Por Alejandra Ciriza, investigadora de Conicet y docente de la UNCUYO, además es integrante y fundadora del Instituto de Estudios de Género y de Mujeres (IDEGEM)
Sarita, como le decíamos con cariño y admiración, estuvo entre quienes, pioneras en su tiempo, ingresaron a la universidad cuando las mujeres éramos escasas, además de excepcionales.
En 1949 inició sus estudios en química la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, que finalizó en 1953 convirtiéndose en la primera química nuclear argentina. Entre 1955 y 1966 fue docente e investigadora en el departamento de Química Inorgánica y Fisicoquímica, donde trabajó con compuestos volátiles de elevada complejidad, los boranos. En 1963 obtuvo su doctorado, también en la Universidad de Buenos Aires. Por esos años se casó con Víctor Rietti, tuvo un hijo y dos hijas y continuó su trabajo en el campo de la investigación científica.
El trabajo de laboratorio y la experiencia de compartir espacios de conocimiento y sociabilidad con otros y otras en la facultad de Ciencias Exactas, el haber transitado su vida como científica en un cuerpo de mujer, fueron la base de su reflexión sobre las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad.
El tiempo de su formación, que fue el de la edad de oro de las universidades públicas en el país, hasta que la dictadura de Onganía les asestara el golpe conocido como “la noche de los bastones largos”, permitió el desarrollo del grupo más destacado de científicos argentinos del siglo XX: Sara Rietti fue compañera y amiga de César Milstein, Rolando García, Oscar Varsavsky, Manuel Sadosky, José Babini, entre otros.
En 1966, después de la intervención de la Universidad, dirigió su actividad al campo Ciencia, Tecnología y Desarrollo. Fue fundadora, con Babini y Gregorio Klimovsky, del Centro de Estudios de Ciencias y miembro asociada del Centro de Planificación Matemática conducido por Varsavsky.
Sara, que compartió con quien fuera su maestro el interés por las relaciones entre ciencia, desarrollo y democracia abogó desde entonces, y lo sostuvo a lo largo de su fructífera vida, por un ciencia autónoma y por la democratización del conocimiento.
Varsavsky, que era químico y matemático, comenzó a preguntarse, a partir de los acontecimientos políticos de fines de los 60, por las relaciones entre ciencia y sociedad. Inspirándose en algunas ideas de Thomas Kuhn desplegó una crítica a las normas que rigen el desarrollo de las ciencias. Desde su perspectiva la obsesión por los métodos encubre, en la ilusión de la libertad de investigación, un mecanismo que garantiza la sujeción de los científicos a las estrategias de expansión del capital y a las leyes del mercado produciendo dependencia en el campo científico-tecnológico y patrones académicos individualistas que, aunque se presenten como neutrales, benefician a una elite mundial poderosa que impone silenciosa e imperceptiblemente los paradigmas establecidos para la producción de conocimiento
En esa línea, Sara intervino activamente en un proyecto de ciencia abierta a la articulación entre saberes, tendiendo puentes entre las ciencias llamadas “duras” y las “blandas”, historizando la producción científica, poniendo en tela de juicio la equiparación entre universalidad y objetividad descomprometida, deslocalizada, descorporizada.
La idea de que la ciencia se halla en el corazón del mundo en que vivimos la indujo a pensar que es preciso tejer una urdimbre que ligue procesos que a menudo se perciben como separados: la producción de conocimiento y la educación de los/las sujetos. La condición para la democratización del conocimiento se halla en educar a los/las ciudadanas comunes de modo que dispongan de una alfabetización suficiente como para no dejar en manos de expertos las decisiones inherentes al campo de la ciencia y la técnica.
Sara, interesada en enseñar-aprender no dudó en procurar por las vías para garantizar esa educación científica: fue directora de la Colección Científica del Centro Editor de América Latina e integró su directorio durante 20 años. Desde luego compartía con Boris Spivakow el compromiso con una cultura para todos y todas que la editorial promovía.
Tras la dictadura militar, en 1983, y bajo el horizonte de expectativas y esperanzas abierto con el retorno a la democracia colaboró con Manuel Sadosky en la tarea de repatriación de los/las científicos expulsados durante los años de plomo ocupando, entre 1983 y 1989, la Jefatura de Gabinete de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Nación, y responsabilizándose por la cooperación internacional.
A partir de 1988 coordinó la Maestría en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología de la UBA, donde también ejerció como docente hasta 2010 generando un espacio de debate, formación, intercambio.
A sus inquietudes latinoamericanistas fue sumando otras. Compartió con Diana Maffía, en el marco del espacio brindado por la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCYT) la pregunta por el lugar de las mujeres en la ciencia, una pregunta que le permitió cuestionar las ideas de neutralidad y objetividad dese un punto de vista crítico del modelo androcéntrico de cientificidad. Integrante activa del Foro Nacional Interdisciplinario Mujeres en Ciencia, Tecnología y Sociedad, Sara Rietti subrayaba la potencialidad implicada en el ingreso de las mujeres en el campo académico señalando que es sólo a partir de la asunción de las diferencias que se puede contribuir a la transformación de la ciencia y la tecnología y su relación con la educación y una buena vida para el conjunto de la sociedad.
Mantuvo hasta el final de su fecunda y generosa vida diálogo con destacados científicos y científicas: acompañó a Andrés Carrasco en su denuncia de los efectos del glifosato, compartió con Alicia Massarini una intensa labor docente en la Maestría en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología, con Martín Isturiz el espacio del Grupo de Gestión de Políticas de Estado en Ciencia y Tecnología y la inquietud por el rumbo de las políticas científico-tecnológicas y el destino del país, un asunto que no sólo debe ser competencia de funcionarios y académicos, sino de los movimientos sociales, los/las trabajadores de CyT, las asociaciones civiles, los sindicatos.
Sara estuvo ligada con otros investigadores latinoamericanos como el chileno Mario Albornoz, y el brasileño Renato Dagnino en el esfuerzo por pensar un sistema científico acorde a las necesidades del sur. Durante años trabajó en un proyecto conjunto del Programa CAPES-SPU, que articula el Centros de Política y Gestión de Ciencia y Tecnología de la UBA y el Departamento de Política Científica y Tecnológica / IG / UNICAMP, Brasil.
Sarita ha recibido numerosos reconocimientos: en 2010 la Sala que ocupaba entonces el Instituto de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Cuyo fue nombrada Sara Rietti; el 4 de noviembre de 2011 la Universidad Nacional de Rosario le otorgó un doctorado honoris causa.
Inquieta, ingeniosa, sagaz, brillante, hondamente comprometida, Sarita se movía con soltura en distintos mundos: el de los debates acerca de las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad, pero también el de las relaciones entre mujeres y ciencia. Entre nosotras revolotea aún su sonrisa, sus ojos azules y vivaces, su palabra precisa, sus observaciones, su deseo de un debate a la vez preciso y politizado, pero también tierno y sensible sobre la ciencia necesaria para una sociedad en la que quepan todas y todos.