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Uno-Domingo 16: El anfitrión porteño de Einstein

La profesora de la UNCuyo e investigadora de Conicet recorre detalles de una personalidad olvidada que acompañó al sabio judío alemán en su visita a Buenos Aires. El padre de la relatividad le escribió un poema

Entre los datos sobresalientes que integran la trayectoria de Mauricio Nirenstein, hasta hoy totalmente olvidados junto con su dueño, se halla el haber sido designado por la Universidad de Buenos Aires anfitrión de Albert Einstein durante su visita a Buenos Aires. Para tal honrosa función seguramente contribuyeron varias condiciones del doctor Nirenstein que lo posicionaban como la persona ideal para recibir y acompañar al famoso huésped cuando arribara a nuestro país en aquellos últimos días de marzo del incipiente otoño de 1925.
Desde 1922 Mauricio Nirenstein (1877-1935) había sido elegido por unanimidad secretario general de la Universidad, pero ya desde hacía una década ejercía la docencia superior en aulas tan disímiles a nuestros ojos como las de la Facultad de Filosofía y Letras y las de Ciencias Económicas. Su título en realidad era el de abogado, obtenido en la Facultad de Derecho en 1906. Pero a nadie sorprendía en aquellos años el hecho de que dictara Literatura por una parte y Economía Política por otra, puesto que el concepto de especialización recién comenzó a perfilarse al cumplirse el cuarto de siglo para ir ganando terrero en la década del ’30. Un discípulo famoso y sucesor en la cátedra de Economía Política, Raúl Prebisch, recuerda la amplia cultura del profesor Nirenstein y agradece, pasados los años, el estímulo que significara para la lectura de numerosos y variados libros. Ambos, maestro y discípulo, tradujeron a Vilfredo Pareto y a Enrico Barone del italiano, cumpliendo así con una reiterada y obligada tarea de intermediación que ayudó a la actualización y difusión de la producción científica contemporánea en un ámbito geográficamente muy alejado de ella como era la Argentina.
Por otra parte, la Facultad de Filosofía y Letras era para un abogado de comienzos de siglo un destino laboral previsible, ya que se esperaba de los docentes que ocuparan las cátedras de filosofía, historia o literatura un oratoria sonora, amplias lecturas y un cierto prestigio social que ayudara a legitimar un ámbito de estudios surgido recién en 1896, por lo demás nacido contra los vientos desfavorables del pragmatismo imperante.
Las cátedras de la Facultad de Filosofía y Letras ocupadas por Mauricio Nirenstein a lo largo de su vida universitaria abarcan los ámbitos de lengua española, francesa, alemana e inglesa, confirmando así la caracterización de “políglota” que se repitió en las numerosas necrologías que se le dedicaron. Si nos reducimos a su labor en la cátedra de Literatura de la Europa Septentrional, iniciada en 1922 como el primer profesor de la nueva asignatura, sobresale la exclusiva selección de temas de literatura alemana que realiza, así como la calidad de la bibliografía en su idioma original que para ellos propone . También en el Colegio Nacional Buenos Aires se lo recuerda como profesor de alemán por largos años y casi con certeza podemos arriesgar que dicho idioma fue su lengua materna, a pesar de no haberse encontrado aún los detalles de la emigración a la Argentina de su familia judía desde Egipto, acaecida en 1889.
La casi inexistente obra científica escrita por Mauricio Nirenstein se ve compensada por la importancia de los testimonios de quienes alternaban con él en el Ateneo y en las tertulias de la época, como la del Aue´s Keller y el Royal Keller. Este es el caso de Rubén Darío, quien afirma en su Autobiografía que conoció y valoró a Heinrich Heine gracias a que Mauricio Nirenstein lo acercara a su lírica; Angel J. Battistessa, otro de sus discípulos célebres, confirma la versación en Goethe, entre otros autores alemanes, que el profesor Nirenstein derramaba en las mesas de la cervecería y del café, junto a versos talmúdicos.
