La gran ganadora de la última edición de los premios Oscar, Slumdog Millionaire, sigue la historia de tres chicos nacidos en la villa miseria más grande del mundo. Aunque los críticos la calificaron repetidamente de "cuento de hadas", muchas de las escenas rodadas en los suburbios paupérrimos de Dharavi, Bombay, son lacerantes.
Sin embargo, la India ya no es sinónimo de miseria extrema: más allá de los discutidos call centers y centros de programación básica que ofrece internacionalmente, es una potencia en tecnologías de la comunicación y la información, y tiene científicos brillantes que trabajan en las fronteras de la investigación.
Pero según Mohamed Hassan, director ejecutivo de la Academia de Ciencias del Tercer Mundo (TWAS, según sus siglas en inglés), la India es sólo uno de los ejemplos que ilustran el aporte en bienestar que la ciencia y la tecnología ofrecen a los países en desarrollo. En la introducción a un suplemento editado por Nature con motivo del cuarto de siglo de la organización fundada por el premio Nobel paquistaní Abdus Salam para promover la investigación en países emergentes, Hassan detalla algunos logros realmente notables.
En estos últimos veinticinco años, por ejemplo, China pasó de ser un país aislado a convertirse en un líder tecnológico. Sus investigadores, que participaron del Proyecto Genoma Humano y decodificaron la estructura genética del virus del SARS, ahora publican más trabajos de nanotecnología en revistas internacionales con referato que ningún otro país, excepto los Estados Unidos. El número total de artículos científicos firmados por lo menos por un autor de China creció de 828, en 1990, ¡a más de 80.000! en 2007.
Brasil casi decuplicó en tres décadas el número de doctores que se gradúan en sus universidades (de 872, en 1987, a 7000 en la actualidad) y en los últimos quince años casi triplicó su producción científica.
Claro que, como también destaca Hassan, todo esto no se obtuvo sin pagar un precio. El avance tecnológico y la agricultura intensiva frecuentemente van acompañados por la pérdida de bosques y de biodiversidad, como ocurrió en Asia, que además alberga a 13 de las 15 ciudades más contaminadas del planeta.
Pero lo cierto es que en ese lapso estos países ofrecieron también una prueba de concepto sobre los beneficios que pueden obtenerse del desarrollo científico-tecnológico. En China, 500 millones de personas escaparon de la pobreza, la India tiene hoy empresas que emplean a decenas de miles de individuos (Infosys, una de las más conocidas, creada en 1981 con 250 dólares, tiene ahora más de 90.000 empleados y genera más de cuatro mil millones de dólares anuales) y Brasil se convirtió en una de las siete economías más grandes del planeta.
A la luz de estas experiencias, sólo resta esperar que en la Argentina -que en los últimos quince años casi triplicó el número de artículos en publicaciones internacionales, y que en el último lustro hizo algo equivalente con el de investigadores del Conicet- se remuevan los obstáculos que impiden mostrar resultados similares.