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Y desde el primer día se hizo el silencio

Mucho se ha dicho de la relación de la Iglesia con la última dictadura militar que sufriera el pueblo argentino. En su último libro, Horacio Verbitsky, vuelve sobre el tema sin dejar lugar a dudas acerca de la complicidad episcopal en la desaparición de 30 mil personas.

08 de noviembre de 2005, 01:15.

Por Daniel Salivares

Agencia Taller – Departamento de Cultura

dcalivares@yahoo.com.ar

"... si pudiera hablar con el gobierno le diría que debemos permanecer firmes en las posiciones que estamos tomando: hay que desestimar las denuncias extranjeras sobre desapariciones..." (Monseñor Bonamín. Vicario del Ejército 20/11/77).

La iglesia, su institución, siempre ha sido señalada como cómplice de grandes genocidios. Desde sus comienzos ha actuado como juez y verdugo. Persiguió paganos durante el Imperio Romano, llevó a cabo las Cruzadas, fue cómplice de la matanza de miles de nativos durante y después de la conquista de América, se la ha señalado cómo cómplice de la matanza de millones de judíos durante la II Guerra Mundial y casi 40 años después del comienzo de éste último conflicto bélico se la puede encontrar como ayudante, cómplice o partícipe de la desaparición de 30 mil argentinos, genocidio cometido entre 1976 y 1983 por la dictadura militar.

"El Silencio" último libro del periodista Horacio Verbitsky, ahonda en el vínculo de la Iglesia, en tanto mentora ideológica, con las Fuerzas Armadas, principalmente con la Marina de Guerra. En la obra se detalla la relación que mantenía el Almirante Eduardo Massera con el Nuncio Apostólico Pío Laghi, quien afirmara hace unos años atrás que ignoraba el haber tratado con monstruos que lanzaban personas desde aviones..

Verbitsky toma el nombre de su libro refiriéndose en primera instancia a la isla perteneciente al párroco Graselli, quien la vendiera a las Fuerzas Armadas y que fuera denominada "El Silencio". A esta isla se trasladó a prisioneros en ocasión de la visita que realizara la Comisión de Derechos Humanos de la Organización d Estados Americanos (OEA) en 1979 a nuestro país.

En segunda instancia, el nombre de la obra se refiere al silencio mantenido por la Iglesia durante las desapariciones, al hecho de no recibir a las Madres de Plaza de Mayo y sí a los jefes de las Fuerzas Armadas, y a la ausencia de un mea culpa sincero por parte de las autoridades eclesiásticas.

El capítulo de la discordia

Antes de la designación del actual Papa Benedicto XVI y cuando aún el Arzobispo Jorge Bergoglio era candidato a suceder a Karol Wojtila, el Padre Guillermo Marcó, vocero de Bergoglio, se vio en la necesidad de desmentir lo dicho por Verbitsky en el capítulo "Las dos mejillas del Cardenal". En dicho capítulo se hace mención a la sospecha que pesa sobre el actual arzobispo de Buenos Aires de haber entregado a la Armada a dos sacerdotes jesuítas (Francisco Jalics y Orlando Yorio, secuestrados el 23/5/1976 y liberados 5 meses después) que cumplían tareas en comunidades humildes como la de la Villa del Bajo Flores, en Buenos Aires.

En el capítulo mencionado se pueden encontrar, además, documentos oficiales que constatan el accionar de Bergoglio.

Los que estuvieron en contra del pueblo

"... hay que erradicar a las Madres de Plaza de Mayo y a los organismos de derechos humanos que pertenecen a una organización internacional, lo mismo hay que terminar con la exhumación de cadáveres NN que es una infamia para la sociedad..." (Mons. Carlos Mariano Pérez. Salta. 23/1/84).

Hubo muchos curas, obispos y arzobispos que una vez consumado el golpe de Estado, se colocaron de lado de las Fuerzas Armadas, justificando teológicamente las torturas, los "excesos", engañando a los familiares, usando las confesiones como sistemas para sacarles información a los secuestrados y luego transmitirla a sus captores.

Actualmente la Iglesia en un acto totalmente reprochable no ha sido capaz de excomulgar a muchos de ellos e incluso los ha protegido trasladándolos a lugares donde no sean conocidos, tal como lo hizo con el Padre Christian Von Wernich quien fuera trasladado a Chile luego de haber sido despedido en dos oportunidades por su misma congregación cada vez que ésta descubría su pasado.

Von Wernich no es el único. La lista es grande y comprende obispos como Antonio Plaza, Adolfo Tórtolo, Antonio Quarracino, Carlos Mariano Pérez, Guillermo Bolatti,  Juan Carlos Aramburu, entre otros.

"... La Iglesia no necesita hacer ningún exámen de conciencia, y mucho menos pedir perdón a la sociedad argentina..." (Monseñor Edgardo Storni. Santa Fé. 2/5/95).

Los que estuvieron a favor del pueblo

"... Debemos pedir perdón a Dios y a la sociedad en nombre de la Iglesia por nuestra cobardía, por nuestras omisiones, por nuestras complicidades..." (Mons. Jorge Novak. Quilmes. 28/4/95).

Mientras gran parte de la estructura eclesiástica miraba hacia otro lado, concertaba reuniones sociales con los altos mandos militares, apañaban las torturas, los secuestros y se negaban a recibir a los familiares que reclamaban por sus hijos, sus parientes, hubo sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas, etc. que sufrieron en carne propia las torturas y en algunos casos, la muerte.

El crimen cometido por estos religiosos fue estar comprometidos con los más carenciados y sostener una actitud de denuncia frente a la violación sistemática de los Derechos Humanos.

Entre estos hombres de Dios se pueden nombrar a Monseñor Enrique Angelelli, Carlos Ponce de León, los Padres Palotinos, las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon, Juan Ignacio Isla Casares, Jorge Adur, etc.

Muchos, como ellos, cumplieron con su fe religiosa y actuaron dignamente. Otros, fueron cómplices de un genocidio.

"... La Iglesia, fundamentalmente su jerarquía episcopal, fue cómplice del genocidio vivido en la Argentina durante la dictadura militar porque no hizo todo lo que podía para evitar semejante atrocidad social... la Iglesia es responsable de miles de vidas, no porque las haya matado sino porque no las salvó. Tenía herramientas para presionar y parar la masacre. ¿Cómo? Diciendo que no se iba a tolerar un desaparecido más, por lo tanto que detuvieran ya los secuestros y la represión. Hubiéramos tenido miles de presos políticos pero vivos..." (P. Rubén Capitanio. Villa La Angostura. Neuquén. 11/5/95).

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