Gracias al artículo que publicó el ocasional anfitrión de Albert Einstein en la famosa revista estudiantil Verbum se obtienen detalles, anécdotas, comentarios, conversaciones, de las diarias ocasiones en que Mauricio Nirenstein tuvo el privilegio de acompañar al sabio durante su estadía en Buenos Aires.
A través de la prensa local coetánea y de interesantes trabajos ya realizados sobre la presencia de Albert Einstein en nuestro país se conoce el itinerario de las conferencias por él dictadas, su contenido y el resultado de diversas entrevistas.
Sin embargo Mauricio Nirenstein nos aporta rasgos humanos, reacciones espontáneas y expresiones sinceras, opiniones a media voz, encuentros, gestos, detalles y hasta charlas íntimas enmarcadas en un tono de diario personal que registra este anfitrión universitario.
La tarea de Mauricio Nirenstein comenzó en Montevideo, en el momento de atracar el vapor que traía a Albert Einstein al Río de la Plata. Según nos lo relata en Verbum, el muelle está rebosante de periodistas y público en general, entre el que destaca a sus colegas uruguayos, que intentan obtener alguna conferencia del sabio para la orilla oriental, y las delegaciones sionistas enviadas desde Buenos Aires, que sobre todo ven en él “la figura del héroe nacional, obrero de la reconstrucción del reino de Israel”. Esta primera parte del artículo de Mauricio Nirenstein, titulada “El hombre”, termina con el prolijo retrato físico de un vigoroso hombre de edad mediana, cuyas sienes y bigotes comienzan a blanquear. El brillo de los ojos oscuros y las arrugas horizontales que cruzan profundamente la frente ancha son los datos que delatan la esencia de “nuestro Newton del siglo XX”, como lo apostrofa el autor del retrato.
Con humor sigue el relato de las primeras entrevistas que, todavía en el camarote, intentan hacer decir al famoso huésped aquello que se espera que declare. Para ello vale cualquier argucia, como aquella del ocasional intérprete que “amplía” las declaraciones de Albert Einstein con las propias. El flanco débil que ofrece el sabio para esta manipulación es la “enternecedora incompetencia en cualquier idioma que no sea el propio”. Algunas expresiones franco-italianas y un dificultoso manejo del idish permiten proseguir con las entrevistas agotadoras a que someten al viajero en el camarote hasta el anochecer del mismo día de su arribo a Montevideo. Albert Einstein justifica su mansedumbre en la consideración humana que le causan los periodistas, sobre todo los más jóvenes, pobres y necesitados de obtener alguna nota diferente y exitosa.
La llegada a Buenos Aires se titula “El cinematógrafo”, que hoy traduciríamos por “Las cámaras” que persiguen a un viajero ya molesto por tanta publicidad, pero a las que inexorablemente debe someterse. Después de haber corrido por el empedrado del puerto para librarse de ellas, concluye el relator: “Pero todo es inútil. Apenas sentado en el automóvil, cien personas impiden cualquier movimiento: un operador se instala con toda comodidad; un ayudante del mismo baja del pescante las maletas que obstruyen la vista, y el aparato cinematográfico zumba” (p. 172).
El automóvil que lleva al ilustre visitante a las distintas conferencias se transforma en un ámbito de intimidad en que se producen charlas y encuentros importantes de los que Mauricio Nirenstein es testigo y posterior relator: uno de ellos es el de Albert Einstein y Coriolano Alberini, filósofo y por entonces decano de la Facultad de Filosofía y Letras. El largo intercambio se explica por el gustoso paseo que gusta dar el visitante antes de llegar al lugar de la conferencia. Los filósofos abordados en este encuentro son Kant y Bergson y el relator cuida de dejar sentado un homenaje intelectual al argentino, poniendo en boca de Albert Einstein su elogio.
