Los maestros de estos chicos no son otros que los baluartes de la música joven en Mendoza. Los que han visto en esta tendencia la brecha para vivir de su vocación no sólo desde el escenario.
La historia indica que rockear en el país nunca fue fácil y la Mendoza del 2004 no es una excepción. Un relevamiento de Escenario demostró que, si bien hay instituciones públicas que les permiten a los chicos aprender folclore y música popular, los pequeños amantes del rock y el pop tienen que hacerse caminos ellos solos. Y las clases particulares oscilan entre los $15 y $80 por mes, según la “chapa” de cada profesor.
“Para los músicos es muy difícil acceder a la enseñanza en la secundaria, y si te dedicás al rock, tampoco tenés muchas opciones a nivel universitario”, lamenta Evangelina Santos (21), quien además de aprender canto y piano ya tiene su propia banda.
Jimena Leiva (17), otra incipiente rockera, agrega que “hay mucha demanda por parte de nosotros y muy poca oferta de institutos”.
Otro joven, conocido en el medio del rock actual, es Leo Mut (Monos) que a sus 23 años dice con contundencia: “No hay una mentalidad en Mendoza de que podés vivir de la música, tampoco existen lugares grossos para estudiar. Por eso, la mejor escuela está en los discos”.
En sintonía con la falta de espacios educativos que excedan el hecho de tomar clases particulares, Matías Torres (18) –percusionista de Simpecao– va más allá: “Hace falta un gran taller artístico para niños y jóvenes que no abarque sólo la parte teórica de la música, como podés haber tenido en la primaria con la profesora de piano, sino también la parte práctica, el manejo de escenario, el sonido, la informática. Hoy tenemos que especializarnos y no basta con saber tocar un instrumento a la perfección”.
Uno de los que prometen saciar este apetito rockero adolescente desde la educación formal es el experimentado Polo Martí, coordinador de la Licenciatura en Música Popular de la UNCuyo, inédita oferta educativa universitaria en el país, creada este año. “Nuestra intención es abrir esta primera experiencia con la música popular hacia otros géneros, y queremos crear un espacio de rock, ya que hay un mercado muy grande que merece capacitación, de la que se carece desde la escuela primaria, lugar donde cada vez se reduce más el espacio artístico”, indica el docente.
Como para confirmar la explosión de nuevos talentos en busca de conocimiento, Polo disparó: “Hoy los chicos buscan profundizar más el hacer música, no se conforman con saber dos o tres acordes de la guitarra”.
Antes que profe, músico
La falencia tiende a calmarse en el abrigo de estos “músicos educadores”, muchos de los cuales prefieren no ser nombrados como profesores. “Me considero un guía, no un docente; aparte, todavía no sé lo que eso significa”, opina el cantante Javier Segura, quien desde hace seis años comparte sus técnicas y conocimientos vocales con 35 o 40 alumnos que buscan en él un puente para aprender a cantar.
Por su parte, Elbi Olalla (Altertango) y Joe Moya (Peter Júpiter) tienen un completo espacio musical en el centro mendocino. Estudio 39 se llama esta “escuela”, adonde acuden más de 50 alumnos –de edades que van de los 5 a los 30 años– para aprender los instrumentos básicos que integran una banda: teclado, batería, guitarra y bajo.
“Acá les enseñamos los primeros pasos para formar una banda, para que se lancen al mundo de la música. Después, por ejemplo, si es baterista y yo ya le enseñé todo lo que sé, lo mando a que siga aprendiendo con un músico especialista en batería”, explica Moya.
Y su socia, Olalla, destaca: “No me guardo nada, les doy todos los conocimientos que tengo y no me guardo ningún secreto. De hecho, voy aprendiendo cosas nuevas que me encantaría enseñar, pero no tengo alumnos tan avanzados para eso, porque no hay muchos chicos realmente interesados en teclado... Ni somos muchos los profesores de teclado”.
Por su parte, el laureado baterista Gustavo Meli confiesa que hizo de la enseñanza “un arte”. Hace diez años que da clases y piensa que en Mendoza “maestros hay muchos, pero no tantos en cuanto a excelencia”.
Alguien que tiene mucho para aportar al respecto es el destacado rockero Mario Mátar, quien les da clases a quienes tengan una base musical previa.
“Me considero un preparador físico más que un DT; soy un personal trainer que ayudo pero no enseño”, dice al definir su su rol.
