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Reflexión sobre las fiestas

Elena Lescano, docente de la Facultad de Educación Elemental y Especial de la UNCuyo comparte su reflexión sobre el comportamiento de las personas en las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Propone vivirlas con satisfacción para evitar riesgos en la vida personal y también de la comunidad.

01 de diciembre de 2010, 13:25.

imagen Reflexión sobre las fiestas
¿Cómo festejamos las Fiestas los “animales racionales”?

Desde Aristóteles en adelante nos enorgullecemos de diferenciarnos de los otros animales por ser “racionales”. Pero, ¿lo somos? El tendal de accidentes de tránsito, niños quemados y animales perdidos por causa de nuestro modo de celebrar las tradicionales Fiestas, le provocaría a un presunto ET, de visita por estos lares, unas cuantas dudas. Si la visita fuera más larga y analizara todo nuestro modo de vida, ya podemos imaginar cuáles serían sus conclusiones…

Ser racional supone poder discernir, evaluar, juzgar, pensar. Nuestro gran cerebro con sus voluminosos lóbulos frontales nos da la posibilidad de hacer todo esto. Podemos relacionar causas y consecuencias; podemos prever acontecimientos; podemos planificar y tomar decisiones para maximizar las satisfacciones y minimizar los riesgos en la vida personal y de la comunidad. Y, sin embargo, pareciera que, como los lemmings del cuento, seguimos alegremente a un flautista que nos conduce al abismo. 

Seguramente, hay muchas cosas en el mundo globalizado que no podemos cambiar en forma individual; pero si ajustamos el foco sólo en las Fiestas, veremos que pequeñas modificaciones en nuestra conducta pueden hacer una gran diferencia. Una diferencia que puede salvar nuestra vida y la de nuestros seres queridos o, por lo menos, evitarnos traumas físicos y psíquicos irreparables.
Porque, pensemos un poco, por puro gusto de ejercitar nuestras potencialidades. ¿Cómo serían las noches de Navidad y de Año Nuevo sin alcohol y sin pirotecnia? ¿Muy diferentes a las acostumbradas? Sí, claro.

No tendríamos esa placentera sensación de euforia y de exaltación que nos da el alcohol, al principio; ni tendríamos todos los estimulantes ruidos y luces en el cielo que nos da la cohetería, para asegurarnos que estamos de fiesta. Sin estas antiguas maravillas podríamos ponernos tristes, podríamos aburrirnos, podríamos empezar a reflexionar. Podría pasarnos todo aquello que nos contacta con nuestro mundo interior y nos aparta de las constantes andanadas de  distracción del mundo externo. Y, hasta podríamos encontrarnos con el “otro”, nuestro prójimo. En la cotidianeidad, no hay ningún riesgo de que estas situaciones ocurran: todos “andamos a mil” con los negocios y no nos queda tiempo para el ocio. Y en estas Fiestas, en que no tenemos negocios… ¡pues llenamos el vacío con alcohol y cohetes! ¿Por qué no habríamos de hacerlo? Si es tan grato…

Habría otras cosas diferentes sin alcohol y sin pirotecnia, que también hay que ponderar.

-Habría muchos menos heridos y muertos por accidentes viales, esa manera tan sin sentido de morir que preferentemente afecta a los jóvenes.
-Habría menos mascotas enloquecidas y perdidas, que luego son lloradas por toda la familia y que acaban muriendo de a poco en la calle, para  horror de los corazones sensibles. 
-Habría menos niños, adolescentes y adultos con dedos y con ojos quemados.
-Habría menos aves que abandonan el nido aterradas dejando a los pichones morir de hambre.
-Habría menos animales encarcelados en zoológicos que se hieren en sus jaulas por la desesperación.
-Habría menos familias que se sentirían humilladas por no disponer de tanto dinero para exhibirse en el barrio con sus ruidosas explosiones o con su delirio alcohólico y balas que acaban en el cuerpo de alguien..
-Y, ¿saben qué? Habría más posibilidades de diálogo familiar y amistoso en la larga sobremesa nocturna. Quizá, tan sólo quizá, en ese diálogo podríamos encontrarnos con los que nos importan, de persona a persona.

Tal vez, un solo trago para el brindis y unas pocas cañitas de luces sin ruido, nos alcanzarían para poder tener la torta y también comerla… Y el dinero que ahorraríamos así,  podríamos dedicarlo a algo más  valioso para nuestras vidas. O, quizá, para regalarles una hermosa cena a los chicos que tienen hambre…. 

Es una cuestión sencilla; se trata sólo de sopesar los pro y los contras. Y decidir. ¿O Aristóteles estaba equivocado con aquello de “racionales”?

Por Elena Lescano. Profesora Titular de Psicología Educacional de la Facultad de Educación Elemental y Especial, UNCuyo.




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