que tratamos en el apartado anterior.
?El amanecer de los muertos? es un muy buen ejercicio de género filmado con destreza, sobriedad y cariño. Sobre todo cariño por un género que generalmente cae en manos de seres que no le tienen confianza y lo masacran a destajo.
Esta remake de la segunda parte de la trilogía zombi romeriana (noche, amanecer, día) retoma con respeto al grupo de sobrevivientes humanos refugiados en un shopping para salvaguardarse de la invasión zombi. Con nervio y convicción el filme avanza a paso firme.
Sin la apetencia de crítica social de su mentora (encarnada en el shopping como ícono máximo del capitalismo consumista) el debut tras las cámaras del fotógrafo Snyder se las arregla para impactar y dejar satisfecho al espectador más exigente del género. Secuencias de montaje acelerado, oscura fotografía y un muy cuidado uso de la banda sonora (es notable cómo explota los silencios como modo de generar inquietud) son los pilares del entramado formal que sostiene esta negrísima fábula.
Por paradójico que suene, una película para seguir creyendo en lo que vendrá.
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