En Cortázar, profesor universitario, Correas reconstruye minuciosamente ese tiempo intenso y conflictivo que le tocó en suerte al por entonces joven profesor.
En esos días, 1944, el autor de Rayuela deseaba transmitir su pasión por la literatura y protagonizó las peripecias de una época universitaria convulsionada.
Entre otras cosas, el libro de Correas cuenta que cuando el escritor fue designado para el cargo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo, el creador de los cronopios se entusiasmó. Su experiencia se reducía al nivel secundario, y por eso le comentó a una amiga: “Piense usted, ¡es la primera vez que enseño las materias que yo prefiero! Es la primera vez que puedo entrar a un curso superior y pronunciar el nombre de (Charles) Baudelaire, citar una frase de John Keats, ofrecer una traducción de (Rainer Maria) Rilke”.
Eran aquellos tiempos de convulsión para la sociedad argentina, y las universidades eran blanco de presiones políticas y desavenencias ideológicas. Por eso, no fue raro ver a Cortázar en aquellos tiempos como consejero académico o partícipe de la toma de la sede universitaria en las jornadas previas al 17 de octubre de 1945. El paso del autor de Final del juego lo marcó definitivamente, y eso lo hizo regresar, tres décadas más tarde.