Después fueron Córdoba y Formosa las que decidieron transitar por ese mismo camino. El objetivo de la medida, para muchos claudicante y antipedagógica, es evitar los elevados índices de ausentismo escolar que se producen cada vez que la Selección argentina disputa un partido en un torneo ecuménico. De inmediato se disparó la polémica, sobre todo a partir de las duras declaraciones que realizó el rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA), el destacado teórico y docente Guillermo Jaim Etcheverry. La paradoja, sin embargo, radica en que en no pocas ocasiones son los mismos padres de los alumnos quienes están de acuerdo.
El 9 de junio próximo es el día en que la pelota comenzará a rodar por el césped de las canchas alemanas y los ojos de todo el mundo, como impulsados por una atracción magnética, se fijarán en las pantallas de los televisores, aparatos cuya venta se dispara a las nubes por esta época en las naciones de tradición futbolera. Y ya se sabe: en la Argentina –país que aún es más hipotético que real– el fútbol es pasión y la Selección albiceleste une a todos los apasionados, excepcionalmente, bajo una misma bandera.
En esos momentos, casi todo deja de tener importancia. Se olvida la política y hasta la economía, eterna obsesión nacional, prácticamente se disuelve en el aire. Muchos se convierten en directores técnicos de la noche a la mañana y el tema del fútbol se vuelve casi el único en cada
ámbito donde se vive, del hogar al trabajo, con las mujeres cada vez menos “resignadas” y más participativas. En las escuelas, cuando juega Argentina las aulas semejan un desierto: los chicos, con o sin la autorización paterna, simplemente faltan.
He allí el fundamento de las decisiones mendocina, cordobesa y formoseña, luego avaladas –entre otros destacados referentes– nada menos que por el propio ministro de Educación nacional, Daniel Filmus, y la directora general de Cultura y Educación bonaerense, Adriana Puiggrós: evitar la “sincola” generalizada y aprovechar la circunstancia como un estímulo para la enseñanza.
Y justamente para respetar la consigna transmitida por la autora de Imaginación y crisis en la educación latinoamericana y Volver a educar –entre otras valiosas obras sobre pedagogía– es que el Ministerio de Educación nacional lanzó un libro con propuestas de actividades para desarrollar durante el transcurso del Mundial, que será distribuido en treinta mil escuelas a lo largo y lo ancho de la Argentina.
Mientras, el principal responsable de la educación en todo el país fue explícito: “Personalmente no tengo nada en contra de que se vean los partidos en las aulas. Por el contrario, creo que la escuela no puede quedar fuera de un evento que involucra tan activamente a la sociedad toda”, dijo el ministro Filmus.
Del otro lado, es decir en una postura abiertamente enfrentada con el “aprovechamiento pedagógico” que plantea Puiggrós, se encuentra el ya nombrado Jaim Etcheverry, autor de una obra de lectura fundamental en la cual cuestiona con acidez múltiples aspectos de las modernas tendencias en educación y que además fue un inesperado éxito de ventas, La tragedia educativa. “La escuela tiene que preservar su naturaleza, su razón de ser”, disparó Jaim y agregó: “Me parece muy bien que si alguien tiene que ver el partido lo haga, y asuma su responsabilidad. Si privilegia esa tarea, que falte a la escuela y lo vea en casa. No me parece que la escuela deba convertirse en ámbito de esa actividad. Yo estoy en contra, aunque haya ausentismo en clase”. Similar posición sostiene el reconocido pedagogo y ex rector de la UBA Francisco Delich.
Esta postura es indiscutible desde el plano estrictamente valorativo, pero acaso adolezca de rigidez. Es que la realidad suele ser más fuerte que tales planteos y aquellos que, muchas veces con razón, los avalan, terminan predicando en el desierto. Si bien como el propio Jaim Etcheverry lo asegura, la educación no debe ser confundida con un juego,
en este caso se está hablando de un fenómeno muy especial para los argentinos, cual es el fútbol. Es allí donde yerra el rector de la UBA, al compararlo con otras actividades: “Si hubiera grupos a los que les interesa el hockey, podrían hacer lo mismo cuando se hacen campeonatos de hockey, o de tenis, y por qué no, se podría suspender la actividad escolar para que alguien vaya a la ópera o al cine”, dijo. Y bien: no es así. Mal que le pese a Jaim, el fútbol representa algo especial en la idiosincrasia nacional y no puede ser comparado con el hockey, el tenis, el cine o la ópera. En verdad no puede ser parangonado con nada.
De allí que la postura más realista de Filmus o Puiggrós, apoyada por aquellos padres que aseguran quedarse “más tranquilos” porque así saben dónde están sus hijos, tenga mayores posibilidades de ser útil a la sociedad.
Por supuesto, así será mientras se respeten los límites del caso y no vuelva a confundirse, tal cual es usual en el país, lo excepcional con lo habitual. De lo contrario, los críticos tendrían razón y se estaría cometiendo mucho más que un error: se estaría sentando un precedente nefasto.
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28 de noviembre de 2024