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¿Se busca un Consenso superador del de Washington?

Joseph Stiglitz propone abandonar el “Consenso de Washington”, que guió a la economía política en gran parte del Tercer Mundo. La iniciativa es más crítica que propositiva.

29 de agosto de 2005, 09:21.

Por Pablo Ramos

APM/Agencia Taller

pramos@perio.unlp.edu.ar

En la localidad de Pilar, a unos 70 kilómetros de Buenos Aires, se desarrolló esta semana el seminario”El Consenso de Buenos Aires, una nueva agenda para América Latina quince, años después del Consenso de Washington”, organizado por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Initiative for Police Dialogue (IPD, Iniciativa para el diálogo Político, en español), que contó con la presencia del Nóbel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, la senadora Cristina Fernández (embuida en la campaña electoral argentina), tres ministros nacionales incluido el titular de Economía, Roberto Lavagna, y distintos economistas.

El nombre del seminario quizás sea un tanto ambicioso, pero en nuestra región hay una conciencia altamente difundida sobre superar la economía política que reinó en la década pasada, y de la cual Argentina fue su alumno más aplicado. Los pilares sobre los que se asentó lo realizado en la última década del milenio pasado fueron expresados en la capital de Estados Unidos en 1989 y de ahí que se conociese como Consenso de Washington. Su ideólogo fue el economista John Williamson, quien definió estas políticas como recomendaciones dirigidas a países dispuestos a reformar sus economías para “pasar de la pobreza a la prosperidad”. Recordemos este apotegma.

¿Cuáles eran los postulados del Consenso de Washington? En su aspecto económico, se lo puede definir como postulados neoliberales, por lo cual subyacía la idea de que si todos los resortes de la economía se dejaban en manos del mercado, se solucionarían todos los problemas en poco tiempo y el mundo se encaminaría hacia una era de prosperidad sin final previsible. Sin embargo, hace tiempo que el sueño terminó…

Específicamente, los postulados económicos aplicados durante los noventas fueron la apertura de la economía a la inversión extranjera y el libre comercio, y las privatizaciones de aquellas actividades que permanecían bajo el monopolio estatal. En síntesis, la no intervención estatal. Sus defensores sostenían que la riqueza que algunos sectores obtendrían alcanzaría a la sociedad toda gracias al “derrame”. Pero los máximos beneficiarios de esta política construyeron compartimientos estancos, y ni una gota les llegó a los pobres.

América Latina en general, y Argentina en particular, adoptaron estos postulados y los llevaron adelante. Como ejemplo, a comienzos de la administración del presidente Carlos Menem (1989-1999) la deuda pública argentina ascendía a los 60.000 millones de dólares, monedas más, monedas menos. Cuando le cedió el bastón de mando a Fernando De la Rúa (1999-2001), los compromisos con los acreedores eran de 140.000 millones. Sin embargo, durante su presidencia se habían vendido activos estatales (subvaluados) por más de 20.000 millones de la moneda norteamericana –muchas de estas empresas fueron adquiridas por el sistema de capitalización de acreencias- y sin embargo, la deuda se incrementó en 80.000 millones más.

Sobre los indicadores sociales, para qué hablar. El desempleo, de un promedio del 6 por ciento en la década de los 80, pasó a una media de 18 puntos en los 90. Se sancionó una ley de Educación Federal que preveía aumentar un 20 por ciento por año, durante cinco años, el presupuesto dedicado a ese sector… y ya el primer año debió aplazarse y nunca más se aplicó.

Esta política, surgida en el Consenso de Washington -¿o deberíamos llamarlo Imposición?- fue impulsada por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Tanto es así que, su mejor discípulo, Carlos Menem, fue presentado en la apertura de la asamblea anual de 1999 como “el líder que todos deben imitar”.

Hoy no hay país en la región que no tenga una visión aunque sea crítica de estos postulados. Además, Argentina sirve como ejemplo, ya que fue el “mejor alumno de este experimento”, en palabras de Stiglitz. Todos sus vecinos, adoptaron los principios de Washington pero en muchos casos con reservas. Brasil aún mantiene empresas bajo la órbita estatal; Chile no puso nunca en duda el control estatal sobre la firma Codelco -, y Venezuela resistió los embates contra PDVSA (Petróleos de Venezuela S.A.).

