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UNO: Opinión: ¿Por qué echar a Cunietti?

Señor Director: Hemos visto por estos días en la televisión local a un grupo de legisladores preocupados por los magros resultados de los chicos en la escuela. Al parecer, en actitud reduccionista, la comisión atribuye el fenómeno a los cambios en el sistema de evaluación, que pasó a utilizar notas numéricas promediadas y examen integrador al final del curso.

14 de septiembre de 2004, 11:50.

Ninguna desmesura, como puede darse cuenta cualquiera que supere, como yo, los cuarenta años. Es el viejo y conocido, desde siempre, sistema evaluativo de la vieja escuela secundaria. Es el mismo que superamos con éxito muchísimas generaciones de argentinos. Quienes hoy podemos recitar de memoria algunos poemas, recordar las tablas de multiplicar, calcular porcentajes, averiguar la hora en relojes de manecillas, etcétera, cursamos la escuela con este sistema. Creer que el problema nuclear que aflige a nuestra educación tiene su génesis en el modo evaluativo o pensar que cambiando a los ministros la educación mejorará es –por lo menos– ingenuo.

La crisis educativa es anterior a Cunietti y a Filmus (y mucho me temo que persistirá cuando ellos ya no estén) y obedece a una multiplicidad de factores acerca de los cuales sería preciso reflexionar largamente y en la que no son ajenos, desde luego, los gobernantes y los demás actores sociales. Me gustaría invitar a estos legisladores a palpar en el aula cuál es la realidad de los chicos, para –tal vez– apreciar en toda su dimensión la profundidad de esta crisis que refiero. Mientras tanto, podríamos preguntarnos: ¿qué lugar ocupa la educación en nuestra sociedad? ¿Por qué los chicos habrían de valorar el conocimiento? ¿Cuál es la jerarquía del educador en nuestro sistema de valores? ¿En qué medida la familia acompaña a sus hijos en su rol de co-educadora? ¿Qué grado de autonomía tienen los directores de escuelas? ¿Cómo se revierten tantas horas de Tinellis y Roldanes? ¿Cómo llenamos la ausencia o la indiferencia de los padres? ¿Cómo cambiamos la gaseosa por la leche o el jugo de frutas? ¿El piercing, por el jabón y el cepillo? ¿Y la violencia por la mediación dialoguista? ¿De dónde obtendríamos educadores no urgidos y comprometidos?.

¿Es preciso recordarles a estos preocupados señores y señoras que la escuela reproduce la vida?

María Rosa Fayad. Docente en biología. DNI 6.373.870

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