Viernes 7 de Octubre. Faltaban diez minutos para las doce del mediodía y el Cilindro Central del CICUNC recibía a los primeros concurrentes. La cita era clara: se trataba de una reunión para hablar de un tema (uno de los tantos) del cual no hablamos, ni del cual nos hablan. Y que, lejos de ser banal o cotidiano, alude a una crisis humanitaria en pleno siglo XXI, que deja un saldo de, aproximadamente, 95 personas muertas por día.
Es el caso de millones de refugiados que, en el contexto de la Guerra Civil siria, abogan por ser recibidos en algún país donde vivir en paz y empezar de nuevo (o al menos intentarlo).
Fernanda Martín, expositora de la charla, es egresada de la UNCUYO y hace dos meses volvió de Francia, en donde participó como voluntaria en “La jungla de Calais”: uno de los campos de refugiados más habitados en la actualidad. Luego de una breve presentación, comenzó a contar con detalles, esta conmovedora experiencia.
Care for Calais
Estando en el país europeo, Fernanda ingresó en el mes de marzo, como voluntaria en una O.N.G llamada “Care for Calais”. La misma fue fundada por una mujer inglesa llamada Clare Morseley, y cuenta en la actualidad con diez mil refugiados aproximadamente. Su eje de acción gira en torno a tres actividades concretas que se realizan en los campos de refugiados: reclutamiento y distribución de donaciones, organización de actividades recreativas y dictado de clases de inglés y francés.
El grupo de trabajo en el que Fernanda participó estaba compuesto por personas de diferentes edades, pero predominaban las más jóvenes. La mayoría de esos voluntarios eran ingleses que, lejos de tener la actitud radicalmente xenofóbica con la que se los identifica en el imaginario colectivo, eran personas socialmente comprometidas y preocupadas por la paz mundial y la hermandad entre pueblos.
Fernanda no dudó en hablar con Clare para pedirle concurrir a Calais. Pero para ese momento, se vivía un momento extremadamente complicado en la zona: el campo había sido cruelmente desmantelado durante el mes anterior, por lo que el clima que reinaba era de tensión y violencia extremas. Así las cosas, la joven argentina tuvo que firmar un contrato en el que se dejaba constancia que su visita a la jungla era por voluntad propia, y que nadie se haría cargo de lo que pudiera pasar con ella durante la estadía.
Llegar a Calais. Seguir rompiendo mitos
Al ingresar al campo de refugiados, la realidad golpeó duramente muchas de las imágenes y preconceptos que la joven llevaba en su mente: Calais resultó ser una “mini ciudad” con restaurantes, peluquerías, kioscos, que – si bien construidos con carpas- reflejaban las tradiciones culturales de los diversos pueblos habitantes del lugar.
Pese a las condiciones adversas que se viven en el campo, Fernanda se sintió admirada al notar en la gente sentimientos de optimismo y entusiasmo con respecto a la situación; así como al toparse con carteleras clamando por la paz y la unión mundial. Los habitantes de Calais no provienen solamente de Siria, sino también de otros países de Oriente Medio e incluso de África. Y se trata, en muchos casos, de personas con formación académica avanzada y de clase media. Pese a la diversidad de idiomas, hay ciertas palabras que son universales y que borran cualquier frontera cultural, como “thank you” (gracias), “sorry” (perdón) y “please” (por favor).
Seguimos sin hablar de ciertas cosas
Luego de relatar estremecedoras anécdotas que vivió en esta experiencia como voluntaria, el tono de la charla cambió cuando Fernanda describió su regreso a la Argentina. Tras haber visto con sus propios ojos la realidad de millones de personas que mueren de hambre y frío, de niños que no tienen derecho a estudiar, de jóvenes que arriesgan su vida por intentar llegar (clandestinamente) a Inglaterra para poder retomar sus estudios; se encontró con ciertas preguntas de “bienvenida” del estilo: “¿Cuántas prendas de ropa compraste en la liquidación de temporada?”.
La indignación se pudo percibir en su voz entrecortada, y la compenetración de la audiencia se reflejó en un silencio casi de luto, que reinó en la sala.
Con lágrimas en los ojos, la joven hizo un llamado urgente a la concientización y a la ayuda. Aseguró que no podemos seguir tolerando que se hable de esta guerra como si fuese un mero problema de logística, en el que lo importante es debatir “qué haremos con millones de personas; a dónde los ubicaremos”. Se trata de una crisis humanitaria, se trata de personas con historias y sueños, se trata de familias.
No podemos, insistió, seguir como si fuéramos ajenos a una situación que nos interpela a todos. Los países más ricos y con más recursos del mundo son los que, curiosamente, menor cantidad de refugiados están dispuestos a recibir. Es hora de que pidamos explicaciones, de que empecemos a cuestionar por qué sí se invierte en bancos, en cadenas de empresas multinacionales y artillería de guerra, pero no se abren las puertas para recibir a personas que no tienen tierra y que se están muriendo todos los días, en las peores condiciones.
“¿A qué le tenemos miedo? ¿Acaso a recibir a la comunidad musulmana, a quienes hemos clasificado durante años como terroristas; acaso a ser invadidos por las ideas islamitas; acaso a que un aumento desmedido de la tasa de natalidad lleve al caos social en nuestros países?”, interpeló Fernanda y llamó a la reflexión.
Luego explicó: en el hipotético caso de que Europa recibiera a cuatro millones de refugiados, y suponiendo que todos ellos fueran musulmanes, el porcentaje subiría de un 4% (promedio actual), a un 5% de habitantes musulmanes en el continente. Aclaremos, claro, que estudios recientes han comprobado que tan sólo un 0.006% de la población musulmana se relaciona con actividades terroristas; y que, como es sabido, a mayor nivel educativo, menores serán las tasas de natalidad…en cualquier parte del mundo.
La invitación de Fernanda fue clara: ¡basta de mirar para otro lado! Somos nosotros, los jóvenes, quienes tenemos en nuestras manos la posibilidad de cambiar la historia, de empezar a aceptarnos en la diversidad y de luchar por un mundo pacífico y hermanado.
Ante una audiencia conmovida e interesada por ayudar, la joven explicó que cualquier persona puede colaborar con los refugiados: ya sea ofreciéndose como responsable de aquellos que lleguen a la provincia; ya sea haciendo algún tipo de donación; ya sea hablando del tema e intentando informarse de forma responsable.