Sin embargo, Argentina, “el mejor alumno de este experimento”, se quedó sin empresa petrolera nacional –estatal o privada- y convirtió a España –sin un solo pozo de extracción en su territorio- en una nación en vías de ser una potencia de los hidrocarburos. Tampoco tiene una aerolínea de capitales nacionales –Aerolíneas Argentinas pertenece al grupo español Marsans-, la empresa naviera de bandera (ELMA) sencillamente fue vendida por rutas y por barcos. ¿Se imaginan que le pasaría al directivo de una empresa privada que, tras vender la mitad de los activos de la corporación, duplicase la deuda y no obtuviese un peso de ganancias?

Hasta aquí, un repaso de los conceptos incluidos en el Consenso de Washington y sus consecuencias en nuestra región. Pero Stiglitz está al frente de una institución, el IPD, que busca construir un consenso superador del de 1989, “un gran experimento que fracasó”. Pero el propio Stiglitz fue vicepresidente de un organismo “hermano” del Fondo, el Banco Mundial (BM), a la vez que también fue asesor del presidente Bill Clinton, por lo cual habría que debatir si el ilustre visitante es la persona más adecuada para consensuar una agenda para los próximos quince años.

Es que hay que destacar que durante el seminario en el hotel Sheraton de Pilar, se oyeron más críticas a los años pasados que ideas sobre qué se debe hacer. Lo que sí propuso Stiglitz es que Argentina negocie una quita de la deuda que mantiene con el Fondo. También enfatizó que nuestras naciones deben promover la investigación y la educación, y hasta se mostró a favor del control del ingreso de capitales. Aunque, por omisión, se concluyó sólo en lo que no debe hacerse. Entonces, ¿Qué debería postular como principios el Consenso de Buenos Aires?

En principio, debiéramos coincidir en no reiterar las políticas que nos dejaron en el primer año del nuevo Milenio en peor situación que cuando comenzaban los noventas. Aunque esto no significa rechazar todo lo hecho. Por ejemplo, la creación del Mercado Común del Sur (Mercosur) fue en 1995. Pero debieran desplazarse los ejes. El crecimiento no tiene sentido per se, sino como vía de solución a los graves problemas económicos y sociales. No debemos tenerle miedo introducir medidas tendientes a distribuir en forma equitativa la riqueza generada, a la vez que procuramos producir más. Crecimiento y distribución son ambas caras de una misma moneda: cuando una de ellas pretende desentenderse de su contraparte, se produce un “veranito” que luego es seguido de una nueva glaciación.

En nuestro continente viven más de 800 millones de habitantes. Unos 280 millones viven en Estados Unidos, por lo cual uno de cada tres americanos es estadounidense. Sin embargo, de cada doce dólares que se producen en las tres Américas, diez se generan dentro del territorio de los Estados Unidos. Todo este inmenso territorio queda por recorrer.

Creemos conveniente también que no se debe poner un sesgo económico a las relaciones entre nuestras naciones. La integración no debe dejarse librada a los directivos de las trasnacionales, sino que debe ser un proceso que escuche a todos los sectores involucrados. Cuando esto no ocurre, es fácil llegar a situaciones como las que atraviesa Bolivia, por citar un ejemplo.

Podríamos señalar que cualquier intento de crear un consenso superador del de Washington debe prever un desarrollo sin excluidos, pero desde el principio y no que los pobres deban esperar. Al menos, que las naciones cumplan con los Objetivos de Desarrollo del Milenio propuestos por la ONU, que busca llegar al 2015 con una reducción a la mitad de la cantidad de personas que viven con un dólar diario partiendo del 2000.

Es decir, recrear una economía política que garantice el crecimiento económico, la distribución y la integración de los sectores sociales y las naciones, sin enamorarnos de un indicador o de una medida concreta que nos pueda dar un resultado coyuntural alentador, sino poner el énfasis en las tendencias. Basta recordar que hacia el año 1995, los argentinos nos creímos ser una nación del Primer Mundo…

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