Del palo flamenco –género que cobra fuerza en el interés de los estudiantes, ya sea para fusionarlo con el rock o simplemente por pasión gitana–, habló el guitarrista de Simpecao, Daniel Moreno. “Tengo cerca de 20 alumnos y no tomo más porque no me da el tiempo. Muchos vienen del heavy metal, debe ser por la cuestión de sangre caliente que transmite la guitarra flamenca”, sostiene. Y aconseja: “Tiene más armas para el futuro aquel que estudia antes que aquel que aprende tocando y sigue tocando de oído”.
Cada uno con su método
Estos genios musicales de Mendoza, que por las noches encandilan con su magia en los escenarios y por las tardes iluminan el camino artístico de miles de jóvenes talentos, tienen sus métodos y técnicas a la hora de transmitir sus saberes. La primera impresión es la que cuenta, parece ser la táctica de Segura. “Miro a los ojos a la persona y hablo con ella, porque de las conversaciones surgen las inquietudes más profundas”, afirma en clave mística el cantante.
En cambio, para Olalla y Mátar el secreto es “no guardarse ningún secreto”, y la metodología es que “la teoría y la práctica vayan juntas, integradas”.
Otro que, a pesar de su corta edad, recibe alumnos en su casa y les enseña piano y violín es David Gologorski (24), integrante de la Sinfónica de la UNCuyo, de Tangastor y de la Electric Jazz Quarter.
Al respecto, subraya: “El aprendizaje en la música no termina nunca”. Y en cuanto a la teoría que tanto esquivan los pequeños estudiantes, sostiene que “es fundamental para comprender lo que estás tocando”.
Haciendo camino al andar
El hambre del rock no espera. Por eso muchos chicos de Mendoza se procuran lo que la escuela no les da.
Esta semana, el primer concierto de un grupo de alumnos de Estudio 39 le mostró a Mendoza lo que las promesas de esta tierra pueden dar. Y no fue un caso aislado. Muchas de estas escuelas informales hacen su muestra anual en distintos bares o teatros mendocinos.
Con sus vasos de gaseosa, chicles en la boca y luciendo remeras oscuras de los Gun’s o los Ramones, una veintena de adolescentes –de entre 13 y 18 años– se preparaba para debutar en escena.
El lugar elegido fue –y será durante los restantes martes de este mes– el Soul café (San Juan 456, Ciudad). Allí, antes de las 22, los chicos prueban sonido, improvisan algunos acordes, ensayan la voz y... se largan al escenario. Enfrente de ellos están, en primera fila, sus papás, hermanos, tíos, primos y vecinos; detrás, compañeros de la escuela, novias y novios. Sin embargo, la invitación está hecha para los seguidores de la música local que deseen conocerle sus renovados sonidos y nuevas caritas.
Otra suerte para el folclore
Muchos chicos, además de tomar sus clases particulares con destacados artistas del medio local, estudian en la Escuela de Música.
Y varios de los músicos profes entrevistados por Escenario indicaron que estos principiantes caen en sus brazos antes de hacer el ingreso al único establecimiento público de música.
Según ellos, lo hacen “para no rendir mal el examen eliminatorio y para ir más preparados a estudiar”.
Este sondeo de nuevas tendencias también arrojó que en el folclore y la música popular los jóvenes tienen más opciones “formales”para adquirir conocimientos.
Desde la escuela secundaria, son varios los espacios que se ofrecen para talleres o conciertos didácticos dados por reconocidos folcloristas del medio local.
Tales son los casos del popular Víctor Hugo Cortez, Daniel Talquenca, Sandra Amaya, Roberto Mercado, del grupo Alturas y tantos otros folcloristas que recorren los edificios educativos en pos de difundir e incentivar el aprendizaje de la música, sobre todo la cuyana.
Por otra parte, la Licenciatura en Música Popular de la UNCuyo ayudó a calmar la sed de los principiantes inclinados hacia este estilo musical. Es más, el número de inscriptos (180) superó las expectativas de su coordinador, Polo Martí.
En tanto, no son pocos los jóvenes locales que cruzan el Desaguadero para estudiar estos géneros en la universidad de San Luis. Y allí se encuentran, justamente, con músicos locales que cultivan esta cepa y que viajan hasta allí para enseñar: Ricardo Marino, Octavio Pepe Sánchez, Gonzalo de Borbón y Gabriel Correa.