La educación en Mendoza, en la Argentina y en muchos lugares está en crisis. Esta crisis obedece a múltiples factores que tienen que ver con la pobreza, la marginalidad, la exclusión, con el régimen laboral de los docentes, con la organización escolar, con los fenómenos culturales contemporáneos, entre ellos la pérdida de valores; con la decadencia de las instituciones, con la crisis de las familias, por sólo mencionar algunos factores. En este escenario, culpar de lo que acontece hoy en educación en la provincia de Mendoza, y llegar al punto de hacerle un juicio político a la licenciada Cunietti, me recuerda a las dolorosas experiencias de los chivos expiatorios. Las sociedades primitivas tranquilizaban sus conciencias sacrificando a una víctima. En realidad, debiéramos juzgarnos todos, ya que, en mayor o menor medida, este problema que vivimos es responsabilidad de esta sociedad en la que estamos inmersos. Se podría discutir quién es más o menos culpable o responsable, eso no arregla nada.
El camino de exigir a la funcionaria que responda sobre la situación que vivimos la llevará a ella y a su equipo a defenderse, con lo cual tampoco habremos resuelto nada; sólo será una pérdida de tiempo, de energía y un desaliento para quien ha aceptado una responsabilidad y que, en lugar de obtener el apoyo que necesita, es juzgada por un mal absolutamente colectivo. Los acusadores ocuparán su tiempo en argumentar el porqué de la acusación, con lo que tampoco se logrará nada.
Esta carta tiene la intención de hacer un llamado a la reflexión y una invitación a adoptar una actitud que esperamos de quienes nos representan, es decir, a hacerse parte de la solución de la crisis educativa. Para dilucidar el fondo de la problemática que ha ido llevando a los resultados que nos inquietan, y frente a los cuales nos rasgamos las vestiduras, es necesario, en primer lugar, establecer cuáles son los problemas que vive el sistema educativo e indagar sobre las causas que los generan. Para ello es preciso crear un ámbito institucional serio y participativo, que recabe la opinión de los actores primarios: escuelas, educadores, padres, alumnos, autoridades escolares de los distintos niveles. Esta información, que debe ser obtenida sin presiones, debiera permitir procesar la serie de factores y el modo en que se manifiestan para llegar, en forma espiralada, a establecer un plan estratégico educativo, en tanto que proyecto superador, consensuado, que parta del compromiso de realizar acciones dentro de la responsabilidad que a cada uno le cabe.
Los países que han logrado optimizar su sistema educativo han cerrado filas, se han hecho responsables de sus carencias y, con una visión común, han ido haciendo lo que debían hacer. Mi exhortación tiende a que, en serio, pensemos en lo que debemos hacer. ¿Quiénes? Todos, desde nuestro lugar y desde nuestro rol.
A efectos de que podamos comenzar a transitar otro camino, ya que la problemática educativa nos interesa y afecta a todos, mi pedido es que ayudemos a gobernar y que la Legislatura, voz a través de la cual los ciudadanos nos expresamos, transite el camino de la construcción y no el de la confrontación. Para alcanzar este objetivo pongo a disposición de esa cámara el apoyo que se requiera de nuestra universidad.
María Victoria Gómez de Erice. Rectora de la Universidad Nacional de Cuyo