La poeta y ensayista Graciela Maturo, santafesina residente desde hace décadas en Mendoza, acaba de editar Los trabajos de Orfeo. Aquí, un análisis sobre este libro que teoriza desde el humanismo.
El pasado 14 de octubre, en el marco de los encuentros llamados “Martes literarios” del MMAMM, Gustavo Zonana y yo presentamos Los trabajos de Orfeo. Experiencia y lenguaje de la poesía, de Gabriela Maturo.
Es un libro con dos horizontes de ponderación, la literatura y la filosofía, que justificó entonces nuestra tarea conjunta así repartida. Aquí va mi contribución.
El libro está formado por varios trabajos que son: ensayos, una conferencia, ensayos, ponencias, ensayos, presentación de libro, ensayos… Tengamos en cuenta que el ensayo es el género más apropiado para la búsqueda genuina, y es, por otra parte, el tono más pertinente para presentar lo que allí se logre encontrar y donde se juega la identidad del que busca.
Después de leer todos los trabajos que conforman el libro reparé en dos cosas: por un lado, no tanto al título como al subtítulo, que dice: “Experiencia y lenguaje de la poesía”. Experiencia…, lenguaje…, y nos quedamos pensativos porque son dos palabras muy caras a la vida del espíritu.
Reparé, por otro, en lo mínimo de dos palabritas nítidas como estrellas, al final: las dos últimas palabras, de la última oración, precisamente antes del último punto final y antes de caer en el elenco de la bibliografía. Las dos últimas palabras rezan así, y las leemos con pompa: “… conversión y redención”.
Las dos primeras palabras dicen “experiencia y lenguaje”, las dos últimas “conversión y redención”. Cedo pues al afán de compactar con ellas todo el libro en una esencia redonda y simétrica por concinidad: la experiencia es experiencia de la conversión espiritual y el lenguaje es el camino y la meta de su redención.
Experiencia de la poesía y conversión
Graciela Maturo desarrolla la experiencia de la conversión según una ley de interiorización mítica (¡esto se ve desde el título! ¡el mito de Orfeo!), en tanto que el mito tiene una función universalizante. El mito, que una vez aceptado por el poeta-autor y el poeta-lector, se erige como modelo humano de conversión y así redime su condición de humano caído.
La experiencia humana es la experiencia del espíritu por lo que éste tiene tanto de aquí y ahora como de universal y necesario. Veámoslo: la experiencia de la poesía por lo que tiene de máximo aquí y ahora es no sólo de este mundo temporal, transitorio, caduco, mutable y perecedero, sino, también por su carácter tópico de suelo: está en un suelo arraigado. ¿Qué suelo? Lo telúrico de América, en ese sentido cargado y grávido de Rodolfo Kusch en su América Profunda.
Mencionar a Rodolfo Kusch es aludir a un autor que junto con Paul Ricoeur influyen notablemente en el pensamiento reflexivo y humanista de nuestra homenajeada. La aproximación fenomenológico-literaria de Kusch y su compromiso con las fuerzas del suelo, en el estar de América, le dan a la obra de nuestra autora la coloratura local de respeto por lo propio y, al mismo tiempo, por lo popular que se respira como hilo conductor en estos estudios experienciales sobre crítica desde una perspectiva situada. Situada… ¿dónde? En América. Esta línea de trabajo se ve en Graciela Maturo desde 1971, cuando funda el Centro de Estudios Latinoamericanos de Argentina.
El espíritu es esencialmente convertivo (¡atender a esto!: la conversión no es mero cambio ni metamorfosis) y el reconocimiento de su esencia convertiva es lo que define el temple humanista del filosofar contemplativo y místico de nuestra autora en esta obra sobre literatura, sobre filosofía y sobre poética.
Lenguaje: redentor y redimido
La búsqueda del lenguaje de la poesía la hace Maturo atendiendo al caso de poetas americanos, ella misma entre tales. Esto último potencia el alcance de sus profundas y serenas reflexiones y les da carne, y les da cuerpo de voz, de tinta y papel. Entre otros: Rubén Darío, Vicente Huidobro, Lezama Lima, Ricardo Tudela.
Cuando Graciela Maturo, en este su libro, llama a comparecer a filósofos de la palabra como Ricoeur y Heidegger para entrar en diálogo con ellos (algo muy común como un recurso científico en el trabajo de reflexión académica) uno nota entonces su estilo de poetisa. Una poetisa que cumple una tarea de singular empatía para incardinar y engarzar lo técnico-filosófico en la delicada trama ontológica de su propio proyecto poético, de su aspiración a la propia poesía que abre mundo y que hace la palabra.
Y su estilo es contagioso, forja discípulos y entusiasma a sus lectores. La poetisa, al teorizar atrapa, e hipnotiza no sólo por sí, sino por saber mostrar eso otro mayor, simbólico, mítico que redime el lenguaje por lo que tiene de caído, de prosaico, de habitual, de cotidiano y lo promueve al santo recinto de lo elevado como un sol. ¡Convenzámonos con Huidobro!: “Sólo para nosotros / viven todas las cosas bajo el sol”.
¿Qué redención? La clave de la redención está en la iniciación espiritual por la poesía, por la póiesis, es decir, por el acto revelador que modifica a quien lo ejerce. El estudio sobre el lenguaje de la poesía es perseverante, de a capas que se superponen como las olas del mar cuando humedece la playa. El estudio filosófico sobre el lenguaje constituye, a poco de leerlo, un ideario misional con el que no cuesta nada comprometer el ánimo.
Ya después de toda esta explicación con la que señalo los méritos reflexivos de estos “trabajos de Orfeo” recalo en la fórmula compactada del principio: la experiencia convertiva de la poesía es inseparable de un lenguaje, el lenguaje de redención. La tradición humanista de la poesía que sigue Maturo mantiene así esa experiencia en el mismo terreno que la filosofía.
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22 de noviembre de 2024