Años después corrobora Albert Einstein el reconocimiento por Coriolano Alberini al prologar su obra Die deutsche Philosophie in Argentinien, mencionando allí precisamente estos encuentros: “Siempre recordaré con agradecimiento las conversaciones que pude mantener con este hombre de una inteligencia fuera de lo común”.
El profesor de Literatura Alemana que era Mauricio Nirenstein no puede dejar pasar la oportunidad de preguntarle por su parte qué opinaba de Goethe, como titula otras líneas de sus notas. El sabio reconoce la grandeza del autor alemán, pero rechaza su gesto soberbio, “sobre un trono, hierático y desdeñoso”, que genera en él su lectura.
Albert Einstein visita también en su casa a un ilustre matemático, el ingeniero Jorge Duclout, que se encuentra gravemente enfermo. Mauricio Nirenstein es testigo de la calidez del encuentro, basado en los similares intereses científicos y en la común Escuela Politécnica de Zürich en que ambos estudiaron.
Los últimos párrafos de los recuerdos publicados en Verbum podrían denominarse “Una disertación epistemológica” y proponen un diálogo, seguramente ficticio, entre huésped y anfitrión, sobre la naturaleza de la física, en que el sabio reitera el papel fundamental que cabe a la fantasía en la concreción de leyes fundamentales, “ así como los materiales que las forman, es decir, los conceptos que las constituyen” nacen también de actos incontrolables de dicha fantasía. Además los físicos están convencidos de que el progreso de la ciencia teórica no tiene fin, sino que “las relaciones expresadas por las leyes fundamentales se substituyen por otras más exactas” y los conceptos elementales de las mismas ... se remplazan por otros más adecuados al complejo de la experiencia” (p. 178). El ejemplo paradigmático para avalar el libre arbitrio en la elección de un determinado punto de vista, por ejemplo en lo que hace a las leyes del movimiento, queda al descubierto con la teoría de la relatividad, que las ha cambiado de un modo apreciable, explica Albert Einstein en alemán y, por lo tanto, según el interlocutor porteño, con nítida expresión y precisión admirable.
La gran cercanía de huésped y anfitrión durante los días intensos de la visita del sabio a Buenos Aires, como surge de las notas publicadas por Mauricio Nirenstein en Verbum, halló también un eco personal en Albert Einstein. En el diario de su viaje a Sudamérica, hoy aún inédito, el viajero consigna la primera impresión causada por su anfitrión el día en que lo conociera. En la anotación del 24 de marzo escribe: “Montevideo a mediodía. Periodistas y otros judíos de distinto tipo, entre ellos Nirenstein, secretario de la Universidad. Este es un hombre resignado, bueno, ... A las 8 bajamos a tierra, Nirenstein colabora, ...”.
La segunda mención es ya afectuosa y personal, como un fruto de las semanas compartidas. Albert Einstein transcribe el poema que junto con una foto le ha dedicado al amable guía, poema de circunstancia que sin dudas su autor no quiere olvidar con el paso del tiempo:
 
“Wohl gefuehrt von Ihrer Hand
Tappt ich tapfer durch dies Land
Wer weiss so was sich gebuehrt
Dass nur keiner “broges” wird?”
 
Allen sieht ins Herz hinein
Herr Professor Nirenstein.
Dank an seine Seele mild
Kuend´ ihm dieses Sabio-Bild”.
 
Muy bien guiado por su mano
Anduve a tientas por este país
¿Quién puede saber lo que conviene
Para que nadie sea ofendido?
 
Todo ve hasta dentro del corazón
El señor profesor Nirenstein.
Gracias a su alma benévola
Le hago llegar este retrato del “sabio”.
Lamentablemente no se han encontrado aún todos aquellos materiales valiosos, como esta foto dedicada, que acompañaron la rica existencia de Mauricio Nirenstein. Sin duda que ellos constituyen otro capítulo importante de la extraordinaria vida cultural del país en las primeras décadas del siglo XX.
Quizá esta vez sea la mano de Albert Einstein quien guíe a Mauricio Nirenstein por Buenos Aires, para sacarlo del olvido. 

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