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Sobreviviendo en la cárcel

Los familiares de los internos de la penitenciaría hablan de la situación de las celdas. Mala alimentación, hacinamiento, frío, son algunos de los problemas que denuncian. “Levantaban una papa y había una cucaracha hervida.” Me dice una señora de más de sesenta, una mañana de cualquier día de la semana, el día que le toca ir a visitar a su hijo a la penitenciaría provincial. Más allá de las promesas del ministro Beliz, de la polémica Cobos- De Marchi (por si la cárcel va o no en Campo Cacheuta), de la Bicameral de seguridad en la Legislatura, la realidad del penal provincial y de las cárceles de todo el país tienen un rostro parecido. Aquel que grita furioso, que allá dentro ya no se es tan humano. Solamente porque no te permiten serlo. Y los familiares son, quizá las voces de los presos, que no logramos escuchar. Porque están lejos. Porque están encerrados. Y porque muchas radios sólo pasan policías.

18 de mayo de 2004, 09:26.

Es un día cualquiera (digo cualquiera, porque sino, me dicen que les van a rebajar el horario de visita, como castigo, por “buchones”) . Hijos, esposas, madres, todos en fila, esperan que los dejen pasar. Hace frío, no sabemos si va a llover. Llevan bolsos con comida, con telas e hilos para que ellos hagan manualidades, cigarillos, y los sueños de una semana.

Es verdad que van a hacer una huelga, les pregunto. No sabemos, dicen. Pero si estás acá a las cinco, cuando salgamos, te lo contamos. Ah, dice una mujer con un nene que llora y se come los mocos, creo que sí, por lo que dice el diario. Y me repite algo que ya sé: en febrero hicieron una huelga masiva de hambre y se les prometió salidas transitorias, libertad asistida, teléfono público y un cens. Sí, ellos quieren estudiar (dice una chica, tímida). Hubo muchas promesas (se mete la madre de la papa con la cucaracha hervida): Cobos, en campaña, prometió a los familiares que si lo votaban tendrían beneficios, pero viste, no pasó nada, entonces cuando volvió el gobernador a visitarlos, los presos lo esperaban con cuatro granadas.

Y entonces, empiezan todas (porque todos son casi todas), a soltarse y a contarme pedacitos de historias. Oscilan entre que “ se cagan de frío”, “ se turnan para dormir”, “los canas les rompen las manualidades que hacen”, “acá entra una camión con comida, pero los muchachos les dan un pedazo de pan, y una sopa (agua)”.

Les toca pasar: se apuran. Estamos acá hace dos horas. Sigue haciendo frío, y que no sabemos si va a llover.

Y me voy. No tengo nada que decir. Esta vez, no tengo nada que decir. Y me encierro en la maldita cárcel urbana del internet, el ruido, los relojes y el mismo mundo.

Laura Fiochetta
laufiochetta@hotmail.com, lfiochetta@yahoo.com

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