Clark, quien ha trabajado con la Electric Light Orchestra y dirigió la Royal Philharmonic Orchestra de Londres, es un apasionado por la combinación de la música orquestal y el rock, y en Mendoza demostró que sabe atravesar con éxito esa, a veces, complicada tarea.
Una tarea complicada porque ha dado resultados diversos. A veces porque se quiere vestir de importante una música simplemente popular, otras porque desea demostrarse que, justamente, sólo es cuestión de ropajes y la buena música excede las calificaciones genéricas.
Los arreglos de Louis Clark demostraron, en este sentido, que el hombre entiende la materia con la que trabaja: no hay un abordaje extranjero, podría decirse. Aunque a veces, también aquí, se subvierta cierta esencia de las canciones originales, la mayoría son aciertos. Y es que a las partituras de Queen, una banda cultora de una música filo-sinfónicas (y perdón, aquí, por el vicio calificador), no le sientan mal las sonoridades orquestales. Esto se mostró el sábado con muchos de los números. Con Flash, por ejemplo, con que inició la velada. El tema compuesto para la película homónima, el original, carece de arreglos melódicos fuera de los que cantan las voces de Mercury y un coro, pues casi todo queda a cargo del bajo y la batería. Clark respeta esa premisa y hace que todos los instrumentos de la Sinfónica marquen ritmos y dejen al coro la mayor parte del protagonismo armónico.
Flash, ciertamente, fue uno de los mejores momentos, pero hubo varios más. Y no fueron los predecibles. Canciones que uno pensaría más sencillas de trasladar a la masa orquestal-coral no pasaron de la corrección, como fue el caso de Love of my life, Somebody to love o Who wants to live forever. En cambio, las sorpresas llegaron con algunos números más pop en la discografía de Queen, como Bicycle race, I want to break free, Under pressure e incluso el “muy Presley” Crazy little thing called love, que sonaron frescos como los originales, y a la vez riquísimos. En Bicycle, por caso, Clark apostó a un estilo à la Erik Satie (hubo reminiscencias a Parade, del compositor francés), así como I want to break free tuvo cierta impronta raveliana.
Y si bien una de las piezas más festejadas fue We will rock you, en la que Clark invitó al público a seguir con las palmas el ritmo de la música, sin duda, lo más alto de la noche, por calidad de arreglos y desempeño de los músicos y los cantantes, fueron dos perlas de Queen como Innuendo, compleja composición que tituló el último disco oficial de la banda con Mercury vivo, y el celebérrimo Rapsodia bohemia.
En la primera, puramente instrumental, se pudo entrever no sólo la pericia de Clark explotando el cariz más sinfónico de la música original, sino también la madurez de la banda en la etapa final de su carrera. Y por último, con la pieza que grabó Queen en 1975, quedó en claro que si hay buenos músicos, una orquesta afiatada, un perspicaz arreglador y, sobre todo, una música hermosa ya creada, no queda otra opción que pararse y aplaudir. Así respondió el público, y es un tributo modesto pero el único que requieren el rock, la música clásica o cualquier sonido bello que se permita ingresar en nuestros oídos.